A sus 100 años de edad, Maruja Vieira- una de las más notables poetas de Nuestra América-, cree en la felicidad de los seres humanos, en su patria bienamada, en la mujer colombiana y en la de todas las latitudes del planeta; cree en la juventud, en los poetas jóvenes de ambos sexos, en la reivindicación del medio ambiente, en la paz y, desde luego, en las virtudes irracionales de la poesía.
Maruja es hermosa y transmite mucha ternura. Deja, sin embargo, trascender una fuerza interior incomparable. Con los años ha adquirido un porte reverencial que a los pocos segundos ella misma rompe con su tono amable y su proverbial sencillez. Cuando conversa mira directamente a los ojos de su interlocutor y lo seduce con su mirada penetrante y esplendente. De sus labios finos brota una cautelosa sonrisa que transmite afecto y sabiduría decantada. Cuando habla, expresa su pensamiento con parquedad a través de una palabra envolvente y precisa.
Maruja nació en Manizales, el 25 de diciembre de 1922. Hija de Joaquín Vieira Gaviria, de filiación conservadora, y de Mercedes White Uribe, prima del caudillo liberal Rafael Uribe Uribe. Ella recuerda que cuando era muy niña, su hermano mayor, Gilberto, le regaló una antología de Antonio Machado, con lo cual quedó prendada de la poesía para el resto de su vida.
Años más tarde, la familia se trasladó a Bogotá, donde María (que era su nombre original) comenzó a escribir y a publicar sus primeros versos en los suplementos de los diarios capitalinos. Cuando el poeta chileno Pablo Neruda visitó a Colombia en 1943, ella le mostró sus recortes y él, admirado, le dijo:
– En Chile a las Marías les dicen Maruca. Aquí ¿cómo las llaman?
-Maruja– respondió la joven.
– Pues de ahora en adelante –le dijo solemnemente el autor de Residencia en la tierra- te llamarás Maruja: Maruja Vieira.
En 1947 publicó su libro inicial Campanario de lluvia, al que le siguieron: Los poemas de enero, Poesía, Palabras de la ausencia, Clave mínima, Mis propias palabras, Todo lo que era mío y Tiempo de la memoria, entre otros.
Al año siguiente hizo parte del grupo de Los Cuadernícolas, bautizado así por el crítico Hernando Téllez, porque los jóvenes vates daban a conocer su producción en pequeños cuadernos o “plaquettes”. Además de Maruja– única mujer del grupo-, se destacaban Fernando Charry Lara, Rogelio Echavarría, Fernando Arbeláez, Jorge Gaitán Durán, Álvaro Mutis, Guillermo Payán-Archer, Carlos Medellín y Daniel Arango, entre otros, y se reunían en el Café Automático, El Windsor y El Molino, con poetas de las generaciones anteriores como León de Greiff, Luis Vidales, Jorge Zalamea, Juan Lozano y Lozano (Los Nuevos) y Jorge Rojas, Eduardo Carranza y Arturo Camacho Ramírez (Piedra y Cielo).
Entre 1950 y 1955, Maruja Vieira vive en Venezuela y allí trabaja en programas radiales dedicados a la cultura en Caracas. Allí traba amistad con Alejo Carpentier, Antonia Palacios, el poeta español exiliado Antonio Aparicio y los colombianos Jaime Tello y Hernando Vega Escobar.
De regreso a Colombia se radica con su madre en Popayán, la Ciudad- Remanso, que le da título a uno de sus libros estelares. En Popayán vivió inicialmente en “Belalcázar”, la célebre casa campestre del maestro Guillermo Valencia. Luego fundó una librería con el nombre del poeta parnasiano y sostuvo una bella amistad con el humanista Baldomero Sanín Cano, al igual que con Álvaro Pío Valencia, hijo del maestro, y uno de los más destacados pensadores marxistas del país.
Finalizando la década de los 50 conoce al poeta José María Vivas Balcázar, con quien contrae matrimonio en septiembre de 1959. El 15 de mayo de 1960, Vivas fallece repentinamente a los 42 años, y tres meses después nace en Cali Ana Mercedes, el fruto de ese amor imperecedero.
De nuevo radicada en Bogotá, con su hija, Maruja Vieira desempeña importantes cargos en institucionales culturales lo mismo que como catedrática de comunicación social en varias universidades. A Maruja no le han gustado jamás los honores ni los alamares del poder y ha procurado siempre alejarse de los poderosos y de las fiestas palaciegas, pues su temperamento siempre ha tendido al bajo perfil y a la discreción.
Sin embargo, ha recibido innumerables premios y reconocimientos por su excelente obra literaria. El compositor Lisandro Varela le compone un bambuco titulado Maruja Vieira. Desde 1991 es miembro correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua y miembro de Número de la Real Academia Española. En 1997, al cumplirse 50 años de la publicación de su libro primigenio Campanario de lluvia, el Instituto Caldense de Cultura, realiza una edición conmemorativa de dicha obra.
En 1989, el presidente de Chile, Ricardo Lagos Escobar, le otorga la Orden Gabriela Mistral, en Grado Máximo y el 2012, el Ministerio de Cultura la galardona con el Premio Vida y Obra, el máximo reconocimiento oficial que se concede en Colombia.
Como bien lo expresara el poeta comunista Álvaro Sanclemente, en el prólogo de su primer libro: A través de sus poemas, que cada día adquieren una entonación más segura y un acento lírico más definido, Maruja dice esa verdad recóndita y sincera que llevaba en su mente y en su corazón como una vaga e indefinible inquietud, hasta que encontró el cauce misterioso del canto para vivir en las palabras. Tanto la expresión nostálgica como la jubilosa en la poesía de Maruja se vierten como arroyos tranquilos. Al igual que la sonrisa de la Gioconda- que transmite una intensa alegría interior, pero al mismo tiempo una tristeza inconfesable-, los versos, con los cuales Maruja Vieira recrea los instantes que ha vivido, poseen una sublimidad sostenida, decantada en la tranquila evocación.
rmh/jldg