En la reunión anual del Grupo Bilderbeg del año 2022, que tuvo lugar en Washington, se filtró la agenda que se trataría. Por supuesto, las conclusiones jamás salen a luz. Los “amos del mundo”, como se le conoce a este grupo, deciden en la mayor secretividad el guión que sigue la humanidad para el futuro próximo. En esa filtración pudo saberse que uno de los tópicos a abordarse sería la “gobernabilidad global post guerra nuclear”.
Todo indica que quienes toman esas decisiones vitales para los ocho mil millones de habitantes del planeta, tienen contemplada la posibilidad de una guerra con armamento nuclear, pero limitada (armas tácticas, las llaman). Según algunos expertos, eso es un despropósito total, un imposible. No hay guerras nucleares “limitadas”. De librarse una guerra atómica con apenas un pequeño porcentaje de la capacidad destructiva actual (alrededor de 12 mil misiles, el 90 por ciento de ellos repartidos entre Rusia y Estados Unidos), la destrucción de toda forma de vida está asegurada. Si no es por la muerte instantánea en el momento de recibir los impactos, la lluvia ácida provocada por las posteriores nubes radiactivas, y el prolongado invierno nuclear (noche permanente por al menos una década) que seguiría, terminarán con toda la vida sobre el planeta por la falta de luz solar. Por tanto, utilizar ese tipo de armamentos entre las superpotencias es algo que, como lo dice en inglés la abreviatura de la fórmula de la correspondiente estrategia militar: “Mutual Assured Destruction” -MAD- es algo “loco” (mad, en inglés)
¿Por qué hace más de dos años tiene lugar esta guerra en Ucrania entre la OTAN y la Federación Rusa? ¿Eso puede llevarnos realmente a un holocausto termonuclear? Se habla de uso de armas atómicas tácticas (limitadas), no estratégicas (misiles intercontinentales con ojivas múltiples, cada uno de ellos 30 veces más potentes que las bombas de Hiroshima). Lo cierto es que, si se libera energía nuclear, no importando la cantidad, el fin de la vida está al alcance de la mano. Si se liberara al mismo tiempo todo el potencial nuclear generado por todos los países que lo disponen, se produciría una explosión de tal magnitud que su onda expansiva podría llegar hasta la órbita de Plutón. ¿Cómo sigue esta historia entonces? ¿Qué se decidió en la pasada reunión del Grupo Bilderbeg? Los humanos de a pie no lo sabemos, no lo decidimos, y la infame burla de la “democracia” representativa no nos permite, en absoluto, tomar parte en esas negociaciones. Solo sufrimos pasivamente sus consecuencias.
“¿Cuál es el objetivo de esta guerra [de Ucrania]?, se preguntaba el presidente de Croacia, Zoran Milanovic, respondiéndose en un llamativo acto de honestidad: “¿Derrotar a una superpotencia nuclear luchando en sus fronteras? ¿Se puede derrotar a un Estado así con armas convencionales? Los rusos tienen ventaja en munición, artillería, tienen números ilimitados. (…) Los occidentales que ayer eran pacifistas y activistas por la paz, ahora quieren beber sangre ajena. Es profundamente inmoral lo que estamos haciendo como Occidente colectivo”. Si se analiza en detalle lo que allí sucede, nos encontramos solo con grandes negocios (para algunos, claro: grandes capitales occidentales) y una soberbia monumental, que ha usado al pueblo ucraniano de un modo vergonzoso, llevando a la muerte al menos 400 mil de sus habitantes, en un primer cálculo conservador. De hecho, Kiev ya no tiene soldados para seguir peleando, por lo que está incorporando para la guerra mujeres y población de tercera edad.
En este enfrentamiento se está jugando la recomposición a escala planetaria de los poderes dominantes: Estados Unidos no quiere por nada del mundo perder su sitial de honor, el que mantuvo como superpotencia hegemónica durante el siglo XX, mientras nuevos poderes -Rusia y China en lo fundamental, con una nueva arquitectura económica asentada en los emergentes BRICS desmarcándose del área-dólar- comienzan a dibujar una nueva multipolaridad. Europa va quedando como furgón de cola de Washington, y la población europea no sale de su anonadamiento, siendo llevada a una autoflagelación de la que, pareciera, no puede reaccionar. Durante la guerra de Vietnam, enormes cantidades de estadounidenses protestaban contra esa masacre; ahora muy pocos europeos protestan por lo de Ucrania. Antes bien, son llevados- demencialmente- por una rusofobia enloquecida a una posición tragicómica: está prohibido escuchar música de Tchaikovski o leer a Dostoievski… Si alguien gana con todo esto, es el capital estadounidense, que sigue vendiendo armas a granel, gas a los europeos a un precio mayor que el que vendía Rusia, desarmando el avance económico alemán, y preparándose para la reconstrucción de Ucrania- jugosísimo negocio-. Más allá de eso, todo indica que la estrategia guerrerista sigue adelante, buscando debilitar/ derrotar a Rusia, como modo de debilitar el gran socio que en este momento tiene China, obstruyendo el avance de los BRICS. El objetivo final, por cierto, es Pekín: frenar su desarrollo.
Al parecer Moscú no pensaba que el conflicto- operación militar especial, la llamó- se prolongaría tanto. Apenas comenzado, buscó llegar a negociaciones para no extender la campaña militar. Lo que buscaba no era ocupar Ucrania, sino poner un alto al avance de la OTAN, que podría haber instalado armas atómicas a minutos del Kremlin, mostrando así su músculo militar, constituyéndose en un inevitable polo de poder mundial. Por eso apenas empezada la operación (o invasión, como quiera vérsela), el 28 de febrero del 2022 en Gomel, frontera entre Ucrania y Bielorrusia, se iniciaron conversaciones de paz. El 5 de marzo, el principal negociador ucraniano que había participado en esas reuniones, Denis Kireev, fue asesinado “misteriosamente” y las pláticas interrumpidas. Días después, en Estambul, Turquía, las partes rusas y ucranianas parecían llegar a un acuerdo; inmediatamente sobrevino la masacre de Bucha, mediáticamente presentada por la prensa occidental como un crimen de lesa humanidad por parte de Moscú, y como un vil montaje de los servicios secretos británico y estadounidense según la versión del Kremlin (25 dólares habría cobrado cada “muerto” por su actuación). Nuevamente las conversaciones se suspendieron. De hecho, luego de esos primeros balbuceos que buscaban terminar el enfrentamiento, Kiev- seguramente por orden de Washington- promulgó una ley que prohíbe taxativamente mantener negociaciones de paz con Rusia.
La paz no llega, aunque la guerra militarmente no ofrece la más mínima posibilidad de triunfo para Ucrania. La estrategia de la Casa Blanca, arrastrando tras de sí a la OTAN y a la Unión Europea, es continuar el clima bélico, porque así se beneficia. Incluso se ha llegado a decir que en Estados Unidos los demócratas la avivan más aún en este momento, con las elecciones generales a la vista en noviembre, pues ello puede darle réditos políticos.
En febrero recién pasado se reunieron en Atenas (Grecia) autoridades gubernamentales, la gran banca privada occidental, organismos crediticios como el FMI y el BM, incluso “solidarias” ONG’s, todos para calcular los costos de la reconstrucción del destruido país eslavo. De acuerdo al estimado hecho por el Banco Mundial, la Comisión Europea y Naciones Unidas, se necesitan 486 mil millones de dólares para dicha tarea. El gobierno ucraniano estimó que el costo total, en realidad, podría superar el billón de dólares. Pero, ¿quién pagaría eso? Obviamente, la población ucraniana. ¿Cómo se cobrarán esas inversiones? Quienes dieron los préstamos y vendieron las armas- que quieren cobrar ahora, como todo negocio, obviamente- quedándose con los recursos petrolíferos y gasíferos del país, y con los 33 millones de hectáreas cultivables, el “granero de Europa”, que ya están pasando a ser propiedad de multinacionales estadounidenses dedicadas al agronegocio (Cargill, Monsanto, Du Pont).
La guerra, para Ucrania, está técnicamente perdida. Pero la OTAN, es decir: el capital estadounidense que es quien manda, parece que quiere continuarla. Sigue la militarización de Europa; los gastos bélicos se disparan- a costa de la inversión social, por supuesto-, mientras Finlandia y Suecia terminan de ingresar al tratado noratlántico. Los tambores de guerra suenan cada vez más fuertes. Desde el 31 de enero recién pasado, y hasta mayo del presente año, se están desarrollando cerca de la frontera con Rusia los mayores ejercicios militares de la Alianza desde la Guerra Fría. “Steadfast Defender 2024” llevan por nombre. Con los mismos “se está ensayando un escenario de enfrentamiento armado con Moscú”, afirmó el general Nikolai Patrushev, Secretario del Consejo de Seguridad de la Federación Rusa. Participan 90 mil soldados de los países miembros de la OTAN, más de 50 buques- desde portaaviones hasta destructores- y más de 80 aeronaves de combate, incluyendo helicópteros y drones. El comandante de las fuerzas aliadas de la Alianza en Europa y máximo responsable del Mando Europeo de Estados Unidos, general de ejército Christopher Cavoli, dijo que “en Steadfast Defender se ensayaría una respuesta ante un posible ataque ruso.”
El director de la Academia Militar de la Jefatura del Estado Mayor de la Federación Rusa, general Vladimir Zarudnitski, afirmó que “No podemos descartar la posibilidad de que escalen los enfrentamientos en Ucrania. Pueden aumentar los números de las “fuerzas Proxy” utilizadas para el conflicto militar con Rusia e incluso puede librarse una guerra de gran escala en Europa.” Esto se complementa con las desafortunadas declaraciones del presidente francés Emanuel Macron, quien dejó ver la posibilidad de enviar tropas propias a territorio ucraniano. ¿Qué se habrá decidido en esas reuniones a puerta cerrada de donde no sale la más mínima información? ¿Se jugará a guerras con armamento nuclear táctico?
Más allá de lo que pueda decirse de Rusia, que ahora es un país capitalista como cualquiera de Occidente, está claro que la estrategia estadounidense pretende seguir ocupando su lugar hegemónico mundial, para lo que está dispuesta a hacer cualquier barbaridad. China y Rusia, con su proyecto BRICS, le hacen sombra. La destrucción de la Federación Rusa es un anhelo largamente postergado en la clase dirigente del país americano. Sucede que, si se juega con fuego, nos vamos a quemar todos. Ante la posibilidad de enviar tropas de la OTAN a Ucrania deslizada por el mandatario galo, el presidente ruso, Vladimir Putin, lo dijo con rotunda claridad: reaccionarían con todo su potencial atómico, que no es poco, por supuesto (superior al de Estados Unidos en estos momentos, con misiles hipersónicos indetectables y drones submarinos de poder casi ilimitado: Poseidón, el arma atómica “del Juicio Final”). “Todo esto realmente amenaza con un conflicto con el uso de armas nucleares y la destrucción de la civilización. ¿No lo entienden?”, afirmó Putin. ¿Se juega con la posibilidad del fin de la humanidad? ¿Aterradora ruleta rusa en marcha? El reloj del juicio final, como se le llama a esa metáfora que la comunidad científica internacional utiliza para mostrar cuán cerca estamos del holocausto total, ha colocado las agujas a solo 90 segundos de la medianoche nuclear, como en los peores momentos de la Guerra Fría. Si se está jugando tan peligrosa, o temeraria, o irresponsablemente, con este fatal fuego, ¿por qué quienes no decidimos nada tenemos que vernos envueltos en esta quemazón universal?
Si lo que el Grupo Bilderberg trató en su reunión de hace un par de años se puede tomar como premonitorio- ¡se viene la guerra nuclear!-, más premonitorio aún es la profusión de refugios antinucleares que algunos magnates están construyendo. La “gestión de emergencias” o “preparacionismo”, como se le ha dado en llamar, es un negocio en auge, vendiéndose bunkers antibombas atómicas hasta por dos millones de dólares. Obviamente los ciudadanos de a pie tendremos que soportar la guerra sin refugios, hasta que caigamos muertos. La historia la escriben los que ganan, definitivamente.
Sigmund Freud, en una sombría reflexión de senectud, predijo que la “pulsión de muerte” se terminará imponiendo en el ser humano, llevando a su autodestrucción masiva como especie. ¿Habrá acertado en su intuición?
Yo no quiero morirme en una explosión nuclear, ni con cáncer producto de la radioactividad ambiente, ni de hambre porque ya no se podrán conseguir alimentos dada la prolongada noche post explosiones que tapará el sol por, al menos, diez años, con descenso de la temperatura a muchos grados bajo cero a nivel planetario. ¿Alguien lo querrá? Pero si hay gente (una pequeña élite, por supuesto) que juega alegremente con la posibilidad de esa guerra -mientras prepara sus refugios-, no hay dudas que tiene un desprecio absoluto por la humanidad, aunque presente al “monstruo” Putin como el “malo de la película”. Nadie es santo; los santos no existen, pero hay peores y peores. El capitalismo, está visto en innumerables ocasiones, es un sistema inhumano: prefiere sacrificar seres humanos y medio ambiente para no perder su tasa de ganancia. Ya es hora de dar un rotundo ¡basta! a esa infamia.
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