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viernes 17 de mayo de 2024
EEUU

J. McCarthy, R. Cohn y R. Reagan, adalides del “eje del mal”, que engendró a Donald J. Trump (II y final)

Roy Cohn, de los peores entre los muy malos.

Roy Marcus Cohn fue un abogado y fiscal estadounidense que saltó a la fama por su papel como abogado principal del senador Joseph McCarthy, sobre todo durante las audiencias entre el Ejercito de los EEUU. y ese personaje en 1954, cuando ayudó en las inquisiciones del legislador sobre presuntos comunistas infiltrados en las filas militares de los Estados Unidos.

A finales de los años 1970 y durante los años 1980, se convirtió en un destacado mediador político en la ciudad de Nueva York. También representó y fue mentor del magnate inmobiliario de esa gran urbe y futuro presidente de los Estados Unidos, Donald J. Trump, durante el inicio de su carrera empresarial. Sus otros clientes incluían al propietario del club de béisbol Yankees de Nueva York, George Steinbrenner; a Aristóteles Onassis, y a los «capos» de la mafia neoyorquina Tony Salerno, Carmine Galante, Paul Castellano y John Gotti.

Cohn nació en el distrito del Bronx de la ciudad de Nueva York y se educó en la célebre Universidad de Columbia. Saltó a la fama como fiscal del Departamento de Justicia de los Estados Unidos en el juicio de los esposos Julius y Ethel Rosenberg. Los persiguió con saña criminal hasta su ejecución sin evidencias en 1953. Como fiscal principal durante los juicios McCarthy, su reputación se deterioró a partir de los últimos años de la década de 1950 después de la caída de senador.


En 1971, Donald J. Trump emprendió por primera vez grandes proyectos de construcción en Manhattan. En 1973, el Departamento acusó a Trump de violar la “Ley de Vivienda Justa” en 39 de sus propiedades. El gobierno alegó que la corporación de Trump mostró diferentes términos y condiciones de alquiler e hizo declaraciones falsas de «no hay vacantes» a los afroamericanos para los apartamentos que administraba en Brooklyn, Queens y Staten Island. En su representación, R. Cohn presentó una contrademanda frente el gobierno por 100 millones de dólares, afirmando que los cargos eran «irresponsables e infundados». No tuvo éxito. En 1978, la Organización Trump volvió a comparecer ante los tribunales por idénticas causas; Cohn y Trump negaron los cargos (1). Cohn participó en la construcción de la Torre Trump, planeada para ser de hormigón, pero había una huelga de camioneros en New York. El abogado había representado a mafiosos de la urbe en el pasado y cuando Donald Trump necesitó hormigón, lo recibió del líder sindical camionero John Cody, vinculado con el padrino mafioso P. Castellano.

Otro cliente de Cohn era Rupert Murdoch, en cuyo nombre presionó repetidamente al presidente Ronald Reagan para que promoviera sus intereses. Se le atribuye el haber presentado a Trump y Murdoch, a mediados de la década de 1970, comenzando lo que sería una asociación larga y estrecha entre ambos.

En 1986, fue inhabilitado por la Corte Suprema del estado de Nueva York por conducta poco ética después de intentar aprovecharse de un cliente moribundo obligándolo a firmar una enmienda del testamento dejándole a él su fortuna. Murió cinco semanas después de SIDA.

Ronald Reagan y el ascenso al poder del conservatismo proto – fascista en los Estados Unidos

El extremismo violento está aumentando mientras nos acercamos a las elecciones del 5 de noviembre. La representante demócrata de Nueva York, Alexandria Ocasio-Cortez, dijo que Estados Unidos se estaba “enfrentando a un entorno de fascismo”, mientras que el presidente Biden ofreció un discurso de advertencia contra los “republicanos extremos del MAGA”. Varios analistas han discutido las múltiples definiciones del término y, mucho más relevante que los nombres, la importancia vital de comprender la grave amenaza que plantea el fascismo hoy. Los líderes estadounidenses han hablado durante mucho tiempo sobre lo que constituye el fascismo, y Ronald Reagan provocó en su momento una ronda de debate particularmente vigorosa debido a su propensión a sugerir que los miembros de la administración del presidente Franklin Delano Roosevelt admiraban a los fascistas italianos (¡!).

Reagan atacó la “Ley de Pleno Empleo Humphrey– Hawkins”, un proyecto preparado por el senador y ex vicepresidente Hubert Humphrey y el representante demócrata Augustus Hawkins. La propuesta, modificando la “Ley de Empleo de 1946”, ordenaba al Congreso y a la Reserva Federal aplicar políticas económicas y de impuestos que mantuvieran el desempleo por debajo del tres por ciento. El 21 de mayo de 1976, por ejemplo, en una conferencia de prensa en Nashville, el candidato la calificó de “lo más parecido al fascismo jamás propuesto en este país”. “El fascismo fue realmente la base del New Deal. Fue el éxito de Mussolini en Italia, con su economía dirigida por el gobierno, lo que llevó a los primeros partidarios del New Deal a decir: pero Mussolini mantiene los trenes funcionando a tiempo”.

La vinculación que hizo Reagan de la administración de Franklin Delano Roosevelt –y de Hubert Humphrey– con las doctrinas de Mussolini y Hitler, particularmente teniendo en cuenta los respectivos papeles de FDR y Humphrey en la Segunda Guerra Mundial, inicialmente pasó desapercibida

Sin embargo, siguió invocando los años de Roosevelt mientras avanzaba hacia su carrera presidencial de 1980, pero dando una veloz media vuelta, comenzó a argumentar que en realidad él era un heredero del legado político de FDR, incluso mientras seguía sugiriendo que la planificación gubernamental al estilo de los años 30 contenía elementos fascistas.

Esta tendencia culminó en julio de 1980, durante el discurso de aceptación de Reagan en la Convención Nacional Republicana en Detroit. Reagan invocó el discurso de FDR en la Convención Nacional Demócrata de 1932, en el que el entonces candidato había declarado: “Durante tres largos años he estado recorriendo este país predicando que el gobierno- federal, estatal y local- cuesta demasiado”. “Ha llegado el momento de redimir las promesas que otro candidato hizo al pueblo estadounidense, en otro momento y en otro lugar”, declaró Reagan en el discurso de 50 años de FDR.

Un mes después, el 12 de agosto de 1980, el senador de Massachusetts Ted Kennedy pronunció su icónico discurso “El sueño nunca morirá” en la Convención Nacional Demócrata de 1980. Kennedy, comenzó con un enérgico ataque contra toda una serie de pronunciamientos derechistas de Reagan, desde que «la participación en la Seguridad Social debería ser voluntaria» hasta su declaración de que «el 80 por ciento de nuestra contaminación del aire proviene de plantas y árboles”. Luego viene lo mejor: “Y los mismos republicanos que invocan a Franklin Roosevelt han nominado a un hombre que dijo en 1976, y estas son sus palabras exactas, ‘el fascismo fue realmente la base del New Deal’. Y ese candidato cuyo nombre es Ronald Reagan no tiene derecho a citar a Franklin Delano Roosevelt”. Al final de su amplio discurso, Ted Kennedy (2) recibió una ovación de pie de 38 minutos.

En realidad Reagan estaba desarrollando la teoría del “Fascismo amistoso” o lo que se describe en el libro “Friendly Fascism: The New Face of Power in America”, del científico social Bertram Gross. En 1980, la política capitalista estadounidense llevaba una “máscara de ser buena gente”, un disfraz muy inquietante para encubrir un despotismo progresivo en el que los ultrarricos se estaban fusionando con un poder estatal centralizado para explotar aún más a la población. Este autoritarismo corporativo inmanente amenazaba con subvertir la democracia constitucional. Pero a diferencia de las usurpaciones violentas y repentinas que condujeron al fascismo en los días de Hitler, Mussolini y los constructores del imperio japonés, esta nueva variedad estadounidense “sonriente” de fascismo estaba ganando terreno a través de atropellos graduales y silenciosos de las “libertades” del pueblo estadounidense.

Publicado por primera vez hace más de tres décadas, “Fascismo amistoso” predice asombrosamente las amenazas y realidades de las tendencias actuales del poder político y económico. El autor Bertram Gross, asesor presidencial de FDR durante la era del New Deal, rastrea la historia y la lógica del declive de la democracia en los países del Primer Mundo y señala el crecimiento transnacional capitalista y las respuestas inapropiadas a las crisis globales como las fuentes del despotismo de finales del siglo XX en Estados Unidos. Emite además advertencias siempre urgentes sobre lo que sucede cuando las grandes empresas y el gran gobierno se convierten en compañeros de cama (inflación crónica, recesión recurrente, desempleo manifiesto y oculto, envenenamiento del medio ambiente) y simultáneamente ofrece un cambio práctico de perspectiva que podría ayudar a los ciudadanos estadounidenses a construir lo que es supone sea una democracia más verdadera. Esta idea está cerca de la bancarrota y ha perdido mucha preeminencia y credibilidad durante la era de Joe Biden, donde ninguno de los problemas internos ha cambiado; mientras en su proyección al exterior, el gobierno persigue una política imperialista reforzada, como lo muestra el involucramiento de los EEUU. en Ucrania, el “no involucramiento” en Gaza, la mantención y reforzamiento del Bloqueo contra Cuba, etc.

Ronald Reagan and Donald Trump más cercanos de lo que muchos creen.

El ultra- racista senador Tom Cotton, (R- Arkansas), argumentó recientemente que los expresidentes Ronald Reagan y Donald Trump fueron esencialmente cortados por el mismo patrón. «A pesar de todas sus diferencias de temperamento y estilo», dijo en su discurso en la biblioteca presidencial de Reagan, «hay una continuidad más profunda en las creencias de nuestros presidentes número 40 y 45».
Cotton tiene razón en que Reagan y Trump mostraron personalidades y estilos marcadamente diferentes. Como presidente, Reagan proyectó una sensación de optimismo. Su primer discurso inaugural alentó a los estadounidenses a “soñar sueños heroicos” en apoyo de la “renovación nacional”, mientras que en su campaña de reelección declaraba con seguridad que «era de nuevo el amanecer en los Estados Unidos. Trump, en marcado contraste, presentó consistentemente una perspectiva más pesimista. Su discurso inaugural recitó una lista de agravios y rencores que constituían un estado terrible de “carnicería estadounidense”. Ese tono oscuro y sombrío en la toma de posesión de Trump– que un desconcertado expresidente George W. Bush sólo pudo describir entonces como “alguna mierda rara”- se profundizó a medida que avanzaba su administración. Las personalidades de estos presidentes, a su vez, se proyectaron en la nación que lideraban. Pero si bien estas diferencias estilísticas son significativas, en última instancia importan menos que las posiciones e ideologías fascistas compartidas por los dos.

La tradición llamada “populista de derecha” es larga en la historia de Estados Unidos. Podemos encontrar un ejemplo relevante en George Wallace en los 1960s. Las campañas políticas de Trump tienen un extraño parecido con las manifestaciones salvajes que organizó Wallace entonces. Al igual que Jackson antes que él y Trump después, Wallace defendió la causa de “la gente común” (3), en gran medida avivando su sentimiento de victimización y prometiendo vengarse de sus enemigos.

Reagan (y después Trump) impulsó el mensaje preciso de “ley y orden” del que Wallace fue pionero. Tanto se parecen, que después del escándalo Watergate, el analista político William Rusher, sugirió crear un nuevo Partido Conservador, liderado por una candidatura presidencial Reagan-Wallace.

Como presidente, Reagan continuó oponiéndose a la acción afirmativa y a los programas de transporte en autobús mientras luchaba por quitarle los impuestos para las escuelas aun racialmente segregadas. La realidad de su postura sobre cuestiones raciales quedó, para muchos, oscurecida por el carácter alegre del presidente. En un mordaz artículo en The Nation titulado “Racismo sonriente”, el activista de derechos civiles y periodista ganador del Premio Pulitzer, Roger Wilkins, lo dejó al descubierto: “El pequeño y sucio secreto de Reagan es que encontró una manera de hacer que el racismo vuelva a ser aceptable y políticamente potente”.

Pero Reagan no se limitó a expresar la desconfianza de los votantes hacia el gobierno federal. Profundizó esa desconfianza con el historial de su propia Casa Blanca. Como concluyó el experto conservador P.J. O’ Rourke al final de su presidencia: «Los republicanos son el partido que dice que el gobierno no funciona y que cuando son elegidos demuestran que es cierto».

Cuando se trata de algunos de los problemas clave que los Estados Unidos enfrentan ahora, Trump ha heredado y exacerbado las posiciones anti- pueblo de Reagan. Funcionarios de Reagan utilizaron puestos gubernamentales para cometer actos ilegales o llenarse los bolsillos. Incluso dejando de lado el escándalo masivo que fue Irán- Contras, la administración Reagan acumuló un asombroso historial de corrupción y criminalidad: sobornos de contratistas militares, subvenciones amañadas en el Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano, fondos malversados en la EPA (Agencia de Protección Ambiental), escándalos de cabildeo- que rodearon al subjefe de gabinete de Reagan y a un asesor principal- y así sucesivamente. En total, cerca de 40 funcionarios de la administración Reagan fueron acusados y 22 fueron hallados culpables de hechos de ese tipo. Las cifras de los funcionarios de Trump metidos en escándalos son sustancialmente mayores, sin contar por supuesto al propio mandatario.

Como consecuencias de las “lecciones” tomadas de Joe McCarthy, muy directa y prolongadamente de Roy Cohn y de los políticos George Wallace y el ex presidente Ronald Reagan, Donald J. Trump ha conformado su doctrina de MAGA (Made America Great Again). Los tiempos actuales no permiten seguir con un “fascismo amigable” como pretendía R. Reagan, estilo que está en completa bancarrota. La doctrina MAGA se basa en un fascismo más obsceno, descarnado, tóxico y letal, que ya trató de dar un violento golpe de estado en enero de 2021 y que de seguro no se va a dejar ganar “por las buenas” en noviembre de este año. Para usar una expresión de propio R. Reagan, el ex presidente, J. McCarthy y Roy Cohn, son los principales integrantes un “eje del mal” que formó a Donald J. Trump y, en consecuencia, a la peor amenaza que enfrenta hoy la humanidad: la posibilidad de un nuevo gobierno de Trump y MAGA.

rmh/jro

Notas:
1. En el Título VIII de la Ley de Derechos Civiles de 1968, también conocida como Ley de Vivienda Justa (Fair Housing Amendments Act, FHAA), se ilegaliza la discriminación en la compra, venta o renta de vivienda por razones de raza, color de la piel, religión u origen nacional de la persona. El género se agregó como clase protegida en los años 70. En 1988, la Ley de Enmiendas de Vivienda Justa agregó el estado familiar y la discapacidad a la lista, lo cual da un total de siete clases protegidas a nivel federal. Roy Cohn logró sacar a Trump del enredo con sus numerosos “contactos” en el sistema judicial estadounidense.

2. Ted Kennedy perdió la nominación demócrata para candidato presidencial en 1980 con el candidato a reelegirse James Carter, quien fue derrotado por R. Reagan. El discurso de Ted Kennedy ante la Convención Nacional demócrata fue reminiscente del discurso “Yo tengo un sueño” de MLK.

3. Sin olvidar que para George Wallace et al, los que no son blancos no son gente o no lo son ciento por ciento.

José R. Oro
José R. Oro

José R. Oro Nació en Cuba en 1952. Geólogo de profesión, es autor de cuatro libros y más de 100 artículos especializados en minería, geología, ingeniería y medio ambiente y muchos otros de temas sociales, política y economía. Habla español, inglés, ruso y portugués. Experiencia en el desarrollo de grandes proyectos mineros y de infraestructura en Cuba, Puerto Rico, Venezuela, Colombia, Finlandia, Estados Unidos y Canadá. Vive en Connecticut, Estados Unidos. Casado.

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