Por Gustavo Robreño Dolz
Como diría un cronista teatral, “cayeron las cortinas” de los juegos Olímpicos de verano celebrados esta vez en París, coincidentes con una situación mundial convulsa e impredecible que ya alcanza hasta poner en duda el futuro de la humanidad y no solo por el tan mentado cambio climático.
En ese sentido, representaron siquiera una ventanilla, un atisbo de fraternidad, amistad y cooperación entre los pueblos y pudieron desarrollarse en un ambiente de paz y comprensión que en mucho contribuyeron a sus resultados deportivos exitosos.
Los juegos de París proyectaron esas luces en momentos particularmente complejos, aunque no fueran capaces-obviamente- de hacer olvidar momentos terribles como la masacre del terrorismo sionista israelí contra la franja de Gaza y su saldo diario de víctimas inocentes entre niños, mujeres y ancianos.
Pero las luces deportivas de esta Olimpiada ya venían eclipsadas desde hace tiempo atrás como consecuencia de un dilatado, pero evidente e intencionado, proceso de politización, comercialización y profesionalización de las que en el pasado fueron las ideas generosas y desinteresadas del barón francés Pierre de Coubertin, iniciador del olimpismo.
Hoy las olimpiadas van convirtiéndose cada vez más en una gran empresa multinacional donde priman y deciden los intereses de los poderosos y ven reducirse en ellas las posibilidades de los que menos tienen, aun entre los países relativamente menos desarrollados y los pobres.
Ello es extensivo también a las competencias regionales y los campeonatos de las diversas disciplinas, todos infectados por el germen comercial y negociador, incluido el cobro de los exorbitantes “derechos de televisión” que constituyen buena parte de esos afanes.
La exclusión arbitraria y claramente politizada de Rusia y Bielorrusia y las amenazas a China forman parte también de las sombras proyectadas sobre el olimpismo actual.
Sería deseable que los resultados de París 2024 en sus diferentes aspectos, donde se mezclaron claramente luces y sombras, sirvan para recapacitar o reexaminar los extremos más dañinos al olimpismo mundial-como los que hemos apuntado- y ese movimiento recupere los valores originales, restableciéndolos como factor internacional de peso sin exclusiones ni discriminaciones y con igualdad de oportunidades para todos tal cual los concibieron Coubertin y sus fundadores.
Que el movimiento olímpico mundial sea un acompañante de la paz, lejos de ser un atizador de sanciones, incomprensiones y conflictos ajenos al deporte, actuando siempre con justicia y equidad.
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