Septiembre es un mes de esperanza y luto para los pueblos latinoamericanos y por ello mismo, aleccionador. El día cuatro de ese mes de 1970, la izquierda coaligada en la Unidad Popular, ganó el gobierno de Chile por la vía electoral, con Salvador Allende como su líder y con el soporte de un amplio frente unitario que había abarcado a los partidos marxistas, socialdemócratas, parte de la democracia cristiana y organizaciones obreras y campesinas. Solo así fue posible la derrota electoral de la hegemonía oligárquica de larga data.
Por Luis Onofa
Colaborador de Prensa Latina
Sin embargo, tres años después, el 11 de septiembre de 1973, un complot fraguado por la derecha chilena, el poder imperial estadounidense, la CIA, la transnacional ITT y la traición de una facción de militares chilenos dio un sangriento golpe de Estado que llevó al poder a Augusto Pinochet, en medio de desacuerdos tácticos y estratégicos al interior de la izquierda chilena.
Ese proceso dejó algunas lecciones a la izquierda latinoamericana. En primer lugar, no hay proceso revolucionario que triunfe sin la unidad de sus protagonistas. Esa unidad debe ser capaz de superar todas las pruebas.
En segundo lugar, el soporte indispensable de cualquier proceso de cambios profundos es el pueblo: los partidos de izquierda que se coaligaron tenían bases populares, obreras y campesinas organizadas.
En tercer lugar, cualquier proceso de cambios profundos, que afecte los intereses económicos, políticos y estratégicos de Estados Unidos y las transnacionales, debe contar inevitablemente con un factor adverso: la intervención abierta o velada de los poderes hegemónicos mundiales con su enorme capacidad política, militar y económica.
Todos estos factores no son nuevos en la historia política de este continente. La experiencia de unidad la han vivido en su tiempo todos los líderes de los procesos de cambios profundos latinoamericanos. Los han experimentado Cuba, Uruguay, Brasil, Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Ecuador, Honduras, El Salvador, Guatemala, Colombia y México, entre otros.
Ecuador camina a las elecciones presidenciales y legislativas del próximo año con una izquierda que ha logrado acuerdos básicos. En las conversaciones que mantuvieron por breve lapso varias agrupaciones políticas y sociales se comprometieron a no atacarse mutuamente durante la primera vuelta de la campaña electoral, y crearon las condiciones para mantener un diálogo y elaborar un programa de gobierno que perdurará más allá de la contienda electoral.
Un informe que evalúa los encuentros en los que participaron decenas de organizaciones, califica como “hito histórico” ese compromiso “ético”, en una izquierda que ha adolecido de la debilidad de confrontarse a sí misma.
Esa resolución que, en la narrativa de la derecha y la comunicación masiva hegemónica representa un fracaso en la búsqueda de un consenso, sin embargo, es alentadora porque evitará que las llamas con las que la derecha intentará incendiar el camino de la izquierda causen menos estragos y ésta llegue destrozada a la segunda vuelta, en caso de que vuelva a confrontar con la derecha, como ha ocurrido en las dos más recientes contiendas electorales.
Además, las organizaciones que participaron en el encuentro de la izquierda dejaron abierta la posibilidad de elaborar un programa de largo plazo, factor que no solo define y da claridad a un gobierno, sino que lo cohesiona.
El arco de la izquierda, incluida la centroizquierda es tan amplio que, de plasmarse la unidad, podría lograr una victoria en primera vuelta. Pero su dilatado trajinar en la política ha dejado fracturas tan fuertes que, sumadas a los corsés legales que norman la vida de las organizaciones políticas del país, se han entrecruzado para vencer la vocación unitaria de algunas de ellas e impedir que se consume la unidad.
La Revolución Ciudadana (RC) y la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie), las organizaciones de izquierda de mayor peso político y electoral en el país enfrentan desencuentros y diferencias programáticas que los medios hegemónicos los atizan cada vez que advierten la posibilidad de una alianza.
Irán a la primera vuelta electoral con binomios presidenciales propios: RC con Luisa González a la cabeza y Pachakutik, expresión política de la Conaie, con Leonidas Iza. Una fracción del Partido Socialista correrá con Pedro Granja. Unidad Popular lo hará con Jorge Escala.
La izquierda ecuatoriana enfrenta un reto. Debe responder a una demanda popular. Ecuador necesita retomar el camino que inesperadamente perdió hace siete años, cuando Lenín Moreno rompió de manera abrupta la continuidad del programa progresista de la Revolución Ciudadana para abrir el camino a un neoliberalismo que está destrozando la economía del país, inclusive su identidad cultural y su soberanía, y causando estragos en el pueblo.
La economía permanecerá estancada o retrocederá este año. Igual perspectiva se presenta para el próximo. Sus efectos se traducen en un desempleo y subempleo que alcanzan a más del 50 por ciento de la población, inseguridad y deterioro de los servicios públicos, cuya dramática expresión son las largas colas que se presentan a la vera de alguna empresa que de vez en cuando oferta empleo; las compras de medicinas a las que se ven obligados los usuarios de las casas de salud públicas; los apagones eléctricos que periódicamente afectan al país y los asesinatos entre grupos vinculados al narcotráfico que a diario ocurren en las calles de algunas ciudades.
arb/lo