Firmas selectas

Artículos de Opinión, comentarios y análisis

sábado 17 de mayo de 2025

Esplendor y vigencia de Miguel Ángel Asturias

Por José Luis Díaz- Granados

Un día 19 de octubre del año 1899, hace exactamente ciento veinticinco años, nació en Ciudad de Guatemala uno de los más importantes escritores de Nuestra América, Miguel Ángel Asturias, a quien debemos, además de su hermosa combinación de verbalidad perfecta con la más inusitada eufonía, el conocimiento profundo de la sabiduría de los pueblos originarios y de sus maravillosas tradiciones y leyendas.

Siendo estudiante en París en 1924, trabajó bajo la dirección del profesor Georges Raynaud en la traducción del Popol-Vuh, el libro sagrado del Quiché, y años más tarde dio a conocer su primera obra Leyendas de Guatemala, la cual le dio notoriedad entre los círculos intelectuales parisinos, debido no solo a la carta-prólogo de Paul Valéry, uno de los más emblemáticos poetas franceses del siglo XX, sino a la portentosa y exuberante imaginación narrativa allí revelada.

Sus primeros poemas nos muestran a un Asturias más preocupado por la sonoridad y la belleza formal que del sentimiento, pero fue una novela, El señor presidente- que había comenzado a escribir en 1920 y culminado en 1933, pero que sólo pudo publicar en 1946, debido a la censura en su país controlada por el gobierno de entonces-, la que consagró su nombre como una de las voces más significativas del continente mestizo. Allí denunciaba las atrocidades y falacias de un tirano criollo a través de un idioma elegante entremezclado con juegos del lenguaje, onomatopeyas y experimentos surrealistas.

Asturias escribió novelas colmadas de una bella exuberancia nunca antes vista en nuestras tierras, como Hombres de maíz y Mulata de tal, y de denuncia contra el saqueo imperial a través de las compañías bananeras como Viento fuerte, El papa verde y Los ojos de los enterrados.

Hace exactamente 70 años una invasión financiada por el gobierno de los Estados Unidos y coordinada por la Central de Inteligencia Americana (CIA) derrocó el gobierno popular de Jacobo Arbenz (heredero del presidente progresista Juan José Arévalo) y Asturias probó las penurias inenarrables del exilio. Pero su parábola vital no cesaba en desbordarse de pasión creadora y maravillosas esperanzas.

Exiliado en Argentina y más tarde en Florencia, Italia, y París, Miguel Ángel Asturias escribió sin descanso poemas, fábulas y versos para niños, cuentos, novelas y ensayos políticos y viajó por el ancho y bello mundo predicando la paz, la solidaridad y la amistad entre los pueblos.

En 1956 publicó un libro de relatos sobre la infame agresión a su país, titulado Week-End en Guatemala, y dos prosas poéticas que fueron muy bien recibidas por lectores y críticos, El alhajadito y El espejo de Lida Sal, publicados en 1961 y 1963, respectivamente.

Su obra poética, dispersa en revistas, plaquettes y antologías, fue recogida en un volumen titulado Sien de alondra, con prólogo del polígrafo mexicano Alfonso Reyes titulado “Flecha poética” y dibujos de Toño Salazar. También por esos días escribió un canto a Bolívar y unos Ejercicios poéticos en forma de soneto sobre un tema de Horacio.

En 1965 recibió en la Unión Soviética el Premio Lenin de la Paz y cuando se le entregó el Premio Nobel de Literatura en 1967 ya Asturias era admirado en el mundo como uno de los autores más enriquecedores del realismo mágico americano- también llamado “lo real maravilloso”-, junto a Alejo Carpentier, Jorge Luis Borges y Juan Rulfo.

Al morir, el 9 de junio de 1974 en Madrid, España, dejaba varios libros inéditos y en preparación, especialmente uno de poesía que alcanzó a titular: Sonetos de Miguel Ángel de los sonetos. Uno de ellos, llamado «Don Quimero», en alusión a sí mismo, dice así en sus dos cuartetos:

Mi libertad llamadla fantasía,
en todo lo demás soy prisionero.
Cárcel, la realidad, la noche, el día,
la carne, el mundo, todo lo que quiero.

Sólo me quedas tú, Santa Utopía,
para huir de mi instinto carnicero,
soñar despierto, sentirme todavía
como era yo cuando era Don Quimero.

Hoy como nunca, entre tanta tiniebla caótica que pretende cubrir el mundo, cobra una luminosa actualidad las palabras iniciales de su novela estelar El señor presidente:

“¡Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre! Como zumbido de oídos persistía el rumor de las campanas a la oración, maldoblestar de la luz en la sombra, de la sombra en la luz. ¡Alumbra, lumbre de alumbre sobre la podredumbre, Luzbel de piedralumbre! Alumbra, alumbre, lumbre de alumbre… alumbra… alumbra… alumbra, lumbre de alumbre… alumbra… alumbre”.

rmh/jldg

Logo de Prensa Latina
Más artículos :

……………………………………………….

Las opiniones expresadas en estos artículos son responsabilidad exclusiva de sus autores.

……………………………………………….