Por Luis Casado
Que la pretendida ciencia Económica fue y será una porquería ya lo sé, en el quinientos diez, y en el dos mil también. Lo que resulta difícil comprender es cómo y porqué en Chile nos tragamos toda esa basura y la repetimos como loro borracho día a día sin hacer el más mínimo esfuerzo crítico.
He tenido la ocasión de abordar el concepto de “atractividad país”, que se resume en facilitarle a cualquier boludo con plata garcharse al personal, pasarse por salva sea la parte las reglas y las leyes locales, emporcar el país y llevarse lo que tiene algún valor. Algo así como el compadrito que llega a un burdel -lupanar, lenocinio o casa de putas- equipado con fajos de dólares y, apoyado en tan sólido argumento, las pide todas. El primero que corre a ofrecer un 42 es el cabrón, regente del lugar, dicho sea con todo irrespeto por el Cabrón que le dio origen al remoquete gracias a otro tipo de crímenes.
Uno tiene que tragarse los estólidos discursos a propósito de la competitividad- en Chile dicen competitiáh – noción que no tiene asidero alguno si consideras que para la ciencia Económica la Naturaleza no existe, no cuenta, o es gratuita y tiene, además, el insigne mérito de ser infinita.
Ya me dirás tú cómo comparamos la competitividad de Chile y Uganda en materia de producción, sabiendo que no hay yacimientos de cobre en el país africano, muy especializado en la producción de café, té, algodón, tabaco, tapioca, legumbres y flores que Chile no produce.
Contemporáneamente, para producir lo que hoy produce el planeta consumimos una cantidad prodigiosa de energía, sobre todo energías fósiles- gas, petróleo, carbón – provenientes, como su nombre lo indica, de organismos que en su día fueron vivientes.
Como todo hijo de vecino tú conoces la fórmula de Einstein E = m +c2. Queda por comprender lo que ella significa. En la Física actual creemos saber que la masa no es sino una de las manifestaciones de la energía, energía que se manifiesta en cambios de estado. Cada cambio de estado consume y/o genera energía.
La utilización masiva de energías fósiles en los procesos productivos libera dióxido de carbono e hidrógeno, lo que cambia significativamente los datos fundamentales de la naturaleza en que vivimos y se traduce, entre otros, por el cambio climático.
No sólo la atmósfera se ve afectada: el CO2 se disuelve en el agua, forma ácido carbónico (H2CO3) y libera iones de hidrógeno (H+), aumentando así la acidez oceánica y amenazando la flora y la fauna marítima.
Cuando la ciencia Económica cacarea a propósito de la competitividad y el libre mercado no considera estos fenómenos. Si no me crees vete a examinar la contabilidad de las empresas. No los verás por ningún lado.
Detalle que tiene su importancia, años más años menos, la producción de energías fósiles ya dejó atrás su máximo posible, y decae gradualmente. El descubrimiento de nuevos yacimientos decrece cada año en volumen y en cantidad explotable. Las energías alternativas, nuclear y/o renovables, no dan ni darán el ancho para sostener la ambición demencial del crecimiento permanente.
El delirio megalomaníaco de los “expertos” que nos gobiernan, llamando cada día de Dios a aumentar indefinidamente el “crecimiento”, no pasa de ser una volada sin grifa, sin falopa y sin anfetaminas. Un conocido estudioso del tema energético, Jean-Marc Jancovici, señala: «Problema: nuestro PIB es un indicador económico que no entrega ninguna señal sobre el estado
del stock de recursos naturales”.
Estos últimos- contrariamente a lo que asume la ciencia Económica – no son infinitos. El cobre, el molibdeno, el oro, la plata, el hierro, el plomo, el zinc y el manganeso se agotarán un día y, entretanto, su explotación se hará cada vez más costosa y requerirá más y más energías fósiles, esas mismas que comienzan a faltar.
No lo tengo por una referencia absoluta, pero el Diario Financiero del 29 de noviembre de 2023 destacó una advertencia de Máximo Pacheco, presidente de Codelco: “Inventarios de metal rojo llegan a su nivel más bajo en 30 años y en las bolsas de metales hay cobre para 10 días”. Uno supone que Pacheco sabe lo que dice y que lo suyo no forma parte de una campaña de desinformación con propósitos especulativos.
Chile exporta en torno al 45 por ciento de su cobre refinado a China, y vende el 85 por ciento de sus concentrados en Asia. Otro resto se va a EEUU. Flotas de barcos propulsados por motores térmicos circulan por el mundo llevando las materias primas de diestra a siniestra, y los productos manufacturados de siniestra a diestra, con un balance de producción de dióxido de carbono que asusta.
Este ejemplo dista de ser el único. Una reflexión poco difundida pero de peso indudable concluye en que no se trata de crecer, sino de decrecer, para que la población mundial pueda continuar viviendo en un sistema coherente con los recursos disponibles. Población cuya dimensión creció explosivamente desde los inicios de la Revolución Industrial desde 500 millones de seres humanos a más de ocho mil millones hoy en día, y subiendo.
La realidad muestra que nuestras sociedades están habituadas a pensar en términos de crecimiento, de expansión, de volúmenes mayores. Adaptarse a una realidad que impondrá tarde o temprano la frugalidad, las restricciones, la reducción inevitable de la distancia entre el productor y el consumidor… será una experiencia dolorosa.
Adivina quiénes, una vez más, pagarán el pato de la boda.
rmh/lc