Entremos en materia. Hoy por la mañana la prensa financiera y económica parisina nos ofreció un titular de esos que espantan hasta las moscas, mira ver:
Peligrosa escalada de la deuda mundial
El mundo continúa acumulando deudas. El contador volvió a subir en siete billones de dólares en el 2024 y alcanzó el nivel récord de US$ 318 billones.
Dicho así, te toca una sin mover la otra.
Puesta en cifras, la deuda mundial asciende a US$ 318.000.000.000.000 lo cual una vez más te deja tan frío como un Inuit esperando que los yanquis invadan Groenlandia.
El Instituto Internacional de Finanzas (estas boludeces existen…) califica la evolución de la deuda mundial de peligrosa dinámica. En su último Global Debt Monitor la institución llama a la prudencia:
Los grandes solicitadores de crédito, o sea los Estados más dependientes de los inversionistas internacionales para financiar sus déficits, deben prepararse para vivir una creciente volatilidad de los mercados obligatarios.
El PIB de las 30 principales economías del mundo sumaba el año pasado (2024) pinches US$ 95 billones… Esto quiere decir que la deuda soberana representa más de tres veces el valor de la producción planetaria anual.
Ya sé que tu no debes nada, o no mucho, a los pringaos nadie nos presta plata. Lo malo es que quienes pagamos el pato somos precisamente nosotros, los pringaos.
El régimen de Macron, en Francia, propone dos o tres brillantes ideas para reducir el déficit y las deudas: no reajustar las mediocres pensiones, hacer trabajar gratuitamente al personal tres días al año y prolongar los años de trabajo antes de la jubilación.
Mientras tanto los dividendos que reciben los propietarios de acciones de los principales grupos financieros, industriales y comerciales baten récords año tras año y están exentos de impuestos.
Como quiera que sea, la deuda es cosa de los poderosos. Según el Instituto Internacional de Finanzas el incremento lo provocan cinco países: EEUU., China, India, Francia y Brasil, que este año 2025 debiesen agregarle a la deuda total unos US$ cinco billones más.
El primer deudor son los EEUU. Si cuentas la población, cada ciudadano- niños y ancianos incluidos-, debe algo más de 105 mil dólares. Esto equivaldría, en Chile, tomando el salario promedio (unos US$ 830 mensuales según el INE) a que cada chileno/a debiese 11 años de su salario mensual. ¡Once años!
El que manda en EEUU., el oligarca Elon Musk, posee un imperio industrial que- según el Washington Post- en 20 años recibió US$ 38 mil millones en contratos y ayudas públicas. En Francia las «ayudas» públicas al gran capital se cifran en cientos de miles de millones de euros cada año. Para conocer lo que ocurre en Chile, pregúntale a Mario Marcel…
Todo lo cual contribuye a comprender de dónde vienen las deudas. Esta generosidad tiene lugar en todos los sitios en los que manda el gran capital.
Como es fácil comprender, los déficits provienen del desequilibrio entre gasto y entradas. Eso, hasta François Mitterrand lo había comprendido, quien alguna vez declaró:
«La economía es simple. Son dos columnas: una de gastos y otra de entradas. Cualquier dueña de casa se lo diría…».
Esto explica- una vez más- porqué el tema principal de la Economía es la distribución del producto. Mientras menos reciben los pringaos, más atesora el riquerío. Como dijo alguien, la lucha contra la pobreza es un ejercicio inútil: el fondo del problema no es la pobreza, sino la opulencia.
Nuestro enano local, Macron (o Micron, si prefieres) se las arregló en siete años para aumentar la deuda pública de manera desastrosa (en más de un billón de euros), superando el ciento por ciento del PIB anual.
El método fue muy sencillo: mantuvo el nivel del gasto y redujo la recaudación en unos 70 mil millones de euros al año. Minimizó los impuestos del gran capital, de los multimillonarios, de los poderosos, afectando directamente así al 98- 99 por ciento de la población que tendrá que hacerse cargo el reembolso de la deuda pública.
Cada ciudadano francés- niños y veteranos incluidos- debe más de €50 mil, lo que para la inmensa mayoría de la población representa casi dos años de salario (el salario promedio bruto es de dos mil 587 euros, según el INSEE).
Los distinguidos economistas siempre se dieron maña para explicar sus teorías del modo más claro posible, como por ejemplo Vilfredo Pareto, a quién le debemos esta brillante reflexión:
«Es agradable participar de un impuesto que uno no paga»
Su colega Milton Friedman, conocido defensor de los derechos de los potentados, definió cual es la función de las empresas en el seno de la sociedad:
«La responsabilidad social de las empresas consiste en aumentar el lucro».
Admitamos. Ahora bien, cualquiera sea el nivel de productividad de una sociedad, de la masa de trabajadores, de quienes generan la riqueza con su trabajo, hay una verdad que surge naturalmente de lo que he calificado siempre como el tema principal de la Economía, y que es la distribución del producto. Esa verdad es puramente aritmética y la entiende cualquiera que sepa sumar y restar:
No puede haber un aumento del lucro sin una caída de los salarios.
Los neofascistas chilenos, como un tal Kaiser que busca ser candidato a la presidencia, tienen asesores que maman la leche de economistas de lo que se dio en llamar la Escuela Austríaca, como por ejemplo Ludwig von Mises, quién- copiándole al Mercurio que habla de «usurpaciones» refiriéndose a la toma de terrenos baldíos por parte de quienes no tienen vivienda- se refiere a los impuestos del modo que sigue:
El impuesto progresivo es un modo exagerado de expropiación.
Claramente, para estos tipos, la progresividad del impuesto en función de la parte que recibes de la riqueza creada por el trabajo de todos… es una «expropiación».
Otro célebre bárbaro primitivo de la misma banda, un tal Friedrich Hayek, famoso por las mismas razones, es decir la defensa del riquerío, dijo lo mismo con otras palabras:
La progresividad (del impuesto) no es sino una invitación abierta a la discriminación.
Los impuestos en las sociedades modernas financian la Educación pública, la Sanidad pública, los servicios a la población, la construcción de infraestructuras, contribuyen a satisfacer la necesidad de viviendas, de transportes y de cientos de necesidades evidentes que, de un modo u otro, devienen una parte indirecta del salario que gana un trabajador.
Los economistas «modernos» descubrieron que eliminando todo lo público… ese billete se va directo a los bolsillos del riquerío. Después de todo, Margaret Thatcher llegó hasta afirmar que «lasociedad no existe». La población puede vivir en las cavernas mientras el barrio alto disponga de todo.
De modo que, bien mirado, la colosal deuda soberana planetaria no es sino parte de la inimaginable concentración de la riqueza en pocas manos. Elon Musk y sus semejantes ni siquiera agradecen: piden más. Y más. Y más.
En medio de este mambo hay quienes promueven y practican el llamado «consenso», gentes de buena compañía, enemigos de las luchas sociales y del cambio radical. No constituyen ninguna novedad, y siempre fueron despreciados por la oligarquía y los aristócratas. Winston Churchill, uno que no carecía de chispa, los definió de una vez por todas:
Un apaciguador es alguien que alimenta al cocodrilo… esperando que se coma a otro antes que a él.
Para terminar esta parida no puedo sino evocar el nombre de otro economista (pululan, es una verdadera plaga…) llamado Paul Krugman, quien asegura que la deuda mundial nunca se pagará, que por lo demás vale callampa u hongo, y que hay otras cosas de las que ocuparse.
¿En serio?
(Nota: el 22 de mayo del 2021 publicamos una nota de Luis Casado con exactamente el mismo título. De ahí que esta parida lleve la precisión El retorno. La demencial deuda pública de los grandes países no es reciente).
rmh/lc