La escandalosa disputa televisada ante el mundo entero entre Volodimir Zelensky y Donald Trump desenmascaró la sórdida alianza contra Rusia que desencadenó el conflicto ucraniano, puso los «trapos sucios» al aire y terminó por atemorizar a la vacilante Unión Europea, a la que Biden arrastró hasta incorporarla sin motivos al citado conflicto y ahora se encuentra arruinada y asustada, dando carreras y sin saber a dónde mirar.
Para la opinión pública mundial es también una enseñanza de lo que puede ocurrir cuando se actúa sin principios, persiguiendo solo intereses materiales y vulnerando a capricho la legislación internacional, el futuro, la tranquilidad y la paz para su propio pueblo.
Ahora resulta que los cómplices de ayer son los rivales encarnizados de hoy y pretenden aparecer como abanderados de una solución justa y pacífica que nunca aceptaron, llevados por la ridícula ilusión de aplastar a Rusia en esta ocasión.
En el caso de Estados Unidos, hay evidentes razones de política interna mezclada en todo esto y también implicaciones personales y de negocios, que parecen aflorar en medio de una atmósfera de peculado y de preparativos electorales desde ahora hasta dentro de cuatro años.
Por la parte ucraniana, no le basta a Zelensky seguir prolongando la guerra y llevando a su pueblo al matadero, sin aprovechar todas las oportunidades para haber logrado una paz con honor, como le propusieron China y Brasil y aún la propia Rusia.
Los esperanzadores Acuerdos de Minsk fueron traicionados y pronto se supo que no fueron más que una farsa para ganar tiempo y saturar a Ucrania con la «ayuda» militar y económica que se requeriría para la campaña antirrusa, larga y costosa.
De ahora en adelante todo podrá ser más difícil y complicado, pues la pérdida de confianza entre los anteriores aliados solo conducirá a mayores enredos, desencuentros y fisuras.
La desconfianza entre ellos tiende a crecer, pues no olvidemos que entre lobos anda el juego…
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