Por Sergio Rodríguez Gelfenstein
No conocemos el impacto que habrá causado en los habitantes de las islas Heard y McDonald la imposición de 10 por ciento de aranceles a sus exportaciones por parte de la administración Trump.
Lo más probable es que nunca lo sepamos, porque la población de esos territorios está compuesta sólo de pingüinos, focas, tortugas y aves marinas. Hace más de diez años desde la última vez que un humano pisó tales islotes rocosos de 412 Km² ubicados a medio camino entre Australia y África, cuya actividad económica sustentada en la producción de aceite de elefante marino y cazas de focas finalizó en 1877.
Esta decisión nos permite- de alguna manera- comprender la dimensión de las recientes medidas tomadas por Estados Unidos a fin de desatar una “guerra comercial” contra el mundo, que supone una verdadera hecatombe sistémica cuyas consecuencias todavía están por verse.
No parece fácil hacer ese ejercicio, avezados economistas hablan de “fin de la globalización”, “catástrofe sistémica” o “destrozo del sistema de comercio mundial por una falacia económica básica”, según afirma el reconocido profesor de economía de la Universidad de Columbia Jeffrey Sachs, quien asegura que Trump afirma erróneamente que el déficit comercial de Estados Unidos se debe a que el resto del mundo lo ha estafado.
Otra opinión autorizada, la de la Asociación Económica Estadounidense señala que “la fórmula usada para fijar los aranceles, publicada por la Oficina del Representante Comercial de Estados Unidos, tiene un error y carece de lógica económica”, asegurando que “el cálculo de los aranceles no tiene respaldo ni en la teoría económica ni en el marco legal del comercio internacional”. Esta prestigiosa institución considera que si se corrigieran los errores de cálculo, se podría impulsar la economía del país, favoreciendo la liberalización del comercio y reduciendo el riesgo de una posible recesión.
De manera que las acciones de Trump no tienen sustento teórico ni siquiera en la doctrina económica del capitalismo. No obstante, tampoco se trata de hacer una simplificación diciendo que lo que está ocurriendo es una total locura. No lo creo, no creo que el mundo esté sufriendo un fuerte colapso sistémico motivado en una disfunción siquiátrica del jefe de la administración del país más poderoso del planeta.
Pienso que todo obedece a un plan fríamente elaborado y calculado. La política es un hecho racional en el que lo subjetivo tiene mayor o menor influencia en la medida del protagonismo de los actores, ya sean estos individuales o colectivos. Pero cuando lo irracional supera lo tangible, estamos ante una situación que sale de los límites normales de análisis. Tendrían los siquiatras y sicólogos que transformarse en científicos sociales para explicar lo que está sucediendo.
No se trata de locura, más bien de estupidez, estulticia, insensatez o como quiera llamársele. Y esos no son rasgos que caractericen una enfermedad mental, sino expresiones propias de la arrogancia y la prepotencia capitalista como respuesta a una situación en la que las cosas no están saliendo como se desean, es decir, de la misma manera que ha venido ocurriendo al menos durante los últimos 250 años o, muchos milenios antes si nos atenemos a la existencia de sociedades de clases donde los poderosos han impuesto voluntad por la fuerza.
Como si fuera un monarca que ostenta todas las potestades, Trump pasa por encima de los poderes legislativo y judicial, desbaratando con su práctica la quimera del equilibrio de dominios que asume la retórica liberal. Pero así como Roma tuvo a Calígula y el imperio otomano a Solimán, Trump caerá por la propia fuerza del sistema que pretende derrumbar a fin de maximizar las riquezas de un sector minoritario de la plutocracia estadounidense.
En una actitud supremacista nunca antes enarbolada por otro presidente estadounidense, Trump, actuando incluso al margen de una mínima racionalidad, supone que su país tiene una potestad y un mandato planetario que no puede ser puesto en tela de juicio. Su mentalidad ególatra y arrogante no le permite reconocer errores, por lo que se ha rodeado de amigos y familiares que lo alaban en demasía y siempre le encuentran la razón.
Han transcurrido tres meses desde su llegada a la presidencia de Estados Unidos, el mundo aun no despierta de la medición de las consecuencias de lo que observa en la superficie, para comenzar a atisbar que lo que está ocurriendo va más allá de un simple temblor que se siente en la corteza para ir comprendiendo que en realidad se está en el epicentro de un violento terremoto en lo más profundo de la estructura del sistema capitalista. No se trata solo de “hacer grande a Estados Unidos de nuevo”, por sobre todo, lo que intenta Trump es salvar el dólar, salvar la hegemonía de Estados Unidos y salvar al sistema capitalista que se debate en contradicciones propias de su etapa imperialista cuando el crecimiento inconmensurable de los monopolios destruye la competencia que es consustancial al sistema.
Esto no es nuevo, ya en la década de los 70 del siglo pasado dio inicio una crisis de dimensiones estructurales a la que se le intentó dar respuesta implantando el neoliberalismo a nivel planetario, suponiendo que sería la panacea para superar lo que se consideraba un impasse superficial y cíclico. Esto trajo niveles superiores de explotación de los asalariados, violación de las normas y valores más elementales de la democracia liberal que le había dado sustento al sistema durante dos siglos y la generación de conflictos y guerras para activar el aparato industrial militar como forma de salir de la crisis.
Sin embargo, como las medidas tomadas durante medio siglo no han apuntado a solventar el problema de fondo, este se ha profundizado hasta hacerse inmanejable. El déficit de Estados Unidos llegó a 59 mil millones de dólares en 1980. En ese mismo año, la deuda federal total ascendía a 914 mil millones de dólares, un aumento de 532 mil millones desde 1970. El 2 de enero de 2025 el límite de la deuda se restableció en 36.104 billones de dólares, mientras que el déficit fue de dos billones de dólares o el siete por ciento del PIB. Vale recordar que en ese período han gobernado presidentes republicanos y demócratas, de manera que no tiene sentido echarle la culpa a unos u otros, mucho menos tomar posición como si esa fuera la causa de lo que ocurre, al tiempo que se pretende ocultar la crisis sistémica.
Sachs explica que “el déficit comercial de un país (o, más precisamente, su déficit en cuenta corriente) no indica prácticas comerciales desleales por parte de los países con superávit. Indica algo completamente distinto. Un déficit en cuenta corriente significa que el país deficitario gasta más de lo que produce. Es decir, ahorra menos de lo que invierte”.
En el caso de Estados Unidos, se debe mantener un modo de vida sustentado en un despilfarro crónico, sobre todo de la clase dominante y de una clase media que gasta, creyendo que es inmune a los vaivenes de la economía. Sachs refiere también que esta crisis está motivada en “déficits presupuestarios crónicamente elevados derivados de recortes de impuestos a los ricos, combinados con billones de dólares desperdiciados en guerras inútiles. Los déficits no son la perfidia de Canadá, México y otros países que venden más a Estados Unidos de lo que Estados Unidos les vende a ellos”.
Estados Unidos debe sostener 800 bases militares en todo el mundo, en las que un millón 240 mil soldados totalmente improductivos deben ser mantenidos por el Estado. Así mismo debe financiar 11 fuerzas de tarea de portaviones que están en constante e innecesario desplazamiento por todos los océanos del planeta. De paso, es bueno recordar que los hutíes de Yemen, el país más pobre del Asia occidental, se han encargado de demostrar su total ineficiencia. Según Trump, la guerra en su expresión bélica no es el mejor negocio para Estados Unidos, por ello recurre a la guerra económica pensando que este expediente si puede llevar a Estados Unidos a una victoria.
No obstante, no se debe olvidar que, conceptualmente “la guerra es la continuación de la política por medios violentos” y que según Lenin, “la política es la expresión concentrada de la economía”, de manera que todo lo que está sucediendo tiene única y exclusivamente causas económicas, léase crisis económica del capitalismo y de Estados Unidos.
Suponer- como lo hace Trump- que esta guerra la va a ganar por vía del aumento de aranceles y que ello va a conducir a que los países del mundo eliminen los propios, que las empresas se van a trasladar ipso facto a Estados Unidos, que cada país no va a manipular sus monedas como medida de protección y que todo el mundo se va a volcar a comprar productos estadounidenses… producidos en Estados Unidos, no deja de ser una quimera de un arrogante malcriado.
Algunas consecuencias de estas medidas ya se comienzan a percibir. El primer golpeado es el propio pueblo de Estados Unidos. Algunos de los más connotados economistas estadounidenses han anunciado que el déficit comercial de su país no podrá ser cerrado, por el contrario, creen que las medidas tomadas empobrecerán a los ciudadanos norteamericanos y perjudicarán al resto del mundo. Justin Wolfers profesor de economía de la Universidad de Michigan, cree que el costo de la vida en su país aumentará un seis por ciento ya que las empresas trasladarán los costos adicionales a los consumidores. Por otro lado, a pesar de la opinión contraria de los voceros de la administración, analistas de JPMorgan vaticinan que los aranceles de Trump muy probablemente sumirán a la economía global en una recesión este año.
En otro ámbito, pareciera que el bloque favorable a Trump en el Congreso de Estados Unidos comienza a resquebrajarse. Cuatro senadores republicanos se unieron a los demócratas para rechazar la política de aranceles de Trump en una votación clave. Esta decisión llevó a que el Senado adoptara una resolución por una votación de 51 a 48 destinada a bloquear los aranceles propuestos por la administración Trump sobre las importaciones canadienses.
Así mismo, en una respuesta inesperada para Trump, China que ahora enfrentará un arancel de 125 por ciento sobre sus exportaciones a Estados Unidos ha respondido a cada escalada de Washington. Esto podría aumentar sustancialmente los precios de varios bienes que los estadounidenses compran a China. Washington importó 439 mil millones de dólares en bienes de China el año pasado, la segunda fuente principal de importaciones detrás de México. No parece posible que Estados Unidos pueda ganar esta “guerra comercial” a China. Ya durante su administración pasada, el actual presidente intentó un conflicto de similares características, pero mucho más acotado, y lo perdió.
Las evidencias señalan que, más allá de sus promesas y a pesar de su avasallante retórica y sus determinantes decisiones, Trump no ha podido ocupar Groenlandia, no pudo imponer su plan para Gaza y no detuvo la guerra en Ucrania en 24 horas. Europa, los países árabes y Rusia respectivamente, se lo han impedido. Tampoco ha logrado vender las 100 mil visas de cinco millones de dólares que ofreció. Así mismo, nadie en el mundo ha dejado de llamar al Golfo de México por su nombre.
Incluso en el tema de las deportaciones ha sido “más la bulla que la cabuya”. Sin dejar de considerar que esto se ha hecho al margen del derecho internacional e incluso de la propia institucionalidad y las leyes de Estados Unidos, la administración Trump no ha podido cumplir lo que se ha propuesto. Al respecto mi colega y amigo Antonio García me recuerda que: “con respecto a las deportaciones, un aspecto que ha pasado bajo la mesa es que Trump, en un plazo similar a lo que va de su mandato, ha deportado menos gente que Obama y Biden. Las deportaciones de Biden fueron un escándalo en comparación a otras. Solo en 2024 llegaron a casi 300 mil, […] en un plazo similar superó a las que lleva Trump. Así que las `masivas´ deportaciones de Trump han sido un fracaso. Esa es la razón por la cual ha necesitado hacer escándalo con el Tren de Aragua y las deportaciones ilegales a El Salvador para de esa manera esconder su fracaso”.
De igual manera, pareciera que nadie le ha explicado a Trump la situación real de Estados Unidos. Según cifras aportadas por el portal Wofnon, cuando en 2008 el PIB per cápita de la Unión Europea era de 37 mil 203 dólares, el de Estados Unidos era de 48 mil 570, una diferencia de 11 mil dólares. En el año 2023, el de la Unión Europea fue de 41 mil 422 mientas que el de Estados Unidos llegó a 82 mil 769 dólares, es decir el doble. En estas condiciones, ¿alguien cree que un empresario europeo trasladará sus fábricas a Estados Unidos donde tiene que pagar el doble de salarios para producir lo mismo que en Europa a mitad de precio o en Asia donde paga el 20 por ciento?
Otro elemento de análisis es el desplome de las bolsas que no han cesado de caer desde el anuncio de la imposición de aranceles por Trump. Las cifras han oscilado desde el -2,77 por ciento del índice Nikkei de Japón hasta la caída del nueve por ciento de Apple.
Los hasta ahora aliados de Estados Unidos, sujetos aún a él por su subordinación en la OTAN y por bases militares que les proporcionan seguridad y defensa, han puesto el grito en el cielo. Desde Alemania a Australia, desde Suiza a Japón y desde Francia a Suecia, han hablado de “inquietud” y “aranceles más dañinos de lo esperado”. El gobierno de Bélgica, país sede de la OTAN, dijo que Estados Unidos «acabará quemándose a fuerza de jugar con cerillas»… Otros, como los presidentes de Argentina y Ecuador manifiestan subordinación plena al contentarse con los aranceles impuestos a sus países por ser menores que los de otros.
Pero lo que tal vez tenga mayor importancia y proyección de futuro es la propia reacción del pueblo de Estados Unidos. En manifestaciones solo comparadas a las que se opusieron a la guerra en Vietnam en la década de los 70 del siglo pasado, y bajo el lema ¡Manos fuera!, se realizaron en un solo día, el pasado sábado 5 de abril, alrededor de mil 200 manifestaciones en los 50 estados de la unión norteamericana en las que participaron más de 150 grupos sociales y alrededor de 500 mil ciudadanos para expresar su repudio y rechazo a las medidas tomadas por Trump que afectan su situación económica y sus derechos laborales y humanos.
Este conflicto que ha iniciado Trump no es coyuntural ni de corto plazo, no tiene carácter táctico. Es un error caracterizarlo y analizarlo como tal. No. Es estructural, de largo plazo y de carácter estratégico. Lo que está en juego es la sobrevivencia del capitalismo por un lado y la sobrevivencia de la humanidad por el otro…y recién está comenzando.
Ya lo señalaba Lenin en 1916: “La época de la fase superior del capitalismo nos muestra que entre los grupos capitalistas se están estableciendo determinadas relaciones basadas en el reparto económico del mundo; al mismo tiempo, y en conexión con esto, están creciendo determinadas relaciones entre los grupos políticos, entre los Estados, sobre la base del reparto territorial del mundo, de la lucha por las colonias, de la “lucha por las esferas de influencia”.
De esto hace más de 100 años, mucho ha cambiado el mundo, pero la esencia es la misma. Este es un conflicto sistémico, es mucho más que una guerra comercial o una confrontación geopolítica. Lo dice incluso, uno de los mayores multimillonarios del planeta, el inversor y gestor de fondos de cobertura estadounidense Ray Dalio, quien hoy, 9 de abril, en su cuenta X afirmó que: “Lo más importante a tener en cuenta es que estamos viendo una ruptura clásica de los principales órdenes monetarios, políticos y geopolíticos. Este tipo de colapso se produce solo una vez en la vida, pero ha ocurrido muchas veces en la historia cuando se dieron condiciones insostenibles similares».
Dalio agregó que estamos asistiendo al desmoronamiento del orden geopolítico a causa de que- según él- “la era del dominio de Estados Unidos ha terminado a raíz del enfoque unilateral de Washington que se ha plasmado en la guerra comercial, la guerra geopolítica, la guerra tecnológica y, en algunos casos, las guerras militares que ha liderado”.
Si alguien pregunta porque Estados Unidos arremete contra los que hasta hace poco eran sus aliados, también Lenin tiene la respuesta: “… es consustancial al imperialismo la rivalidad entre varias grandes potencias por hacerse con la hegemonía, es decir, para apoderarse de territorios, no tanto directamente para ellas mismas, sino para debilitar al adversario y minar su hegemonía…”.
Como dije antes, esto apenas está comenzando…
rmh/srg