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sábado 17 de mayo de 2025

La guerra [integral] no declarada de Estados Unidos contra China (II)

Por Sergio Rodríguez Gelfenstein

Nota: Hace tres semanas inicié la publicación de este artículo que por su extensión será publicado en tres entregas. Sin embargo, el fallecimiento del Papa Francisco y las conmemoraciones del 50 aniversario de la derrota de Estados Unidos en Vietnam y el 80 de la victoria en la Gran Guerra Patria de la Unión Soviética interrumpieron la zaga. Ahora la retomo con este texto.

La siempre presente “Teoría del Heartland” enunciada a comienzos del siglo XX por el geógrafo británico Halford MacKinder establecía que la potencia que controlara el Asia Central dominaría el mundo. Esta hipótesis se imbricaba con la idea de Zbigniew Brzenziski, de quien- a pesar de ser asociado al partido demócrata y por tanto despreciado en los círculos de poder del gobierno republicano- se asumía el postulado que refería a la necesidad de expansión de la presencia de Estados Unidos hacia el este hasta llegar a las fronteras con China

He aquí algunas de las causas del esfuerzo anti- chino de la administración Bush que llevaron a Condoleezza Rice a la secretaría de Estado, bajo la necesidad de unir energía y voluntad en el objetivo supremo de construir esa coalición contra Beijing que incluyera a India, Japón, Australia y la República de Corea. Por su supuesto, todo esto iba acompañado con un creciente armamentismo, el aumento del presupuesto del Pentágono y las agencias de seguridad y espionaje. En realidad, podría decirse que este es el verdadero trasfondo del asunto. Finalmente, y no por ello menos importante, convertir a China en el enemigo principal era un gran negocio para el Complejo Militar Industrial estadounidense.

El énfasis fue puesto en el desarrollo de la Armada, el componente de ataque más importante de las fuerzas armadas de Estados Unidos si se considera que la ofensiva es su primordial tipo de combate. El desarrollo de fuerzas de tarea alrededor de los portaviones estuvo en el centro del quehacer de los teóricos y de los altos mandos militares.

En términos castrenses, ello significó la articulación del entramado de bases militares y navales de Estados Unidos en Japón, Corea, Filipinas, el Pacífico y Australia, todo con el objetivo de “cercar” a China. Rice hizo un gran esfuerzo por incorporar a India a este conglomerado, toda vez que este país se encontraba vetado por el Congreso de Estados Unidos por su negativa a suscribir el tratado de No Proliferación Nuclear. Para lograrlo, el propio presidente Bush se abocó a solventar las dificultades proponiendo y logrando con India un programa de desarrollo de armamento nuclear apoyado por Estados Unidos que permitiría burlar el impedimento parlamentario.

Así, Estados Unidos comenzó a construir una telaraña terrestre y naval alrededor de China en sus límites orientales, occidentales y meridionales, considerando que su frontera norte comenzó a estar “resguardada” por la creciente relación con Rusia que tuvo un punto cúlmine con la creación de la Organización de Cooperación de Shanghái en junio de 2001 (antes de los atentados terroristas del 11 de septiembre) y que significó una nueva alerta para Estados Unidos en tanto que el siglo que comenzaba auguraba novedosas variantes geopolíticas que se alejaban del control de Washington.

En un primer instante, la disputa de los espacios cercanos a China no parecían inquietar a sus vecinos que pensaban que era posible mantener una dualidad de relaciones: política, diplomática y militar con Estados Unidos y económica con China cuyos planes iniciados en 1978 bajo la consigna de reforma y apertura, comenzaban a dar frutos que se manifestaban en su progresivo desarrollo económico, comercial y tecnológico y una gradual capacidad financiera y de intercambio comercial que ya no podía ser obviada por ningún país de la región y del mundo. En este ámbito, Estados Unidos comprendió que iba a tener que enfrentar un nuevo desafío en términos de la competencia científica y tecnológica que hasta el momento había dominado sin contratiempos. Y entendió que la única posibilidad era hacerlo con los dos instrumentos de poder que seguía manteniendo con superioridad absoluta: el militar y el cultural-comunicacional-mediático.

Beijing palpó lo que estaba ocurriendo y quiso mandar un mensaje de tranquilidad a Estados Unidos y al mundo. A través de Zheng Bijian, uno de los intelectuales más prominentes, quien había fungido como asesor del Consejo de Estado y de las más altas autoridades chinas y que había sido vicepresidente de la Escuela del Partido Comunista cuando -el en ese momento líder- Hu Jintao era su máxima autoridad, hizo saber la preocupación del gobierno chino respecto del escalamiento del conflicto que germinaba. En un artículo publicado en Foreign Affairs, Zheng afirmaba que China se proponía forjar su desarrollo a través de medios distintos a los conocidos.
La propuesta de Zheng se sustentaba en la búsqueda de un nuevo orden internacional a partir de “reformas graduales y la democratización de las relaciones internacionales” comenzando con un ascenso pacífico sustentado en cuatro estrategias: en primer lugar, lograr la trascendencia nacional sobre la base de una industrialización de alta tecnología, elevada eficiencia económica, bajo consumo de recursos, reducida contaminación y pleno aprovechamiento de los recursos humanos.

En segundo plano, el investigador planteaba que: “China no seguirá el camino de Alemania, que llevó a este país a la Primera Guerra Mundial, ni el de Alemania y Japón, que desembocó en la Segunda Guerra Mundial, cuando estos países se dedicaban a expoliar recursos y luchar por la hegemonía. China tampoco seguirá la vía de las grandes potencias que compitieron por el dominio del mundo durante la guerra fría.

Como tercer aspecto, la propuesta exponía que China superará sus anticuados métodos de administración, para lograr un mejor equilibrio entre todos los estamentos de la sociedad y hacer más sostenible y fluido su desarrollo. Finalmente, aseguraba que el quehacer global de China no se desplegaría a partir de juegos suma cero, sino ganar-ganar, a fin de que todos se beneficiaran.
El artículo de Zheng, fue replicado por Robert Zoellick, quien a la sazón era sub secretario de Estado para Asuntos Económicos y de Agricultura y había sido Representante de Comercio de Estados Unidos, cargo a través del cual aupó las negociaciones para llevar a China a la Organización Mundial de Comercio. En una comparecencia en el Comité Nacional de Relaciones entre Estados Unidos y China, una organización sin fines de lucro con sede en New York, que promueve el acercamiento entre los dos países, Zoellick pronunció un discurso que parecía bajar las tensiones fabricadas por el dúo Rice-Rumsfeld. Esto hizo evidente que al interior del gobierno de Estados Unidos había dos fuerzas, que si no estaban opuestas antagónicamente, al menos manifestaban de forma abierta miradas distintas de cómo manejar las relaciones con China.

En el contexto, observado desde afuera lo que se percibía era una actitud obsesiva de Estados Unidos respecto de China, lo cual auguraba una nueva era de bipolarización, siempre y cuando China aceptara el reto de encarar un conflicto en el que Washington creía que el único responsable era Beijing. En una clara provocación, muy alejada de la práctica diplomática, pocos días antes de su viaje a China en noviembre de 2005, durante una estadía en Japón, el presidente Bush hizo un llamado a la democratización de China, poniendo a Taiwán como ejemplo de sociedad libre. El gobierno chino se mantuvo inmutable, recibió la visita de Bush, pero cuando éste -ya en territorio chino- repitió su diatriba de alabanza a la democracia occidental el presidente Hu Jintao expuso que: «En el futuro, continuaremos teniendo en cuenta las condiciones nacionales chinas, seguiremos los deseos del pueblo chino y desarrollaremos políticas democráticas con características chinas, elevando sin cesar el nivel de los derechos humanos de la población».

El colofón de esta escalada del conflicto llegó durante la visita del presidente Hu a Washington en abril de 2006. El protocolo de la Casa Blanca aceptó sin contemplaciones la presencia en la rueda de prensa de una periodista de la secta Falun Gong que tiene una inveterada práctica en contra del gobierno chino. En esta ocasión dicha reportera increpó al presidente chino en presencia de Bush. En el mismo evento se anunció que se tocaría el himno de la República de China (nombre que Taiwán se da a sí mismo) en vez del de la República Popular China. El propio Bush se comportó públicamente de forma poco cordial e inamistosa con su colega chino. Las diferencias estaban tomando un curso superior en términos del conflicto.

Esta situación no varió mucho en los últimos años del gobierno de Bush. En 2008, además del triunfo electoral que llevó a Barack Obama a la presidencia, se desató la crisis financiera en Estados Unidos y Europa. El nuevo gobierno se vio abocado a enfrentar el gran problema que significaba el hundimiento de los mercados y la quiebra de la banca. Aunque China no salió indemne del apuro, su economía demostró estar mucho mejor estructurada para enfrentar esta situación. En este sentido, la crisis fue un nuevo “empujón” para que China siguiera reduciendo la distancia (aún enorme) entre su economía y la de Estados Unidos y Europa.

El gobierno de Obama comenzó bajo la estrategia del “compromiso” a través del cual, el persistente reclamo estadounidense sobre la situación de los derechos humanos en China pasó a un segundo plano, lo que parecía ser el allanamiento del camino hacia la búsqueda de sostener un diálogo bilateral constructivo. El presidente estadounidense llegó a afirmar que “para Estados Unidos, la ´relación bilateral más importante en el mundo` era la mantenida con China”, poniendo el centro de la política bilateral en los asuntos de seguridad, financieros y comerciales con Beijing. El geoestratega indio Brahma Chellaney señalaba que en ese momento, el eslogan acuñado por el secretario de Estado adjunto James Steinberg en relación con China era de “tranquilidad estratégica”.

Pero esta “tranquilidad” comenzó a revertirse en 2010 iniciando una política de “Reaseguramiento Estratégico” para la cual Estados Unidos empezó a aglutinar aliados. Obama hizo un viaje a Asia a finales de ese año para visitar Japón, Corea del Sur, India e Indonesia. Su nueva doctrina pretendía agrupar socios que hicieran presión sobre China para que ésta diera garantías de que su creciente poderío y presencia en la región y en el mundo no se iba a desarrollar a costa de otros países.

El experto mexicano en la región del Asia-Pacífico, Víctor López Villafañe apuntaba que esta nueva estrategia puso fin a décadas de gobiernos estadounidenses de ambos partidos que aceptaban que China jugara un papel relevante en pro de la paz mundial, así como un orden en Asia favorable a los intereses de Washington. Así mismo, esta nueva política conducía a reponer el papel protagónico de Estados Unidos en la región dándole apoyo a sus socios y aliados y la confianza de que no serían abandonados.

En 2011, la administración Obama ejecutó un cambio trascendental de su política hacia China al adoptar una nueva estrategia militar en la región Asia-Pacífico que ahora pasaría a llamarse Indo-Pacífico. Básicamente, consistía en dar continuidad a las decisiones del gobierno anterior incrementando la presencia de sus fuerzas armadas alrededor de China, pero dándole un mayor protagonismo a Australia y a India. Se trababa de preparar el ataque contra lo que se consideraba la principal debilidad de China: sus carencias energéticas. A pesar de que Beijing hizo importantes inversiones y acuerdos para garantizarse un mayor suministro desde Rusia y Asia Central, sigue siendo deficitaria en esta materia, lo cual atenta en contra de la ejecución de sus grandes proyectos de desarrollo económico.

La vía marítima continúa siendo prioritaria, Estados Unidos lo sabe, la nueva doctrina de Obama denominada de “Pivote asiático” apuntaba a hacer un despliegue de instalaciones militares y medios de combate para impedir y/o limitar el abastecimiento energético de China por vía marítima en caso de un escalamiento del conflicto. Por esto es que el siglo XXI va a estar marcado por la conflictividad militar y sobre todo naval en los mares adyacentes a China. Desde la perspectiva estadounidense, de ello depende el mantenimiento de la hegemonía estratégica global de Washington en el mundo.

Este nuevo enfoque, considerado por Estados Unidos un giro estratégico de su política exterior a fin de poner como primer objetivo en su mira de ataque a China, surge del enfoque del ya mencionado MacKinder quien afirmó que Rusia primero y después China serían “potencias pivote” que amenazarían la hegemonía mundial de Occidente y de Estados Unidos. De esta manera, Washington se desprendía de la visión geopolítica que había cubierto su quehacer internacional por los últimos 20 años que ponía el énfasis en Asia Occidental y el norte de África como epicentros de su política exterior.

En noviembre de 2011, Obama realizó una vista a Australia. El día 16, en una reunión conjunta de ambas cámaras del parlamento y ante la presencia de la primera ministra Julia Eillen Guillard, el presidente estadounidense pronunció un contradictorio discurso que, siendo considerado la columna vertebral de su nueva política para la región Asia-Pacífico, arrojaba dudas respecto de la verdadera intención que emanaba de esas palabras. Después de una serie de apreciaciones sobre la región y el mundo que vistas nueve años después han mostrado cuán erróneas y desatinadas fueron, Obama se abocó a diseñar la futura estructura de la presencia de Estados Unidos en la región.

El presidente estadounidense dijo: “Aquí vemos el futuro. Como región de más rápido crecimiento del mundo, y hogar de más de la mitad de la economía mundial, Asia-Pacífico es fundamental para lograr mi máxima prioridad […]. Como presidente, por lo tanto, tomé una decisión deliberada y estratégica: como nación del Pacífico, Estados Unidos desempeñará un papel más importante y a largo plazo en la configuración de esta región y su futuro, defendiendo los principios básicos y en estrecha asociación con nuestros aliados y amigos. […] Al considerar el futuro de nuestras fuerzas armadas, hemos comenzado una revisión que identificará nuestros intereses estratégicos más importantes y guiará nuestras prioridades y gastos de defensa durante la próxima década. Esto es lo que esta región debe saber. […] he ordenado a mi equipo de seguridad nacional que haga de nuestra presencia y misión en Asia-Pacífico una máxima prioridad”.

Y agregó: “Como resultado, las reducciones en el gasto de defensa de Estados Unidos no se producirán, repito, no se producirán a expensas de Asia-Pacífico. […] Y fortaleceremos constantemente nuestras capacidades para satisfacer las necesidades del siglo XXI. Nuestros intereses perdurables en la región exigen nuestra presencia duradera en ella. Estados Unidos es una potencia del Pacífico y estamos aquí para quedarnos. […] De hecho, ya estamos modernizando la postura de defensa de Estados Unidos en Asia-Pacífico. Se distribuirá de manera más amplia, manteniendo nuestra sólida presencia en Japón y la península de Corea, al tiempo que mejora nuestra presencia en el sudeste asiático […]. Vemos la presencia mejorada de Estados Unidos en la alianza que hemos fortalecido: en Japón, que sigue siendo una piedra angular de la seguridad regional. En Tailandia, donde nos asociamos para ayudar en casos de desastre. En Filipinas, donde estamos aumentando las visitas a los barcos y la capacitación. Y en Corea del Sur, donde nuestro compromiso con la seguridad de la República de Corea nunca flaqueará”.

Pero, de la misma manera, en la misma alocución, pareciendo dar continuidad a la idea, expuso una perspectiva contradictoria sobre la proyección que daba a la relación con China y su mirada respecto del futuro inmediato sobre el asunto: “Mientras tanto, Estados Unidos continuará su esfuerzo por construir una relación de cooperación con China. Todas nuestras naciones entre ellas Australia y Estados Unidos tienen un profundo interés en el surgimiento de una China pacífica y próspera. Por eso, Estados Unidos le da la bienvenida.

Hemos visto que China puede ser un socio para reducir las tensiones en la península de Corea hasta prevenir la proliferación [de armas nucleares]. Y buscaremos más oportunidades de cooperación con Beijing, incluida una mayor comunicación entre nuestros ejércitos para promover el entendimiento y evitar errores de cálculo. Lo haremos, incluso mientras seguimos hablando con franqueza a Beijing sobre la importancia de defender las normas internacionales y respetar los derechos humanos universales del pueblo chino”.

En este discurso y el que pronunciara dos días después en Bali, Indonesia, en el marco de su participación en la III Cumbre Asean-Estados Unidos, Obama redondeó los pilares de su política regional. A pesar de que en su retórica no se advertía animosidad hacia China, lo cierto es que a partir de entonces Estados Unidos, sus fuerzas militares y en particular la Armada dieron un giro que tuvo como objetivo atizar los conflictos en el mar de la China Meridional, a partir de los diferendos limítrofes que China mantiene con Vietnam, Filipinas, Brunéi y Malasia.

Con ese objetivo se propuso crear el denominado “Collar de Perlas” alrededor de China, tarea asignada en primer lugar al Pentágono a fin de aislar a Beijing de la posibilidad de contar con esa ruta de acceso para importar y producir energía. Esta zona, además de su importancia como ruta comercial, posee extraordinarias reservas de petróleo (que podrían llegar hasta 213 mil millones de barriles) y gas (hasta dos mil TCF, Global Security, 2016) sobre la que han puesto sus ojos las grandes transnacionales del ramo como Chevron y BP entre otras.

(Continuará)

rmh/srg

( https://firmas.prensa-latina.cu/2025/04/18/la-guerra-integral-de-estados-unidos-contra-china-i/ )

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