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domingo 1 de junio de 2025

La era de los cretinos

Por Luis Casado

Philippe de Villiers es un espécimen raro no desprovisto de interés. Proviene de la familia Le Jolis de Villiers, parte de la nobleza francesa originaria del Cotentin, en Normandía, ennoblecida por el rey Henri IV (primer rey de la casa de Bourbon, el que habría dicho “París bien vale una misa…) en el año de gracia de 1595.

Philippe de Villers fue diputado en la Asamblea Nacional (1987-2017) representando a la Vendée, región que conoció una cruenta guerra civil entre realistas y republicanos durante la Revolución Francesa entre 1793 y 1796, y otros episodios guerreros en 1799, en 1815 y en 1832. También fue Secretario de Estado de Cultura, de 1986 a 1987, en el gobierno de Jacques Chirac.

Un numerito este Philippe de Villiers. Extremadamente culto y refinado. Reaccionario medular hasta la caricatura, pero simpático. Si hubiese que guillotinarlo, antes de subirle al cadalso me sentaría con él a conversar una o dos botellas de Chateauneuf-du-Pape (región Provence-Alpes-Côte d’Azur).

Ultimamente participa en emisiones de TV destinadas al popolo- a los pringaos– invitado por lo que botó la ola de comentaristas cuya principal cualidad intelectual es una sonrisa de león. En una de ellas ofreció un agudo comentario relativo a los políticos actuales. En su opinión, con el tiempo el Palacio Bourbon– sede de la Asamblea Nacional– cambió mucho:

“Conocí la Asamblea Nacional en los años 1980, y para ir a mi curul estrechaba la mano de Louis Mermoz, de Pierre Mazeaud, luego de Valéry Giscard d’Estaing… En realidad la Asamblea Nacional era un anexo de la Academia Francesa”.

Sé de qué habla: tuve el honor, el placer y la ventaja de conocer a alguno de ellos, de los políticos dotados de un cerebro activo, digo, cuyo ser respiraba inteligencia y sólida cultura. Razón por la cual– ¡o tempora, o mores!– heme aquí coincidiendo con Philippe de Villiers. En una de esas nos guillotinan juntos.

Sin embargo, Philippe se hace un deber de agregar que en nuestros días el Palacio Bourbon…

“Se transformó en un anexo de la fábrica de cretinos digitales.”

Henos ahí coincidiendo una vez más. No sólo el Palacio Bourbon devino la guarida de numerosas mediocridades. El Palacio del Eliseo y el Hôtel Matignon– sedes respectivamente del presidente y del primer ministro–, no lo hacen mal, devenidos madrigueras de dudosos esbirros del gran capital.

Emmanuel Macron, entonces ministro de Economía, declaraba el 17 de septiembre de 2014:

“Entre los casos de los que debo ocuparme está la empresa Gad. Un matadero. En esa empresa hay una mayoría de mujeres. Muchas de ellas iletradas”.

¡Pobre Macron! Obligado a perder su tiempo con una empresa de mierda, llena de mujeres, para más inri iletradas… No como él, tan educadito, tan arrogante y tan ridículo.

Algo más tarde, el 15 de enero del 2015, refiriéndose a los jóvenes de los barrios pobres, de los suburbios, Macron se lamentó:
«En este país hacen falta jóvenes que quieran hacerse millonarios…”

Obreras iletradas, modestos jóvenes sin ambición, exactamente lo contrario del actual presidente galo, cuyo único laburo conocido– un breve periodo– tuvo lugar como affairiste (mercader) en el Banco Rothschild, dónde firmó sólo un contrato que, ¡milagro!, lo hizo rico.

Como un joven sin trabajo lo abordó en París, Macron, desde lo alto de su inmensa suficiencia, le espetó: “¡Yo atravieso la calle y le encuentro un empleo!”. Emmanuel tendrá que atravesar la calle unos dos millones 400 mil veces para resolver la cuestión de la cesantía…

En otra de sus brillantes declaraciones Macron aseveró: «Una estación de ferrocarriles es un lugar en el que uno se cruza con gente que ha tenido éxito y con aquellos que no son nada” (sic).

Impulsado por François Hollande, mediocre presidente “socialista” que exterminó al PSF, Macron vendió una vieja pomada novedosa: el extremo centro. Ni izquierda ni derecha, sino todo lo contrario.

Patrick Mennucci, diputado PSF, había dicho en octubre del año 2014: “No son de derecha ni de izquierda; entonces por fuerza pertenecen al ‘Medio’. (‘Milieu’, en francés es a la vez el centro y la Mafia). Hay diputados a los que aún les queda algo de chispa…

Como a Fabien Roussel, diputado comunista que en el canal TF1 se refirió al alto precio de la gasolina: «La bomba de bencina es el único lugar en Francia en el que al weón que asaltan es al que tiene la pistola en la mano.”

Junto a su ministro de Economía– el inenarrable Bruno le Maire– Emmanuel Macron, este Mozart de las finanzas, hizo crecer la deuda pública francesa de dos a más de tres billones y medio de euros en sólo siete años, deuda que gracias a él es ahora superior al 104 por ciento del PIB.

Un presidente joven, moderno, progresista, oportunista hasta la náusea, un pelín débil de la calabaza… ¿porqué será que me suena conocido?

Al mismo tiempo Macron redujo los impuestos de las empresas privadas en unos 70 mil millones de euros anuales, y generó un déficit presupuestario anual superior al 5,5 por ciento.

No sé si contarte que los dispositivos fiscales de “ayuda” a la empresa privada sumaban el año 2019 la miseria de 157 mil millones de euros anuales. Hoy en día esa cifra está entre 170 y 250 mil millones de euros.

Una sola argucia impositiva, el Crédito Impuesto Investigación, le permite a las grandes empresas deducir siete mil 700 millones de euros anuales como gastos de investigación y desarrollo en nuevos productos. Generosamente financiados por el Estado, ese que– lo repiten como un mantra– no debe intervenir en la economía.

Como el Parlamento decidió verificar las cuentas llamando a declarar a los grandes empresarios, la prensa que poseen los grandes empresarios pretende que el Parlamento se erigió en una suerte de Tribunal Revolucionario como los que existieron durante la Revolución Francesa (dirigidos la mayor parte del tiempo por… grandes empresarios) y que cortaron tantas cabezas echándole la culpa el pobre Robespierre. No hemos inventado nada…

La prensa en cuestión es como El Mercurio, siempre al servicio de los potentados, quejándose de lo mal que van los negocios por culpa del Estado que los amamanta. Evelyn Matthei, Johannes Kaiser y José Antonio Kast son el tipo de candidato presidencial que empolla esa prensa, cuyas palabras se asemejan tanto a las del Führer en su discurso de proclamación del Tercer Reich en 1933.

En el evento en el que Adolf Hitler asumió la cancillería alemana, en el Sportpalast de Berlín el 8 de abril de 1933, con el estadio repleto de banderas nazis y de un público entusiasta, el metro y 65 cm de Joseph Goebbels introdujo al Führer. Los altavoces llevarían su palabra a cientos de miles de ciudadanos, dentro y fuera de un coliseo adornado para la ocasión con un gigantesco letrero que decía:

“Der Marximus muss sterben damit die Nation wieder auferstehe”

“El Marximo debe morir para que la nación pueda resucitar de nuevo …”

El enemigo del nazismo ya estaba perfectamente identificado, y en su discurso el Führer lo confirmó diciendo que gracias a él mismo y al NSDAP (el partido nazi) “El marxismo fue elevado por la primera vez a un objetivo de combate.”

Ya entronizado Canciller, en enero de 1933, Hitler instaló rápidamente los campos de concentración destinados a la represión de sus opositores políticos: socialistas, comunistas y sindicalistas. No otra cosa hicieron los golpistas en 1973. No otra cosa arriesgamos con los tres nazillones que pretenden acceder a La Moneda.

El personaje que inicia esta parida, Philippe de Villiers, es tan o más reaccionario que ellos. Pero hay que reconocer que debajo de su mollera, Villiers está dotado de un cerebro. Por eso dispone de la latitud y de la legitimidad para referirse a los políticos que nos rodean diciendo que esta es la Era de los cretinos.

Queda por saber cuál de los cretinos sucederá a la luminaria que nos preside actualmente…

rmh/lc

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