Por Marcelo Colussi
Hay cooperaciones y cooperaciones
La llamada “cooperación internacional” que desde hace ya largas décadas los países capitalistas más poderosos (Estados Unidos, Europa Occidental, Japón, Canadá) le otorgan al Sur global (Latinoamérica, África, regiones del Asia) no es precisamente solidaria.
Es una “estrategia contrainsurgente no armada”, tal como la concibieron los ideólogos estadounidenses en su inicio, concepción que no ha cambiado en el transcurso del tiempo.
La primera iniciativa de “cooperación” la realizó Estados Unidos: la Alianza para el Progreso, puesta en marcha en los 60 del siglo pasado, bajo la administración del presidente John Kennedy. Dicha estrategia surgió inmediatamente después de la Revolución Cubana de 1959, como un mecanismo de protección contra “recalentamientos sociales”. Es decir, un colchón para aminorar malestares en los países más empobrecidos, para intentar evitar ollas de presión que, como Cuba, en cualquier momento podrían salirse de la órbita capitalista pasándose al socialismo.
En otros términos: una fabulosa arma de control social. No se trata, en absoluto, de una “devolución” al Sur global por un supuesto arrepentimiento moral, una forma de “lavar culpas”. Es, lisa y llanamente, otro mecanismo de sujeción más, tanto como los créditos del FMI y el Banco Mundial, o las tropas siempre listas para invadir.
Después de la potencia norteamericana otros países capitalistas se sumaron a ese tipo de acciones, eso de “brindar ayuda”; fue así que en 1971 las naciones más prósperas, las que están en condiciones de ofrecer cooperación con el Sur siempre explotado y empobrecido, fijaron, en el marco de las Naciones Unidas, el compromiso de contribuir anualmente con el 0.7 por ciento de su Producto Interno Bruto a la ayuda internacional al desarrollo. Hoy, más de 50 años después, son muy pocos los que cumplen esa meta.
Por supuesto, ningún país del Sur global salió de su estado de exclusión y postración gracias a esas “ayudas”, ni podrá salir nunca, porque no se dan para eso, sino para terminar creando más dependencia. La USAID, la agencia de cooperación más grande del mundo, ahora temporalmente cerrada por el gobierno de Trump a partir de problemas internos en su administración– luchas entre demócratas y republicanos– es la cara amable de la CIA, el injerencismo que prepara las intervenciones de Washington en los territorios que tiene bajo su control. El Norte da migajas con una mano– la llamada “cooperación”, imponiendo las agendas a los países que la reciben–, pero solo a título de paños de agua fría, mientras quita sin misericordia con la otra, robando, explotando, sacando lo mejor de los recursos, endeudando sin piedad a los países empobrecidos. No hay la más mínima cooperación real.
Muy claramente lo expresó un funcionario italiano ligado a estos temas, Luciano Carrino: “La cooperación representa la voluntad de una parte de las poblaciones de los países ricos de luchar contra racismos, la pobreza, la injusticia social y mejorar la calidad de vida y las relaciones internacionales. Una voluntad que los grupos en el poder tratan de voltear en su provecho pues la cooperación para el desarrollo humano persigue objetivos oficialmente declarados, pero sistemáticamente traicionados (…) Los datos sobre el uso global de los financiamientos de la cooperación parecen demostrar que menos del siete por ciento total de las sumas disponibles es orientado hacia la ayuda a dominios prioritarios del desarrollo humano. El resto sirve para objetivos comerciales y políticos que van en el sentido contrario”. Más claro, imposible.
Eduardo Galeano resumió genialmente los contrastes entre esa “ayuda” del Norte y una auténtica relación solidaria: “A diferencia de la solidaridad, que es horizontal y se ejerce de igual a igual, la caridad se practica de arriba- abajo, humilla a quien la recibe y jamás altera ni un poquito las relaciones de poder”.
Por supuesto que existe otra forma de brindar cooperación distinta a esta suerte de limosna condicionada; por supuesto que se pueden y deben buscar reales mecanismos solidarios Sur-Sur; una cooperación auténtica, de hermanamiento, que busca la solidaridad, la horizontalidad.
Todo ello recuerda lo sucedido en la histórica Conferencia de Bandung, Indonesia, en 1955, que propició la creación del Movimiento de Países No Alineados– NOAL–, que tendría un papel de suma importancia durante la Guerra Fría, sentando bases para una integración de los países que iban saliendo del colonialismo con un criterio más social, antiimperialista. Se buscaba allí propiciar mecanismos de igualdad, no que perpetúen las diferencias.
Por lo pronto, aunque en la actualidad ya prácticamente no hay colonias mantenidas a punta de bayoneta, la dependencia de las que fueran colonias con respecto a las metrópolis sigue siendo enorme. Francia, por ejemplo, no podría mantener su estatus de potencia económica si no fuera por el robo descarado que continúa perpetrando en África. Hoy, tercera década del siglo XXI, el neocolonialismo no ha terminado. La Conferencia de Berlín de 1884/5 sigue vigente en su esencia, cuando unas pocas potencias capitalistas europeas se dividieron el continente africano sobre un mapa. Al igual que el pacto silencioso de esas mismas metrópolis imperialistas que pesó y sigue pesando sobre Haití, que tuvo la mortal osadía de proclamarse independiente en 1804, declaración llevada adelante por esclavos negros, lo que le valió la determinación imperial de nunca más permitirle levantar cabeza (hoy Haití está entre los países más pobres del planeta). El mundo sigue dividido entre “hombres blancos civilizados”, ¡y muy poderosos!, y “razas inferiores, salvajes”. ¿Hasta cuándo?
En estas últimas décadas han surgido nuevas opciones, intentos de unir el Sur, pero no sus clases dirigentes, sino a los países pobres, a los pueblos siempre oprimidos. Eso es algo aún en construcción, pero ya hay interesantes experiencias. Por ejemplo, el ALBA-TCP (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos), vigente en América Latina, o la Alianza de Estados del Sahel –Malí, Burkina Faso y Níger–, una unión panafricana de Estados que se considera el primer paso hacia una África unificada y antiimperialista, surgida a partir del movimiento militar acaecido en Burkina Faso en 2022 liderado por Ibrahim Traoré, retomando las banderas de las propuestas socialistas de Thomas Sankara, el histórico luchador burkinés, revolucionario marxista conocido como “el Che Guevara africano”, asesinado por el gobierno francés en una maniobra encubierta. O, como ejemplo que ennoblece, las brigadas cubanas (médicas, de alfabetización, deportivas) que brindan apoyo solidario en tantos países.
El ALBA, surgido a partir de la Revolución Bolivariana en Venezuela comandada por Hugo Chávez, se fundamenta en la creación de mecanismos para crear ventajas cooperativas entre las naciones, que permitan compensar las asimetrías existentes entre los países del hemisferio. Se basa en la creación de Fondos Compensatorios para corregir las disparidades que colocan en desventaja a las naciones débiles frente a las principales potencias; otorga prioridad a la integración latinoamericana y a la negociación en bloques subregionales, buscando identificar no solo espacios de interés comercial sino también fortalezas y debilidades para construir alianzas sociales y culturales.
En palabras de Milos Alcalay, anterior representante de la República Bolivariana de Venezuela ante Naciones Unidas: “Cuando la cooperación Sur- Sur ha sido instrumentalizada de manera sistemática y continua, ha demostrado ser un mecanismo útil para enfrentar la realidad mundial y reducir la vulnerabilidad de nuestros países frente a los factores internacionales adversos. Ha logrado maximizar la complementariedad entre nuestros países. Sin embargo, y así debemos reconocerlo, sus potencialidades yacen allí, a la espera de su explotación y uso eficiente. Hasta ahora se ha subutilizado. Se ha desaprovechado como instrumento que ofrece oportunidades viables para procurar, individual y colectivamente, mayor crecimiento económico, desarrollo sostenible y para asegurarnos una participación más efectiva en el sistema económico mundial”.
Estas iniciativas– por ejemplo, la petrolera Petrocaribe, o el canal televisivo Telesur–, con un talante social, buscando distanciarse de Washington, chocan con todo lo que implementa el imperialismo estadounidense, secundado por la Unión Europea muchas veces, para entorpecerlas y/o frenarlas.
Los movimientos panafricanistas que hoy se están dando en el Sahel africano, con un claro contenido antiimperialista y socialista, están ayudando a varios países de África occidental– que anteriormente eran colonias francesas– a comenzar la construcción de algo nuevo, un bloque que mira con buenos ojos a Rusia– heredera de la Unión Soviética, la que ayudó mucho al sufrido continente africano– y a China, hablando con un lenguaje marxista y anticolonialista. Producto de esas dinámicas, Mali, Chad, Senegal, Níger y Costa de Marfil expulsaron de sus territorios a las tropas francesas que allí permanecían como fuerzas neocolonialistas, lo cual provocó la airada protesta del presidente Emmanuel Macron– hablando siempre desde su arrogancia imperial– acusando a Burkina Faso– e indirectamente a Traoré (¿ya estará sentenciado a muerte, tal como hicieron con Sankara?)– de “ingratitud”, pues esas naciones habrían “olvidado agradecerle” a Francia todo el esfuerzo por “civilizarlos”. Eso trae a colación la abominable expresión del ministro francés decimonónico Jules Ferry, quien sin la más mínima vergüenza pudo decir: “Las razas superiores tienen el derecho porque también tienen un deber: el de civilizar a las razas inferiores” (hiper mega sic). Esa ideología, totalmente repugnante, está vigente hoy, y un primermundista– como Macron– puede ejercerla sin preocuparse, normalizándola.
A esto es imprescindible oponer lo dicho por el referido Ibrahim Traoré, actualmente mandatario de Burkina Faso– uno de los países más empobrecido del mundo, pero muy rico en minas de oro (quinto productor en África), litio y uranio–, quien intenta inaugurar un nuevo tipo de integración regional, no con intereses capitalistas, sino desde el ideario socialista: “¿Por qué África, rica en recursos, sigue siendo la región más pobre del mundo? Los jefes de Estado africanos no deberían comportarse como marionetas en manos de los imperialistas”, afirmó Traoré.
En el orden de establecer una nueva modalidad de relación Sur-Sur, es imprescindible hablar de las ayudas que presta Cuba socialista a otros países, incluso habiéndosela ofrecido a Estados Unidos luego del huracán Katrina que golpeó inclemente en Nueva Orleans, no aceptada por el imperio. La revolución cubana no regala lo que le sobra, no hace caridad: comparte solidariamente con sus hermanos del continente y de otras latitudes. Pese al embargo criminal del que viene siendo objeto desde el momento de su nacimiento, su cooperación genuina con otros pueblos del Sur es un hecho paradigmático. En la actualidad cerca de 40 mil profesionales y técnicos cubanos prestan sus servicios en alrededor de 100 países.
Además de brigadistas voluntarios que trabajan en cooperativas agrícolas y proyectos sociales en distintas partes del Sur global, la isla apoya solidariamente a más de 15 países a través del método de alfabetización “Yo sí puedo”, desarrollado en Cuba, el cual contribuyó a que casi dos millones de personas aprendieran a leer y escribir en varios pueblos latinoamericanos.
Pero la ayuda más emblemática está dada por las brigadas médicas. Ellas están en la actualidad en 56 países con 24 mil personas trabajando (médicos, estomatólogos, enfermeros, técnicos sanitarios), dando consulta en las diferentes especialidades médicas (muchas veces en zonas inhóspitas, donde profesionales locales no van), atendiendo también en catástrofes naturales y crisis sanitarias– epidemias, por ejemplo–, a lo que hay que agregar 1) la Operación Milagro, destinada a la atención de patologías oculares, con tres millones de personas atendidas, y 2) la Escuela Latinoamericana de Medicina de La Habana–-ELAM–, de amplio reconocimiento internacional, dedicada a la formación de personal de salud con un enfoque en solidaridad, atención primaria (preventiva) y servicio a comunidades vulnerables, que hoy forma, de manera totalmente gratuita, a jóvenes de 120 países. O igualmente el apoyo solidario que dio la isla a Angola en términos militares– 377 mil soldados y 56 mil oficiales en rotaciones durante 16 años, con un pico de 50 mil efectivos en 1988– para lograr su independencia y su triunfo en la guerra civil apoyando las fuerzas de izquierda del Movimiento Popular de Liberación de Angola (MPLA).
¿Es posible la cooperación Sur-Sur?
La construcción de espacios de cooperación Sur-Sur, articulados a partir de los problemas y las dificultades comunes, ofrece una perspectiva diferente en la que el elemento central no está dado por el afán de acumulación capitalista ni por las aspiraciones hegemónicas, sino que se manifiesta a lo largo de un eje más humano basado en otra ética, no solo la del individualismo feroz: buscar soluciones para los problemas de la pobreza y el hambre, diseñar nuevos caminos hacia el desarrollo, defender las autonomías nacionales y las potestades soberanas, alejándose así de la presión dominante de los países del Norte próspero, que lo único que buscan, más allá de retorcidos discursos altruistas que nadie puede creer, es continuar con el saqueo del Sur.
El conjunto de problemas no resueltos por el capitalismo (hambre, atraso, inseguridad, enfermedad, analfabetismo, dependencia técnica, financiera y cultural) requiere de soluciones distintas y, sobre todo, reclama el valor de la solidaridad entre los pobres como factor común y compartido. Tal vez pueda ser éste un motor hasta ahora poco explorado, capaz de conducir a acuerdos de nuevo tipo, con otra inspiración y con otras finalidades.
Una nueva cooperación Sur-Sur debe ir más allá de un acuerdo económico ventajoso, el cual une por un tiempo, sólo mientras dura el interés concreto en juego, pero que no trasciende. Esta nueva cooperación debe servir para generar desarrollo social sostenible, para todas y todos por igual, sin condicionamientos. Si no, no es cooperación. Lo que queda claro, a partir de los ejemplos vistos más arriba, es que solo se puede lograr eso desde una ética socialista.
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