Por Luis Toledo Sande
Aunque mayo de 2025 pertenece al pasado, perduran razones para recordarlo. Es un mes marcado por la muerte de José Martí en combate, y en el que acaba de transcurrir se conmemoró, dentro y fuera del país, el aniversario 130 de esa tragedia.
Pero el mejor homenaje al héroe será prestar atención a sus enseñanzas, no solo cuando nos avala. Más fértil aún será hacerlo si nos impugnara desde su ética, su sabiduría, su patriotismo antimperialista y su identificación con los pobres de la tierra, base de la sincera democracia que él deseaba para Cuba.
Es de esperar- verbo emparentado con la esperanza- que no cese el homenaje que le debemos y que no se ha de limitar a efemérides. Incluye usar bien el pensamiento, que para él no fue un lujo, sino una responsabilidad que asumió del modo más edificante, no solo por la altura de la inteligencia que le fue dada, sino porque lo ejerció con ejemplar capacidad crítica, analítica. No lo guiaba la incondicionalidad, que puede debilitar las ideas, sino la lealtad reflexiva, que las fortalece.
Recordemos un pasaje de “Tres héroes”, texto que en La Edad de Oro dedicó a valorar figuras fundamentales de nuestra América: Simón Bolívar, José de San Martín y Miguel Hidalgo. Entendería que al público de esa revista, destinada a la infancia, no sería pertinente ponerlo ante caracterizaciones como la que él mismo hizo de Bolívar en un medular discurso pronunciado ante adultos y también regido por su devoción discipular hacia el legado del Libertador. Pero en otras páginas señaló que el gran guía de pueblos “no pudo, por no tenerla en el redaño, ni venirle del hábito ni de la casta, conocer la fuerza moderadora del alma popular”.
La cita- que aquí se emplea como un ejemplo de su capacidad crítica- pertenece al discurso que pronunció el 28 de octubre de 1893 en la velada con que la Sociedad Literaria Hispanoamericana, radicada en Nueva York, le rindió homenaje a Bolívar, nacido ciento diez años antes, el 24 de julio de 1783. Es probable que el hombre de La Edad de Oro tuviera esa valoración en mente cuando en 1889, en “Tres héroes”, hizo la generalización que a menudo parece ser más citada que bien leída.
Refiriéndose, como grandes ejemplos de fundadores, a los héroes nombrados, sostuvo: “Se les deben perdonar sus errores, porque el bien que hicieron fue más que sus faltas. Los hombres no pueden ser más perfectos que el sol. El sol quema con la misma luz con que calienta. El sol tiene manchas. Los desagradecidos no hablan más que de las manchas. Los agradecidos hablan de la luz”. Desaprobaba que los desagradecidos solo vieran las manchas, pero no proponía que los agradecidos vieran únicamente la luz.
A su pensamiento pudiera acudirse para interpretar hechos de nuestra historia, y uno de ellos tiene su lugar también en mayo, el día 20. No es factible abundar ahora tanto como podría o se debería abundar, interpretativa y bibliográficamente, en un tema que no le ha sido ajeno al autor del presente artículo: ante el centenario de lo acaecido el 20 de mayo de 1902 escribió para la revista Casa de las Américas (No. 226, 2002) el ensayo “Cuba, República(s)”, recordado en lo que aquí sigue.
Entonces trató la conmemoración para dialogar con el rechazo macizo que desde perspectivas revolucionarias se ha sostenido sobre aquel estreno republicano de Cuba, no el estreno. Ese papel lo cumplió la constitución, en Guáimaro, en la manigua redentora y casi exactamente treinta y tres años antes, de la República de Cuba en Armas, imperfecta, pero digna y sembradora.
No se abordará en estas líneas, pero se debe recordar ante la tradicional parcelación historiográfica de Cuba en Colonia, República y Revolución. Además de lo dicho sobre la fundación de una República dentro de la colonia, con la Revolución que triunfó en 1959 no ha dejado Cuba de ser una República, ni podría renunciar a serlo. ¿Se debería asumir tan confiadamente como suele asumirse el tono categórico con que, por los motivos que sea, se reserva el rótulo la República para la etapa republicana que se extendió de 1902 a 1958? ¿No se debería pensar un poco más sobre este punto?
En 2002 no era solo cuestión de recordar el significado de Guáimaro- algo que se había hecho y ha de seguir haciéndose-, sino que también o sobre todo procedía intentar algunas precisiones sobre lo que significó para Cuba la República de 1902. Tanto en la historiografía profesional como en la muy importante sensibilidad popular, el pensamiento revolucionario ha repudiado fundadamente la frustración concentrada en esa República. Hasta vale conjeturar que, de haber estado vivo, Martí no solamente habría deplorado esa frustración: habría luchado para impedirla, y tal vez en tales circunstancias no habría hallado espacio para matizaciones que cabe hacer hoy.
No debemos renunciar a ese digno repudio, pero vale considerar también otros hechos. El 20 de mayo de 1902 se decidió para Cuba una realidad diferente de la impuesta a Puerto Rico. Mientras esta hermana fue reducida a la dominación colonial a la que hoy continúa atada, en Cuba los Estados Unidos acudieron a un procedimiento que no les fue tan favorable como les habría resultado apoderarse de ella sin más.
La diferencia no fue una concesión piadosa otorgada a la mayor de las Antillas por la injerencista potencia estadounidense, que se vio en la necesidad de aplicar en ella la táctica denunciada por Martí ante el Congreso Internacional de Washington (1889-1890: por ese foro fue que en el pórtico de Versos sencillos habló de “aquel invierno de angustia”), cuando advirtió que las repúblicas de nuestra América debían impedir que los Estados Unidos hicieran en ellas lo que más o menos silenciosamente intentaban hacer, o en algún grado hacían desde antes, invocando una falsa reciprocidad comercial: “ensayar en pueblos libres su sistema de colonización”.
Buscaban imponer por vías económicas, en países que habían alcanzado su primera independencia, otro sistema de colonización, que vendría a ser el denominado neocolonialismo: nueva colonización. Frente a ese inminente peligro, en aquel invierno Martí afirmó que para la América ya independiente de España había llegado “la hora de declarar su segunda independencia”. El aviso no valdría solamente para las otrora colonias españolas, sino para la generalidad de la región, tanto continental como insular.
Aunque en vísperas de la intervención de 1898 en Cuba, o ya con la intervención en marcha, algún personero de la potencia invasora hablara de una posible anexión, las prácticas y la ideología imperialistas autorizan a pensar en planes para apropiarse de ella, como hicieron con Puerto Rico. Hoy, además de no vislumbrarse su recibimiento como un estado más de la potencia que la humilla- “concesión” que no aceptarían los dignos puertorriqueños independentistas-, ni siquiera ha faltado el desplante de anunciar una posible disposición a cambiársela por Groenlandia a Dinamarca.
Como una muestra de cuánto menosprecia desde sus orígenes el pensamiento supremacista estadounidense a nuestros pueblos, estarán frescos en el recuerdo los rollos de papel higiénico lanzados por el presidente Donald Trump como parte de la afrenta que sufre Puerto Rico. Pero es particularmente aleccionadora la respuesta de Martí en 1889 a insultos anticubanos que él enfrentó con su Vindicación de Cuba.
Que Cuba recibiera un tratamiento distinto del que se le impuso a Puerto Rico se debió a que aquella, al alzarse nuevamente en armas por su independencia, volvió a poner en pie un Ejército Libertador que en sus maniobras intervencionistas los Estados Unidos consiguieron desmovilizar formalmente, pero cuyo espíritu seguía vivo.
Viene a la memoria Ramón Emeterio Betances, quien, colaborador de Martí en el Partido Revolucionario Cubano- y Puertorriqueño, lo llamaba él con razón-, ante el levantamiento cubano de 1895 exclamó: “¡Qué hacen los puertorriqueños que no se rebelan!”. Con su rebelión, no era seguro que Cuba pudiera asegurarse la victoria, pero de no rebelarse habría quedado a merced de la dominación española y, ya sobre todo, de las ambiciones estadounidenses, contra las que Martí, el día antes de morir en combate, le confesó a su amigo mexicano Manuel Mercado haber concebido todo cuanto había hecho, y haría.
Tampoco se trata de que Cuba fuera un pueblo más corajudo que otros. En Puerto Rico, de la que no pocos hijos combatieron por nuestra independencia, habían calado las promesas españolas de autonomía, que en el caso cubano Martí desenmascaró con su clara y firme prédica independentista, y con la preparación de la guerra. En su citada carta póstuma a Mercado dejó claro su enfrentamiento a los anexionistas y autonomistas, cuyos herederos siguen hoy aportando servidores al imperialismo.
Un “detalle” más cabría apuntar antes de pasar a otros puntos: no sería la primera vez que se viera en la elección del 20 de mayo para proclamar la República maniatada por el sistema neocolonial una maniobra para opacar el 19 de ese mes, fecha de la muerte en combate, siete años antes, de quien había hecho causa de su vida impedir que los Estados Unidos se apoderasen de las Antillas, y todo lo que vendría con ese hecho. No estará de más recordar que cuando el gobierno de los Estados Unidos decidió utilizar desvergonzadamente el nombre de Martí para una emisora radial anticubana, la inauguró un 20 de mayo.
En Cuba la anexión puede considerarse condenada al fracaso, tanto por el visceral menosprecio imperialista contra nuestros pueblos como por la voluntad mayoritaria y firme de la patria de Martí de seguir siendo una nación soberana. Pero, como corriente de pensamiento, el anexionismo es, además de moralmente despreciable, políticamente peligroso, dado lo que puede representar de lastre contra la radicalidad patriótica.
Cuba ha podido plantearse la defensa y el perfeccionamiento de cuanto haya hecho para erguirse como república con ideales socialistas, se debe a su victoria revolucionaria de 1959. Y esa victoria la alcanzó con el decidido apoyo del pueblo a las vanguardias revolucionarias que surgieron del seno de aquella República sometida a régimen neocolonial, y prepararon el camino para independizar y transformar el país.
Son verdades que han de fundamentarse y esclarecerse desde claras posiciones revolucionarias, no dejarse en manos del pensamiento y las actitudes afines a resignaciones fomentadas por quienes intentan sembrar veneno y división en las filas patrióticas. Merece prevalecer el pueblo que en medio de penurias provocadas, en lo fundamental, por la hostilidad del imperio que se niega a aceptar una Cuba independiente y trata de asfixiarla, estrenó el pasado mes desfilando nuevamente el Primero de Mayo para ratificar rotundamente su apoyo a la Revolución que le dio a su patria la independencia y la puso en camino de asegurar a la vez su dignidad como nación y la búsqueda de la equidad social.
En su mayoría, ese pueblo sigue protagonizando páginas heroicas y reclamando que internamente se corrija cuanta ineficiencia dificulte el pleno logro de sus metas, cuanta desviación pueda entorpecerle su camino, cuanta medida no honre los sacrificios que él ha hecho y la resistencia que ha mantenido.
Ese es el pueblo del que Fidel Castro, su Líder, sostuvo en1980, justamente en otro Primero de Mayo y en la Plaza de la Revolución: “Sin demagogia, sin propósito de halagar, sino como expresión del más profundo, sincero y emocionado espíritu de justicia, me atrevo a decir que un pueblo como este merece un lugar en la historia, un lugar en la gloria. ¡Que un pueblo como este merece la victoria!”. Se sienten deseos de añadir algo que late en las palabras del Comandante: ¡Ese pueblo merece respeto!
rmh/lts
*Tomado de Cubaperiodistas