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viernes 18 de julio de 2025

Conmoción, perturbación, alteración, convulsión, emoción, trastorno, asombro: un Shock para que me entiendas

Por Luis Casado

Las cosas comenzaron mal desde los prolegómenos. Francia no es una excepción frente al tsunami de mierda que trae consigo la informática y, peor aún, la Inteligencia Artificial que vino a remplazar la natural boludez congénita que se enseñorea en la especie humana. Sin embargo, el propósito era simple como una de tus manos: comprar un billete de avión para viajar a Santiago.

Intenté durante una semana entera conectarme con el sitio web de Air France, sin lograrlo. Nótese que no se trata de Botswana Airlines, un pelín más pequeña, sino de la que ha sido una de las principales líneas aéreas del mundo y sus alrededores. Mosqueado, decidí llamar al teléfono reservado para quienes gozamos del dudoso privilegio de poseer una tarjeta FlyingBlue-Platinum en mérito a nuestra perruna fidelidad clientelar.

La voz de una amable dama me preguntó cuándo deseaba viajar. Primera sorpresa. La fecha no la fijas tú, la decide Air France. ¿Cómo? Simple: ese día el vuelo cuesta el doble que el día anterior, 50 por ciento más caro que el día posterior, de modo que la tarifa que oso llamar normal se aplica cuando a Air France le sale de los cojones. Pos bueno, pos vale, pos m’alegro: que sea el día con tarifa normal. ¿Y qué justifica estos súbitos vaivenes tarifarios? Su respuesta me dejó lelo: “el mercado, la oferta y la demanda”. In petto pensé ¿m’estará weveando? No, era en serio. De acuerdo, musité en un suspiro, lo que motivó otro percance: “No puedo confirmarle el vuelo, ni puede pagar porque… se nos cayó el sistema” (sic).

Te la hago corta: llegué a Santiago. Fui a mi Banco para tener acceso a MI dinero. “No puede hacer nada porque tiene el carnet vencido” me explicó el ejecutivo de mis dos. El pasaporte no le sirve.

Lo que tuvo el mérito de aclararme que mi pinche pasaporte me sirve en todo el planeta- incluyendo Petauchnok y los islotes de Alegranza, Graciosa, Montaña Clara y Lobos-, pero no en mi propio país. Chúpate esa.

Di pues un paseo por el Servicio del Registro Civil, en dónde me hicieron tocar el piano- Sonata nº 14 en do sostenido menor, Opus 27 nº 2 de Chopin – y al cabo de una semana pude retirar, previo registro de mi huella dactilar del índice de la mano derecha, mi preciosa llave maestra: el nuevo carnet.

Regresé pues al Banco para obtener el código que me permitiría acceder a mi cuenta. Entonces un goma me informa: “Tendría que usar esa máquina que está ahí, pero ahora las máquinas sólo leen el carnet antiguo porque no están habilitadas para leer el carnet nuevo” (sic). Una vez más, para mis adentros, pensé: ¿m’estará weveando? No, era en serio. ¿Entonces? Vaya a Servicio al Cliente. Allí no había nadie excepto yo. Pero no me atendieron: tenía que sacar un número… Una maquinita me dio el jodido número, gracias a lo cual una amable dama me llamó. Expliqué mi problema y la respuesta tuvo el mérito de inflarme una, dejando incólume la otra: “Yo no puedo hacer nada, tiene que llamar al fonoBank”.

Hoy llamé al jodido fonoBank, y como de costumbre caí en un robot que repite- gracias a la Inteligencia Artificial que remplazó la natural boludez congénita que se enseñorea en la especie humana- todo un arsenal de ofertas, datos e informaciones que no tienen nada que ver con mi deseo de acceder a MI dinero. Cuando por fin logré hablar con un “ejecutivo”, este me pidió conectarme con la aplicación del Banco. La aplicación del banco me pidió- como es costumbre en Chile hasta para ir a cagar en los baños privados – mi RUT… y luego me ordenó identificarme.

¿Cómo explicarle a la puta aplicación que justamente lo que busco es identificarme para acceder a MI dinero?

El “ejecutivo” me dice: “Ah… en ese caso tiene que ir a alguna agencia”. O sea al mismo lugar donde empezó todo este desmadre de incompetencia, boludez, complicaciones, medidas de seguridad, ninguneo al cliente, al ciudadano, al pobre imbécil con cara de weón, o sea el cauro yo mismo.

Un detalle: la próxima agencia de mi Banco se encuentra a algo más de 100 km del lugar en que vivo. La nada misma.

Ayer regresé, precisamente de allí, desde la agencia bancaria, sin nada resuelto. La empresa de autobuses en la que viajo me cobró $ 5.000 por el pasaje. Sorprendido pregunté: “Por qué la otra vez me cobraron el doble?” La dama de la ventanilla no comprendió, o hizo como que no comprendía. Para llegar a casa, siguiendo los consejos de mi sobrino Chris, llamé un Uber. Otra sorpresa: para el mismo servicio, para la misma distancia, con el mismo tipo de vehículo, el precio era el doble del que ya había pagado hacía dos días. Pregunta al chófer: “¿Que justifica esta diferencia de precio?” La respuesta me dejó helado: “el mercado, la oferta y la demanda”.

Sobre la memoria de mis ancestros afirmo que yo era el único boludo de infantería que requería el servicio en ese momento en el moridero de aborígenes en el que vivo.

Termino esta parida dictada por un cabreo monumental, jurando Señor Juez que no quiero hacerle daño a nadie. Pero, sinceramente, las ganas no faltan. El breve ejemplo descrito es sólo una ínfima parte de las aventuras vividas desde hace un mes, sin lograr acceder a MI dinero. Lo que provoca lo que anuncié de entrada: conmoción, perturbación, alteración, convulsión, emoción, trastorno, asombro… un Shock para que me entiendas.

Chile, Chile lindo… Cómo te querré…

rmh/lc

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