Por Frei Betto
La guerra es como Jano; tiene múltiples facetas. Además de la militar, también se da a través de canales diplomáticos, económicos, políticos y culturales. La guerra cultural consiste en imponer la versión del dominador a los dominados. Esto es lo que siempre han hecho las industrias del entretenimiento de Disney y Hollywood.
Ahora Trump declara la guerra económica a Brasil al prometer que, a partir del 1 de agosto, impondrá aranceles del 50 por ciento a los productos brasileños importados por Estados Unidos si el caso contra Bolsonaro, que él considera una «caza de brujas» (persecución política), no se archiva inmediatamente.
Esta injerencia imperialista en el poder judicial brasileño (ocho jueces de la Corte Suprema tienen prohibida la entrada a Estados Unidos) solo registra un precedente grave en más de 200 años de relaciones entre ambos países: el golpe de Estado de 1964, que derrocó al presidente electo constitucionalmente, João Goulart, e impuso una dictadura militar que duró 21 años.
Como declaró Lula a CNN de los Estados Unidos el 17 de julio, Trump «no fue elegido para ser emperador del mundo». Pero así es como se siente al gobernar la mayor potencia económica, militar e industrial de la historia.
El 25 de junio, la cumbre de la OTAN, celebrada en La Haya, con la asistencia de Trump, se sometió a los dictados estadounidenses: Europa debe aumentar su gasto militar para financiar el escudo protector de Washington en todo el continente.
Los países de la OTAN, que actualmente invierten 2,7 billones de dólares en guerras, acordaron formalmente aumentar el gasto militar al cinco por ciento del Producto Interno Bruto para 2035. Con ese incremento del PIB, el valor de la cornucopia militar ascenderá a 3,8 billones de dólares.
En 2024, el gasto militar mundial totalizó 3,7 billones de dólares. El presupuesto de la ONU, incluyendo el destinado al mantenimiento de la paz mundial, fue de tres mil 720 millones de dólares, lo que representa solo el 0,1 por cienrto del presupuesto mundial de armamentos.
Otro blanco de los ataques de Trump contra Brasil es el Pix, el sistema de transacciones financieras más avanzado del mundo, gratuito para particulares. ¿Por qué está tan molesto el «emperador del mundo» con la aplicación?
El Pix compite directamente con poderosas empresas estadounidenses: grandes compañías de tarjetas de crédito, servicios de pago como PayPal y empresas de transferencia de dinero que temen la futura integración global de sistemas similares al Pix brasileño (algo mucho más viable que la «moneda de los BRICS»).
El Pix hace todo lo que hacen estas empresas, excepto cobrar a particulares (solo a personas jurídicas, según el contrato). Y eso es lo que Trump, cabildero de los actores dominantes del mercado, quiere hacer: reemplazar el Pix gratuito por empresas estadounidenses que se quedarán con parte del dinero de los brasileños mediante comisiones y cuotas anuales. Además de ejercer control sobre nuestras finanzas.
Tras la caída del Muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética, Estados Unidos abrazó de nuevo, con entusiasmo, la doctrina que siempre había motivado su postura imperialista: el «Destino Manifiesto». La expresión fue acuñada por el periodista John L. O’Sullivan en 1845, cuando argumentó que el país tenía el derecho, e incluso el «deber divino», de expandir su territorio, inculcando la democracia, el progreso y los valores cristianos en otros pueblos. En definitiva, el deber de civilizar el continente americano. Esta idea posteriormente abarcó a todos los países y hoy significa hacer que el planeta gire en torno a los dictados de la Casa Blanca.
Dentro de esta idea imperialista, se cultivó la creencia de que los anglosajones blancos eran superiores y, por lo tanto, tenían derecho a dominar a los pueblos indígenas, latinoamericanos, africanos y asiáticos.
Una de las imágenes más icónicas del «destino manifiesto» es la pintura de John Gast de 1872, «American Progress», expuesta en el Museo Autry del Oeste Americano de Los Ángeles. La figura central, «Columbia» (la personificación femenina de Estados Unidos), lleva un libro y cables telegráficos, que simbolizan el conocimiento y la tecnología. A la izquierda, oscuridad: indígenas, búfalos y paisajes agrestes. A la derecha, luz: colonos, ferrocarriles, barcos: «progreso». Significa la marcha de la civilización hacia el oeste, haciendo retroceder todo lo que es «bárbaro».
La prueba de que Trump es la personificación misma de «Columbia» (la versión femenina de Colón, «descubridor» del Nuevo Mundo) es su audacia, en medio de su intervención en la economía y el sistema judicial brasileños, al ordenar a su encargado de negocios en Brasil, el embajador Gabriel Escobar, que informara a las autoridades brasileñas el día 23 de julio que Estados Unidos está interesado en los minerales críticos y las tierras raras de Brasil.
Los minerales críticos incluyen el niobio, el grafito, el níquel, el cobalto, el litio y el cobre. Las tierras raras son un grupo de 17 elementos químicos de la tabla periódica, que incluye 15 lantánidos, además del escandio y el itrio. De hecho, no son «tierras» en absoluto; son minerales complejos, como la bastnasita, la monacita, la xenotima y las lateritas ricas en itrio, que se utilizan en la tecnología moderna. El término «raro» se utiliza debido a la dificultad de separarlos y purificarlos, ya que a menudo se presentan juntos en minerales complejos. En resumen, el término «tierras raras» refleja la dificultad de extraer y purificar estos elementos, no su escasez per se.
Las «tierras raras» son esenciales para la fabricación de imanes permanentes de alta potencia que se utilizan en turbinas eólicas, vehículos eléctricos, electrónica y equipos militares. También se utilizan en catalizadores, baterías, bombillas, pulido, vidrios especiales, fibra óptica y aplicaciones médicas.
En última instancia, Trump abraza el axioma «Make America Great Again» (MAGA), que implica regresar al imperialismo más feroz para asegurar la supremacía estadounidense en todos los ámbitos y castigar a cualquier «país rebelde» que se niegue a adoptar las políticas de globalización, neoliberalismo y tutela estadounidense.
Así como el genocidio de los palestinos en Gaza por parte del actual gobierno israelí alimenta el antisionismo en todo el mundo, la naturaleza imperialista de la administración Trump refuerza una visión crítica hacia los Estados Unidos y al capitalismo. No hay mal que por bien no venga.
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