Por Frei Betto
Núremberg, 10 de septiembre de 1946. Juicio por los crímenes cometidos por los nazis. El juez Fuchs emite su voto tras escuchar al relator, Francis Beverly, describir las atrocidades ocurridas.
–«Estoy a favor de la absolución de Adolf Hitler», declaró el juez, para sorpresa del tribunal. «La acusación de que violó tratados internacionales al ordenar la invasión de Polonia en 1939 e iniciar la Segunda Guerra Mundial no está respaldada por ningún documento con su firma. Solo contamos con el testimonio de Albert Speer. Los ataques de las tropas alemanas contra Dinamarca, Noruega, Bélgica, Países Bajos, Francia, Yugoslavia, Grecia y la Unión Soviética no partieron de la oficina de Hitler. Todos fueron obra de subordinados, sin su conocimiento».
–«Pero Hitler decretó la ‘solución final'», objetó el juez relator.
— Carece de pruebas la acusación de que decretó la llamada «solución final», el exterminio de judíos, comunistas, gitanos, personas con discapacidades físicas o mentales, opositores políticos, homosexuales y otros segmentos de la población. Por el contrario, en todos los guetos, Hitler estableció Consejos Judíos que colaboraron activamente con la política nazi y proporcionaron los suministros necesarios a quienes se encontraban allí.
–«¿Y quién es el culpable del exterminio de millones de hombres y mujeres en los campos de concentración?», preguntó el juez Lawrence, del Reino Unido.
–Si millones fueron exterminados en campos de concentración como Auschwitz, Treblinka y Sobibor, esto no puede atribuirse a Hitler.
¿Alguien lo vio disparar un arma para matar a un ser humano? ¿Se le vio accionar gases en cámaras llenas de prisioneros de guerra o tirar de la cuerda para ahorcar a alguien? ¿Hay algún testigo que lo haya visto calentar hornos crematorios?
–«¿Su Excelencia niega que Hitler fuera xenófobo y cometiera crímenes atroces?», preguntó el juez francés Vabres.
–¿Cómo se puede acusar a Hitler de xenofobia si él mismo no era alemán de nacimiento, sino austriaco? ¿Cómo pudo un hombre dedicado a las artes, como la pintura, ser capaz de cometer crímenes tan atroces como los que alega el relator? Por lo tanto, todo lo atribuido a Hitler no son más que reflexiones- ideas, discusiones, intenciones-, y estas reflexiones no culminaron en actos concretos o ilícitos que constituyan los crímenes descritos en el acta de acusación. Aunque se habla de «crímenes de lesa humanidad», reuniones o intentos de aplicar medidas excepcionales, estos hechos no se materializaron de forma que se le pueda condenar. Para que exista un delito, los hechos deben encajar con precisión en el tipo penal; la mera intención o conversación no basta.
Algunas conductas atribuidas a Hitler trascienden los límites semánticos del tipo penal. Incluso si hubo discurso, desacuerdo con la comunidad judía o insatisfacción con los prisioneros de guerra, esto no constituye automáticamente un delito sin pruebas claras de la acción correspondiente. Rechazo como inferencias las conexiones entre Hitler y los perpetradores genocidas que quemaron a millones de personas en campos de concentración, y afirmo que no hay evidencia sólida que demuestre la responsabilidad directa o participación del ex presidente de Alemania en esos actos cometidos por terceros.
–«¿Niega el eminente colega los terribles crímenes cometidos por la Gestapo bajo las órdenes de Hitler?», preguntó la jueza soviética Nikitchenko.
–Las acusaciones relacionadas con el papel de la Gestapo en la tortura de inocentes no demuestran la participación directa e intencionada de Hitler. Incluso si se hubieran empleado procedimientos controvertidos, no hay pruebas de que los ordenara o manipulara de forma delictiva, con la intención específica prevista en el derecho penal.
El juez Fuchs añadió con vehemencia, tras ajustarse cuidadosamente la peluca:
–Hitler jamás conspiró para abolir violentamente el Estado Democrático de Derecho. No tomó el poder mediante un golpe de estado. Fue elegido por los votos del pueblo alemán. Si posteriormente criticó o dudó de la regularidad de las urnas de votación, esto por sí solo, por controvertido o cuestionado que fuera, no puede equipararse automáticamente con un intento de derrocar el Estado democrático. El grado de intervención ilegal que requería el delito penal no se demostró en sus discursos ni en sus entrevistas.
El tribunal quedó estupefacto. Hitler no había actuado ante la pandemia que mató a más de 700 mil personas, y cuando reaccionó, fue para recetar medicamentos supuestamente ineficaces. Y, presionado para reaccionar al número de muertos, declaró: «No soy un sepulturero». Admitió públicamente que el error de su régimen «fue torturar, no matar», a pesar de haber asesinado a innumerables personas. Y admitió: «A través del voto no cambiarás nada en este país, ¡nada, absolutamente nada! Desafortunadamente, solo cambiará si un día entramos en una guerra civil y hacemos lo que el régimen militar no hizo: matar a unas 30 mil personas».
rmh/fb