Por Ernesto Espeche
El presidente argentino Javier Milei habló para todo el mundo en la Casa Blanca. Habló de espaldas a las cámaras y a los periodistas. De espaldas a su pueblo. Cada tanto se lo pudo ver desde un costado. Donald Trump, de frente, dominó la escena. Ambos sonrieron en un mismo gesto desencajado. El supermartes no salió como esperaban los aduladores vernáculos del viejo Tío Sam…¿Qué esperaban? Las metáforas de la entrega deponen las armas y se rinden frente a la cruda literalidad. La rendición es inevitable, pero tranquilos: alguien debió pensar este descalabro de antemano.
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Se cumplen 25 años desde que un sociólogo inglés llamado Colin Crouch acuñó el término “Posdemocracia”. En un libro que lleva ese mismo título, el profesor de la Universidad Warwick buscó designar así a los estados gobernados por sistemas democráticos plenamente operativos (se celebran elecciones, los gobiernos caen y existe libertad de expresión), pero cuya aplicación se ve progresivamente limitada. ¿Cuál sería esa limitación? Una pequeña élite, dice, toma las decisiones difíciles y coopta las instituciones democráticas.
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Imaginen por un momento que, en medio de una caminata, descubren haber dejado atrás una zona conocida. Ahora transitan un lugar extraño. Pero el merodeo incierto no los inquieta; vagar sin rumbo tiene, incluso, cierta gracia. El problema está en las respuestas que reciben cuando preguntan dónde están: usted está justo después del barrio que acaba de abandonar. ¿Y entonces? Habrá que orientarse en un territorio sin nombre hasta que alguien se anime a bautizarlo. Hasta entonces seguirá siendo ese lugar que queda justo en las afueras del sitio desde el que se viene.
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Crouch desarrolló la idea en un artículo titulado «¿Existe un liberalismo más allá de la socialdemocracia?” La interna liberal-está visto- es inagotable. El hombre reportaba al think tank Policy Network. En su libro posterior, «La extraña no muerte del neoliberalismo”, insiste con su tesis. Hacia ella vamos. Más allá de su definición y de sus acepciones, la idea de “Posdemocracia” pareció definir una evolución continua dentro de las democracias occidentales durante el siglo XXI. Fue un llamado de atención: pierden algunos de sus fundamentos y van hacia regímenes de tipo aristocrático.
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Cierta gracia, decía. Explorar un terreno tiene- se me antoja- cierta gracia. Paseante, transeúnte kafkiano, flâneur. Walter Benjamin podría guiarlos en la faena de ser observadores solitarios y anónimos que caminan sin rumbo por la ciudad moderna, capturando la belleza efímera en lo cotidiano. Sin embargo este es un escenario laberíntico, caótico y opresivo. Es un barrio sin más señas que aquellas que quedaron atrás.
Perdidos, entonces, en un sin sentido. Y eso que se siente es el absurdo con una mezcla de desconcierto y fascinación.
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El término Posdemocracia parece definir una evolución de las democracias durante el siglo XXI. Hubo quienes interpretaron el aporte del catedrático británico como un llamado de atención a las democracias establecidas por quedar despojadas- al menos de modo parcial- de algunos de sus fundamentos y evolucionar, en consecuencia, hacia un régimen aristocrático. Una democracia de baja intensidad, tal como la han referido algunos líderes políticos e intelectuales latinoamericanos. Una dirección indeseada. Una condición degradada. Desteñida. Raquítica. ¿Y el prefijo pos?
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El desconcierto causa fascinación. Y la fascinación desconcierta. Adentrarse en un territorio nuevo supone la adopción de una actitud similar a la que se toma frente a todo descubrimiento. El idioma, las costumbres, los códigos nos resultan familiares. Sin embargo, nada parece funcionar; no, al menos, como antes, como atrás. Los caminantes tratan de comunicarse sin entenderse del todo. Algo de lo dicho, o de lo actuado, se pierde, se disuelve en el aire, estalla en millones de partículas. ¿Frente a qué clase de vínculos estamos? Los acuerdos, los pactos y los consensos, pero también los conflictos, los entreveros y las trifulcas ensayan una ridícula emancipación del todo que solía contenerlas.
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Según la definición de Crouch: «Una sociedad posdemocrática es aquella que sigue teniendo y utilizando todas las instituciones de la democracia, pero en la que se convierten cada vez más en una cáscara formal. La energía y el impulso innovador pasan de la arena democrática a los pequeños círculos de una élite económica”. Eso dijo. ¿Describió los rasgos de una nueva era o explicitó los límites intrínsecos a las viejas y conocidas democracias liberales?
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Nada parece funcionar, o casi nada, o buena parte. Antes, atrás, una situación determinada, cualquiera sea, suponía un protocolo de acción para afirmarla y otro para contrarrestarla. Las instrucciones estaban internalizadas, naturalizadas. Salvo excepciones, no necesitábamos hacer consultas de verificación. ¿Quién necesita un mapa para moverse en la ciudad donde nació? Entonces, la reproducción rutinaria de la vida misma; el grado cero, el más escurridizo, de la famosa ideología. Aquí, en este lugar, buena parte de aquello parece no funcionar. Entonces, habrá que revisar los viejos manuales de procedimiento, resaltar lo que aún se mantiene y reemplazar lo que ha caducado. Tarea concerniente a un observador participante o al adelantado enviado a una misión.
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Colin Crouch participó activamente de Policy Network, uno de los tanques de pensamiento de la internacional de centroizquierda Red de Gobernanza Progresista lanzada en 1999 por el ex presidente estadounidense Bill Clinton, el ex primer ministro británico Tony Blair, el ex canciller alemán Gerhard Schröder, y el ex primer ministro italiano Massimo D’Alema, entre otros. Crouch es su circunstancia. ¿Habrá escrito sobre “Posdemocracia” por expreso encargo del agrupamiento? ¿Acaso importa? Mientras duró, el espacio con sede en Londres buscó promover el pensamiento estratégico sobre soluciones progresistas a los desafíos del siglo XXI y el futuro de la socialdemocracia. Organizaba debates y realizaba investigaciones sobre políticas públicas. Luego de un itinerario errante, en 2021 Policy Network se fusionó con Progress para formar Progressive Britain. Su lema, antes o después, bien pudo ser: “una solución progresista a los problemas del progresismo”. Ahora eso no es importante: ya es demasiado tarde.
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El tenor de la dificultad de definirse a partir de lo que no se es resulta opinable. Hay quienes, incluso, hacen un elogio de ese rulo identitario. Nada que objetar. El efecto más notorio de deambular por las calles de un barrio sin nombre es, en principio, no encontrar más indicaciones que aquellas que nos alertan de haber salido de la zona más próxima. Y otro menos perceptible: no se tiene noción de sus límites geográficos. Si seguimos por esta calle, por ejemplo, ¿arribaremos a un destino conocido, es decir, ya explorado y -por eso- nominado? Será que, hasta entonces, necesitaremos administrar eso que nos abruma: la llanura de lo innombrable.
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Escribo mientras tomo un café en una esquina cualquiera de mi ciudad. Acabo de leer una convocatoria en redes sociales. Se nos invita a participar de un encuentro. El tema: pensar las luchas políticas y sociales en la era de la posdemocracia. ¿Cuándo aceptamos que habitamos ese páramo? ¿Entonces las luchas son otras luchas y por ello nos invitan a pensarlas? La categoría lanzada por Crouch hace un cuarto de siglo se revuelca en el mismo lodo con otras más taquilleras como neofascismo o nueva derecha. Y en esa maraña de piernas se ven los límites del pensamiento que la gestó. Como todos los “pos” (posindustrial, poscolonial, posimperial, posmoderno), sugiere el final de una época y el advenimiento -confuso, dubitativo- de otra cuya identidad aún permanece oculta. Descansa a mitad de camino entre eso que habría quedado atrás -por caso, la democracia, o un tipo particular de democracia- y ese nuevo orden que se pretende conocer sin mayor consistencia. En la pantalla del bar, el presidente argentino Javier Milei habla para todo el mundo en la Casa Blanca. Habla de espaldas a las cámaras. Cada tanto se lo puede ver desde un costado. Donald Trump, de frente, lo mira, dominante. Ambos sonríen en un mismo gesto desencajado.
rmh/ee