Por Gustavo Robreño
El gobierno imperialista de Estados Unidos acaba de abrir un nuevo frente de amenaza y agresión, que se suma a los muchos ya en desarrollo, especialmente a partir del momento en que Donald Trump se instaló en la Casa Blanca, decidido al parecer a hacer realidad sus promesas electorales.
Convicto y confeso, además, de prejuicios discriminatorios hacia la población negra dentro de su propio país, no es de extrañar su alergia por las naciones, gobiernos y pueblos africanos que ya comienzan a aflorar en medio del múltiple clima de hostilidad, incertidumbre y violaciones al derecho internacional y la Carta de Naciones Unidas, por todas partes.
Nigeria y Sudáfrica, dos importantes e influyentes países africanos caracterizados por su abundancia de recursos minerales, petróleo, gas, uranio, así como una base industrial relativamente desarrollada en el conjunto africano y un nivel educativo y universitario digno de mención, han ocupado de manera visible y vociferante los primeros objetivos en la ofensiva antiafricana que recién empieza.

En el caso de Sudáfrica, había ya antecedentes que reflejaban el disgusto del régimen yanqui ante las actitudes independientes y soberanas del gobierno del Congreso Nacional Africano y del presidente Ramaphosa, país fundador del Grupo BRICS con una activa política africana que no parece permitir tutelajes ni presiones.
Las inmensas riquezas de Nigeria, por su parte, son las que impulsan a Trump en los intentos de apoderarse del vasto país, cuya riqueza petrolera apunta como la mayor de África y se considera así como objetivo piratesco del imperio yanqui, sediento y necesitado de fuentes de energía, en especial del ansiado petróleo, que lo ha movido a involucrarse en más de una guerra de agresión y saqueo a lo largo de la historia.
En la propia Nigeria, la llamada “guerra de Biafra”, territorio en el sur del país, dejó huellas de sangre y destrucción a fines del pasado siglo a causa de las disputas petroleras y sus beneficios, donde los intereses estadounidenses y europeos desempeñaron papeles contradictorios en su ambición.
Lo sucedido a Nigeria y Sudáfrica seguramente llamará la atención al resto de África, sobre todo a los países más débiles y pequeños, sobre los riesgos que deben enfrentar ante la codicia de todo tipo, tanto económica como política, por parte del injerencismo imperial yanqui y ante la ofensiva brutal que aspira a ocupar los espacios de que una vez disfrutó el colonialismo europeo.
África: ¡estad alerta!
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