Por Juan J. Paz-y-Miño Cepeda
Dos recientes investigaciones tienen relevancia para América Latina: “Equality and Development: A Comparative & Historical Perspective 1800-2025” (https://t.ly/3khrI) y el “Informe sobre la desigualdad global 2026” (https://wir2026.wid.world). En ambas participa el reconocido economista Thomas Piketty, pero está junto a una lista de 200 investigadores de diversas partes del mundo, que han realizado un importante trabajo académico.
Destaco la primera, que tiene una fundamentación histórica al ofrecer datos sobre la desigualdad de ingresos y riqueza en las diversas regiones del mundo durante el período 1800-2025, es decir, en 225 años. Las series utilizadas se encuentran en la Base de Datos Mundial de Desigualdad (https://wid.world). Sin embargo, como señala el documento, las series WID cubren 216 países en las décadas 1980-2024; pero la serie de dos siglos solo abarca 57 territorios centrales (con 48 países principales), aunque no en todos los años, sino en varios significativos. Además, entre los países latinoamericanos escogidos como principales solo destacan Argentina, Brasil, Chile, Colombia, México y ocasionalmente algún otro como Uruguay, mientras Ecuador, por ejemplo, no entra en consideración. Anotaré que Ecuador tiene aislados datos sociales de su pasado, que realmente empiezan a seguirse a partir de la Junta Nacional de Planificación (1954) y del Instituto Nacional de Estadística (1970); son escasas y a menudo contradictorias y desconfiables las estadísticas de hacienda pública, comercio exterior y otras informaciones económicas del siglo XIX, que solo con la creación del Banco Central (1927) se irán ajustando en diversas áreas; además, en la actualidad hay variadas fuentes de datos, pero algunas informaciones oficiales han pasado a ser incomprensiblemente “reservadas” (y hasta manipuladas) por simple disposición gubernamental. Finalmente, como se puede comprobar, si bien el estudio del WIL-WID trata diversas regiones, los ejes del análisis se concentran más en Europa Occidental y Norteamérica (Estados Unidos).
Los autores destacan las “instituciones socialdemócratas” inclusivas de Europa Occidental y, sobre todo, Nórdica: Suecia, Dinamarca, Noruega, Países Bajos, donde el incremento del gasto público, derechos laborales, tributación progresiva y participación democrática condujeron a una “mayor igualdad y prosperidad”. Los Nórdicos se volvieron países más igualitarios y productivos que los Estados Unidos, donde hubo un repunte de la desigualdad desde 1980. Incluso la Rusia Soviética y la China maoísta no eran particularmente igualitarias, al menos en comparación con esos países Nórdicos. Pero el estudio no observa la China actual. De todos modos, se deja en claro que los hallazgos a largo plazo, sobre la cuantificación histórica global, conducen a una conclusión: existe una “fuerte asociación positiva entre igualdad y desarrollo”. Diciéndolo de otro modo: el desarrollo no se genera manteniendo grandes desigualdades. De acuerdo con el estudio de WIL-WID, en América Latina, que forma parte de aquellas regiones con “poca o ninguna” comprensión de la desigualdad, si bien el legado del colonialismo forma parte de las explicaciones, la “desigualdad excesiva” a lo largo del siglo XX, provocó lento crecimiento, productividad y desarrollo desigual.

El otro estudio que he referido comprueba algo ya tratado en anteriores años: la concentración mundial de la riqueza ha seguido creciendo, de modo que hoy el 10 por ciento más rico (60 mil personas) concentra el 75 por ciento de la riqueza. A este estudio cabría sumar varios de los publicados por la CEPAL (como el Panorama Social 2025: https://t.ly/r6S18) y numerosos provenientes de instituciones y académicos que han verificado que América Latina es la región más inequitativa del mundo. Y esa “desigualdad excesiva” sigue obstaculizando el desarrollo con bienestar social.
En todo caso, si bien la cuantificación estadístico-histórica tiene enorme importancia para asegurar datos, resulta insuficiente para la comprensión de los procesos sociales y especialmente en una región como Latinoamérica donde los estudios en las variadas ciencias sociales han logrado adentrarse en la explicación y naturaleza de las relaciones de producción formadas en distintas épocas y sus expresiones en la conflictividad social que ha caracterizado a la región desde la época colonial. Como ejemplo puedo señalar la “teoría de la dependencia”, tan fuerte en influencia durante las décadas de los 60 y 70. Sus autores y seguidores realizaron investigaciones trascendentes, con estadísticas, información económica y, sobre todo, visión histórica, de modo que descubrieron los mecanismos de la dependencia, sus orígenes coloniales y sus repercusiones en las sociedades latinoamericanas. Claro que privilegiaron las relaciones externas. Por eso, otros estudios se dedicaron a comprender las fuerzas internas que actuaban en los distintos países, con lo cual el cuadro ha quedado completo.
La inequidad en América Latina, demostrada por los datos estadísticos y económicos, tiene larga historia, pues no es un fenómeno reciente. Se asienta en la constante explotación a la fuerza de trabajo por parte de distintas clases dominantes: terratenientes, oligarquía comercial y bancaria, burguesías modernas. La captura del Estado les permitió privilegiar sus intereses ante el conjunto de la sociedad y utilizar recursos públicos para su enriquecimiento, al mismo tiempo que hacían contratos a conveniencia privada. El desarrollo de bienes y servicios públicos siempre fue limitado, de modo que es en la segunda mitad del siglo XX cuando realmente hay interés por promover el “desarrollo” de la región, en lo cual ha sido fundamental la participación del Estado en infraestructuras, bienes y servicios públicos.
En la actualidad la confrontación central orbita en torno a dos modelos socioeconómicos: el uno, originado en las décadas de los 80 y 90, apuesta por el mercado libre y la empresa privada como sus ejes, sin participación del Estado (neoliberalismo); el otro, busca fortalecer capacidades estatales, redistribuir la riqueza y proveer a la sociedad con bienes y servicios públicos, especialmente en educación, salud, seguridad social. Es una vía comparable con la que desarrollaron los países Nórdicos, tan destacados por el estudio histórico de WIL-WID.

El problema que tiene América Latina contemporánea es que llegan al poder gobiernos de las derechas políticas que impulsan el modelo neoliberal y, al mismo tiempo, cuentan con empresarios que gobiernan la economía con mentalidades del pasado, oligárquicas, en nada dispuestas a consentir el avance de algún tipo de economía social del bienestar, a la que califican de “comunista” o, por lo menos, de aberración “populista”. Ecuador, precisamente, se ha convertido en el mejor ejemplo de este tipo de dualidad histórica, a la que se suma el inédito crecimiento del crimen organizado y la violencia con tres gobiernos de la oligarquía empresarial desde 2017.
El contraste lo presenta México, con una vía de mejoramiento social a la vanguardia en la región. De modo que queda nuevamente en claro que, sobre las bases que generan la inequidad, América Latina solo seguirá reproduciendo los frenos al desarrollo.
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