Por José Luis Díaz- Granados
Lo ancestral, lo atávico, lo tradicional milenario o acaso de más allá de los tiempos racionales, siempre ha estado presidido por la presencia luminosa y reveladora de la madre eterna de nuestra dimensión vital: la Mujer, así y siempre, con mayúsculas.
Desde “los tiempos del ruido”, antes que se inventara la memoria acomodaticia de los imperios arbitrarios, las creencias y las vivencias profundas del alma humana emergieron de la entraña femenina, de la excelsa, sabia y rotunda criatura que da a luz mujeres y hombres, la que a la fatídica llegada de los cristianos crucificadores españoles- armados “con la espada, la cruz y el gonococo”, al decir del inolvidable poeta cartagenero Luis Carlos López-, violaron, humillaron e intentaron sepultar en el olvido a decenas de deidades prodigiosas que durante milenios habían resplandecido en las mentes de sus innumerables hijas e hijos en esta parte del mundo:
Bachué, Huitaca, Mareigua, Pachamama, Mama Quilla, Ixchel, Quetzacoatl, Yemayá, Oshún, Tlazolteotl, Yara e Ichop, entre muchas otras, cuyas presencias espirituales fueron decapitadas por los crueles impostores, por los sátrapas saqueadores de oro y honras humanas, que abusivamente invocaban el nombre inmaculado de Jesús de Nazareth para abolir las memorias de las verdaderas hacedoras del mundo.
El libro titulado Sombras y luces bajo la orla de mi enagua, de la autoría de Miriam Castillo Mendoza (nacida en Sincelejo, Sucre), poeta, declamadora, activista y gestora cultural del territorio Cenu, en el noroeste de Colombia, encarna las voces de la memoria coral que reivindica las inconmensurables virtudes de nuestras mujeres mayores, de nuestras divinas y humanas progenitoras, de nuestras sencillas diosas femeninas, de nuestras compañeras y de nuestras hijas, con sus inspiraciones, quehaceres y cuerpos rítmicos, con sus infinitas ensoñaciones, sus tiernos zarpazos espirituales y corporales y sus oficios cotidianos, que en la transfiguración de la palabra poética se sienta para siempre en el trono de la Belleza, para así ocupar de nuevo el lugar que les fue arrebatado por los invasores disolutos y que por virtud de la elocuencia y la metáfora engrandecen los tiempos pasados, presentes y venideros con sus recuerdos, sus denuncias, sus conjuros y sus fantasmagóricas alegorías.
En los cincuenta y cuatro textos líricos que componen el libro, Miriam Castillo Mendoza habla desde la interioridad profunda de cada mujer, descifra la cautividad de sus silencios y expresa lo inexpresable en sus milenarias elocuencias silenciadas, junto con sus individualidades pisoteadas, distorsionadas e ignoradas durante los siglos de los siglos.
Está allí, presente y combatiente, por virtud de la palabra de la autora, la mujer en todas sus dimensiones posibles, con sus continuas rebeliones interiores y sus diatribas públicas, y para todas ellas, la poeta escribe una tonada, porque sabe que la vida espera un canto, “porque la vida te escucha un canto / un canto / para ti, un nuevo canto”… Todo ello a través de una poesía reveladora y salmodiante, poesía elemental y exuberante, poesía tranquila y caudalosa como los ojos de Amelia o de la mujer Cenu “de segunda mano”, con “su vaho cargado de energía”, toda una verbalidad cargada de legítima voz épica, “carne anhelante de sensaciones”, “flores que agitaron sus aceites esenciales” y “el olor de las guayabas maduras”, canto inicial, perenne, inmarchitable para la bisabuela invicta que vive en la recreación de la poeta, viajera “en fecha no sabida”.
Poesía de luz perpetua es ésta la de Miriam Castillo Mendoza, que brota de sus ensueños arteriales para encarnar en la memoria lo ancestral, el presente, la materialización de su lenguaje…, porque además, “la gaita y la maraca marcan mis pasos / me llaman / en un repique que es mi saudade / sonámbula canción de mi ánima”… Canto que reivindica la nobleza del alma de la hembra sabia con versos diversos, elementales y frondosos, que reinventan el hermoso, valeroso e inconforme linaje femenino.
Y ni una mujer más avasallada o aplastada por sus verdugos machoides y dudosamente varoniles: sólo la vida, la alegría de vivir, el sol desnudo para una fiesta perpetua, heroica y limpia, henchida de amor con “el golpe de viento que erecta mis pezones”.
Gracias, Miriam, por este libro que emana en cada verso los indomables ancestros de la mujer Cenu, por la efervescencia de estas semillas herrumbrosas y por la grandeza de saber desnudar ante el mundo tanta belleza y tanto horror, tanta injusticia y tanta hermosa altivez, tanta maravillosa luz heroica, tanta ligazón telúrica donde la mujer Luna “toca el tambor / la marca, la maraca y el copal”, pero que en noches gélidas de sonidos misteriosos, la poeta alza su copa jubilosa para colmar de amor “la esperanza trenzada / a la vida libre que es un poema”.
La mujer Cenu, presente en cada nota musical del pentagrama poético del libro Sombras y luces bajo la orla de mi enagua se sabe fundamental en su novedoso ritmo expresivo, anegado de una desconocida sonoridad que le da forma feliz “al poema de la vida” y a la totalidad de esta poesía rebelde, transgresora, acusadora como permanente conciencia verbal, soberbia palabra audaz y libre, que Miriam Castillo Mendoza ha hecho posible para regocijo perenne de los alucinados lectores de la buena poesía de este mundo.
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