Por Luis Casado
Hace unos días escribí una nota sobre las elecciones presidenciales en los EEUU. El título lo dice todo: “La peste o el cólera”.
Recordando que Dwight Eisenhower, en su discurso de despedida (1961), alertó contra el peligro de lo que llamó “el complejo militaro-industrial”. Hoy, Trump y Biden están en las manos de una coalición que reúne al mundo de las finanzas y el complejo militaro-industrial. Y esa coalición pide guerras.
La Unión Europea- incluida Francia-, transformada ya en un Protectorado del Imperio, es a la vez uno de los escenarios de la guerra, una de las principales víctimas, y el principal cómplice del desastre.
Francia, expurgada hasta del recuerdo de Charles de Gaulle, se empequeñeció hasta elegir personajillos diminutos como Sarkozy, Hollande o Macron. Paralelamente, el fascismo fue creciendo mientras la República se desdibujaba en un remedo de nacionalismo estrecho y de identidad excluyente.
El resultado de la primera vuelta de las elecciones parlamentarias es el reflejo del estado real del país. Adiós grandeza, bonjour tristesse!
Pero como siempre, desde las profundidades del cuerpo social surge la fuerza de la Historia.
Francia no es el territorio que cabe dentro de sus fronteras, no es un color de piel, no es un idioma, ni un acento, ni un ADN puro extraído de la biología molecular del fascismo.
Francia es un contrato político forjado por ciudadanos libres, diversos, cada vez más criollos y cada vez más universales.
Eso es la República cuya proclama es Libertad, Igualdad, Fraternidad.
La fuerza surgida de sus entrañas tiene ante sí- una vez más- el desafío de vencer el odio, la exclusión, el racismo y la discriminación, para construir un futuro de paz, de progreso y de dignidad para la Humanidad entera.
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