Por Luis Casado
Cuando menciono la Economía, mis panas suelen prevenir: “Yo no entiendo nada de eso”. Como si se tratase de la teoría de la Relatividad General o peor aún del Entrelazamiento Cuántico, del bosón de Higgs o de la materia y la energía oscuras que componen el 95 por ciento del Universo y que nadie ha visto.
Sin embargo es muy sencillo, más claro echarle agua. La Economía digo: dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho… y ocho ¡dieciséis! Nivel Escuela Primaria.
Para obtener un diploma de economista no hace falta mucho más: los porcentajes, la media y la mediana estadísticas, un par de pijoteras ecuaciones de primer grado y- sobre todo- desparpajo.
Mucho desparpajo. François Mitterrand- que no carecía de eso- alguna vez dijo: “La Economía es simple: son dos columnas, una de gastos y otra de entradas. Cualquier dueña de casa se lo diría”.
Adam Smith (1723-1790), el menda que estuvo en el origen de las teorías económicas, tocó el tema de la distribución de la riqueza en una época en la que la miseria de los más y la opulencia de unos pocos saltaban a la vista. No como ahora que todos somos clase media. Smith sostuvo que la desigualdad en la repartición de la riqueza resulta de la concentración de la propiedad de la tierra y del capital en pocas manos que “se acumulan en las manos de un puñado de particulares”.
Para Smith la sociedad está dividida en tres clases, cada una de ellas posee un medio de producción: los trabajadores aportan el trabajo, los capitalistas el capital, y los terratenientes la tierra.
¿Cómo? ¿Porqué? ¿Desde cuándo? Eso Smith no lo tocó. El mundo es así, y yastá. ¿De dónde surge la propiedad privada de la tierra y del capital y su consiguiente acumulación? Anda a saber: en una de esas llegaron con la Creación, no hagas preguntas complicadas…
Lo cierto es que el precio de toda mercancía se descompone en la remuneración de los tres factores de producción: el salario para los trabajadores, el lucro para el capitalista y la renta para el
terrateniente. Simple como una de tus manos…
No escapa a tu sagacidad que dado un precio para una mercancía dada, la cuestión de fondo se resume en determinar lo que recibe cada cual: trabajador, capitalista y terrateniente. Todos desean obtener la mejor parte. Mientras más palpa uno, menor es la parte de los otros. La pugna que surge de tal confrontación es lo que llaman la lucha de clases.
Contrariamente a lo que aseguran las malas lenguas, la lucha de clases no la inventó Karl Marx.
Adam Smith, David Ricardo y más tarde Marx, Keynes y otros, la vieron en la realidad que los rodeaba: no hicieron sino constatarla.
David Ricardo, otro fundador de la llamada ciencia económica, estimó que la repartición del producto es la cuestión principal de la economía política. Ricardo constató que existe una relación lineal inversa entre salarios y lucro. Lo que- dice Ricardo- va a tener implicaciones considerables.
Ya lo sabes: el tira y afloja entre las clases por obtener una mejor parte a la hora de distribuir el producto conseguido gracias a los factores de producción: la lucha de clases.
El capitalista argumenta que si los salarios son muy altos, él, pobre empresario, verá disminuir el lucro y por consiguiente tendrá menos capital que invertir para obtener aún más lucro. Él no lo dice así: el capitalista sólo desea invertir más para dar más trabajo y así hacer la felicidad del currante.
Felicidad que se conjuga en tiempo futuro. Un economista normalmente constituido, debatiendo en la TV, confrontado a la demanda de una mejor repartición del producto, se apresura en precisar que la distribución no se hace ex ante: el reparto debe hacerse una vez producido el producto. Primero hay que producir, señala el economista que descubrió América.
Para estos pinches “expertos” en toda su Historia la Humanidad no ha producido nada, y el capital acumulado en un puñado de manitas cayó del cielo. Eso no se toca. Ni ahora ni nunca.
La acumulación continúa. En los últimos siete años, en Francia, las 500 personas más ricas doblaron su patrimonio. Poseen ahora algo más del 45 por ciento del patrimonio francés, en un país de 68 millones de habitantes. Así, el 0,000001 por ciento de la población concentra el 45 por ciento de la riqueza y, cosa curiosa, pagaen impuestos (de todo tipo) menos de la mitad de lo que paga un picante que recibe el salario mínimo.
Este es el resultado de la lucha de clases. Que ganaron ellos.
Visto lo cual, Mme. Julie van Ongeval, patrona de Opella, filial de Sanofi (laboratorios médicos), favorece la venta de la empresa que dirige (no es la dueña) a un inversionista yanqui, por lo que
recibirá una comisión de 200 millones de euros (fuente: Arnaud Montebourg, ex ministro de Economía).
Para despistar, los economistas y sus titiriteros publican miles de páginas sobre sesudos temas económicos entre los cuales sus preferidos son el crecimiento, la estabilidad de los precios, el pleno empleo, el equilibrio de los intercambios exteriores (exportaciones versus importaciones), sin olvidar el equilibrio de las finanzas públicas.
Crecimiento
En la teoría de los fundadores de la teoría económica las materias primas son infinitas y gratuitas.
Es lo que enseñan aún ahora en las Escuelas de Economía. ¿Quién crece o qué crece? En la chacarera de la Colorada, Atahualpa Yupanqui ya lo decía:
En piedras y moldejones
Trabajan grandes y chicos
Martillando todo el día
Pa’ que otro se vuelva rico
Para los integristas del neoliberalismo sólo existe una inquietud: el crecimiento. En siete años la fortuna de los 500 ciudadanos más ricos de Francia creció en más de un 100 por ciento… El resto respira corto y saca la lengua. La codicia les hace ver el mundo de otro color. Ejemplo: The Times of Israel, titula: Baja el crecimiento y hay un marasmo económico a causa de la guerra.(sic). Mientras tanto el genocidio de la población palestina continúa, y los soldados de Tsahal se hacen selfies frente a su obra.
Desde luego, la prensa “democrática” se pronuncia: el último Editorial de Le Figaro Magazine dice: “Debemos apoyar a Israel porque tenemos los mismos enemigos”. Esos enemigos son los dueños del petróleo que occidente roba para asegurar su “crecimiento”.
Crecimiento infinito. ¿En serio?
Estabilidad de los precios
Los EEUU., con su privilegio exclusivo de emisión monetaria exportan inflación a todo el mundo.
Los economistas lo saben desde la Alemania de Weimar: la inflación es el único recurso de los Estados que no pueden pagar sus deudas. Borran así las cuentas practicando «la eutanasia del rentista», como decía Keynes. La deuda pública de EEUU. supera el 122 por ciento de su PIB. La nada misma. Mientras los países chantas buscan un superávit fiscal…
Pleno empleo
Buen chiste. En el trimestre enero- marzo de 2024, la tasa de ocupación informal en Chile llegó al 28,1 por ciento, creciendo 0,7 puntos porcentuales en doce meses. Más de dos millones 600 mil personas laburan fuera de todo marco legal. Y aún hay desempleo… Lo mismo pasa en la Unión Europea, donde los empleos “Uber” la llevan, generando un desequilibrio en la financiación de la Seguridad Social y el sistema de pensiones.
Equilibrio de los intercambios exteriores
Otro chiste. Los EEUU., así como la Unión Europea, acentúan sus políticas proteccionistas para imponer sus propias condiciones de intercambio, mientras los países rascas como Chile solo juran por el “libre mercado”.
Equilibrio de las finanzas públicas
Si no fuese tan dramático el enunciado haría reír. Los EEUU. tienen un déficit abismal, mientras países como Francia ya no controlan ni los esfínteres. El equilibrio de las finanzas públicas es para las colonias, para esos países de utilería, para los pendejos que le temen a las calificaciones de las agencias de calificación de deuda, esos corsarios modernos.
¿Qué decir?
Lo que decía David Ricardo desde los inicios de la puñeta económica:
“La repartición del producto es la cuestión principal de la economía política”.
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