Por Kintto Lucas*
Para Firmas Selectas de Prensa Latina
Estoy perdido en el camino, entre el Putumayo y el Caquetá, aquí, en Colombia, buscando voces y testimonios en un respiro de la guerra. No sé muy bien cuál es el año aquí, tampoco sé si habrá un respiro en esta guerra. Ya son más de 50 años desde que estas balas se iniciaron. ¿Estos tiros de hoy son los mismos de ayer? Aquí nomás los campesinos miran la guerra como parte de un camino, recuerdan otras luchas que no vivieron, porque ya son tantos los años, que son varias las generaciones.
Se fueron a volver de la guerra y están aquí recordando, casi, casi llegando a la paz. Se escuchan unos acordes de guitarra y alguno se pregunta todavía ¿qué es la paz? ¿Vale la pena la paz? Aquí la gente mira la paz como parte de un camino que se va construyendo. Un tejido difícil porque a veces los hilos no coinciden en el telar. Pero hay que buscar que coincidan.
Me voy a volver de la paz en Colombia. Bueno, eso creo, o mejor dicho eso espero. El camino es difícil, intrincado, culebrero. Podríamos empezar frente al pelotón de fusilamiento del coronel Aureliano Buendía. Escuchemos entonces a Gabriel García Márquez contar esa historia, con su voz particular:
“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y caña brava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos.
El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo. Todos los años, por el mes de marzo, una familia de gitanos desarrapados plantaba su carpa cerca de la aldea, y con un grande alboroto de pitos y timbales daban a conocer los nuevos inventos. Primero llevaron el imán. Un gitano corpulento de barba montaraz y manos de gorrión, que se presentó con el nombre de Melquíades, hizo una truculenta demostración pública de lo que él mismo llamaba la octava maravilla de los sabios alquimistas de Macedonia.
Fue de casa en casa arrastrando dos lingotes metálicos, y todo el mundo se espantó al ver que los calderos, las pailas, las tenazas y los anafes se caían de su sitio, y las maderas crujían por la desesperación de los clavos y los tornillos tratando de desenclavarse, y aún los objetos perdidos desde hacía mucho tiempo aparecían por donde más se les había buscado, y se arrastraban en desbandada turbulenta detrás de los fierros mágicos de Melquíades. ‘Las cosas, tienen vida propia pregonaba el gitano con áspero acento, todo es cuestión de despertarles el ánima’.
Podríamos decir entonces que la paz tiene vida propia. Entonces, será cuestión de despertarle el ánima… Y para despertarle el ánima hay que seguir caminando. Tal vez en el pueblo de Macondo no esté la respuesta, o tal vez sí. Pero como diría el propio Gabo, la realidad, ya hace muchos años que superó a la ficción en Colombia y en tantas partes. Cien años de soledad apareció en 1967 y se convirtió en el mejor ejemplo del realismo mágico, que algunos definieron como un “género literario” latinoamericano que, sirviéndose del surrealismo, mezcla lo mítico y lo cotidiano para captar la historia y la cultura. En fin…
Dos años después, en 1969, el compositor peruano Daniel Camino Diez Canseco ganó el Festival de la Canción de Ancón en Perú con una cumbia basada en Cien años de soledad, que se titula Los cien años de Macondo. Esa cumbia se transformó en un éxito mundial con decenas de versiones. En este momento Me voy a volver para escuchar la versión del cantautor mexicano Oscar Chávez. Si no pueden escuchar. Imaginen…
Más allá de Macondo, hay otras realidades que se fueron construyendo en medio de desigualdades e injusticias casi endémicas. Desigualdades que venían de atrás y fueron instalándose en los distintos caminos de Colombia. Injusticias que se fueron creando en medio de las desigualdades, de la tierra en pocas en manos, del olvido de los campesinos y de los pobres de la ciudad. El pelotón de fusilamiento del Coronel Aureliano Buendía, finalmente es solo un pelotón más en la historia de Colombia.
La guerra entre conservadores y liberales por el poder político y económico tenía en medio a un pueblo que cierto día buscó asumir su protagonismo, creyendo que podría terminar con las desigualdades y las injusticias. Un pueblo que quería la paz, aunque la guerra primero fue invadiendo el camino, y luego fue el propio camino, mientras los poderes nacionales y extranjeros diseñaban el destino de Colombia.
En ese camino, perdido y encontrado tantas veces desde la muerte de Jorge Eliecer Gaitán en 1948, surgieron caminantes que dejarían marcados sus pies en la vida de Colombia, como el cura Camilo Torres aquel 15 de febrero de 1966. No hubo cuerpo para velar, pero su nombre quedó en los caminos de la América Latina.
“Para entender a Camilo hay que situarlo integralmente, no solo como el cura guerrillero. Eso es circunstancial en su vida. Es el sacerdote, el sociólogo, el político el revolucionario y el guerrillero”, dice su amigo Gustavo Pérez Ramírez. Francois Houtart, que también fue su amigo lo recuerda como “un símbolo del compromiso de los cristianos en una trasformación de la sociedad”.
La historia de este cura revolucionario quedó grabada en una hermosa canción titulada Cruz de Luz, creación del cantautor uruguayo Daniel Viglietti. Pero en este momento me gustaría escuchar la versión de Chavela Vargas, quien supo interpretar con una fuerza y una ternura extraordinarias esa canción que relata una pequeña historia en el camino de Colombia, una gran historia…
Ahora, en estos caminos de Colombia se puede encontrar otro mundo urbano, también marcado por la violencia del desalojo, la violencia que significa quedarse sin casa y no tener dónde ir. En el campo es la falta de tierra que lleva a los campesinos a sumarse a la lucha social y política de diversas formas, en la ciudad es la falta de vivienda digna la que lleva a los pobladores y trabajadores a sumarse a diversas luchas. El cineasta Sergio Cabrera logró, en la película La estrategia del caracol, plasmar con ironía la lucha contra un desalojo colectivo de una casa de inquilinato. Pero sobre todo logró mostrar las solidaridades y luchas que se construyen desde los de abajo en momentos de exclusión social.
Del proletario sin trabajo y sin vivienda, pasando por el cura del barrio, por el desclasado y el intelectual, los hilos de la lucha y la solidaridad construyen una historia de Colombia, de las tantas historias que tejen el inmenso telar de la memoria colectiva, en el que la gente elabora sus propias estrategias de supervivencia, como la estrategia del caracol, llevándose la casa a cuestas, llevándose su mundo a cuestas. La película, estrenada en 1993, obtuvo varios premios internacionales. La estrategia del caracol es, finalmente, una metáfora de la realidad. Y como decía García Márquez, la realidad puede ser más absurda que la ficción.
De ese mundo urbano de Colombia en 1993, me voy a otro lugar, me voy a volver del campo colombiano en el año 2000. Por ahí se escuchan rancheras y corridos como si estuviésemos en el campo mexicano. En las cantinas de San Vicente del Caguán, muy cerca de dónde se desarrollan diálogos de paz entre la guerrilla de las FARC y el gobierno de Andrés Pastrana se escuchan rancheras…
Pero seguimos caminado por Colombia. Una Colombia profunda, sufrida, luchadora y solidaria. Solidaria a pesar de las dificultades. Una Colombia que intenta llegar a la paz. Vamos y venimos de la guerra. Vamos y venimos de la paz. Vamos y venimos en el tiempo. Del campo a la ciudad, de la ciudad al campo. De la exclusión social de los campesinos a la supervivencia de los que no tienen vivienda. Del pelotón de fusilamiento de Aureliano Buendía a La estrategia del caracol.
De la metáfora rural a la metáfora urbana. De la lectura y el testimonio de Gabriel García Márquez a la historia del padre Camilo Torres. Del cantautor mexicano Oscar Chávez interpretando la cumbia Los cien años de Macondo a la genial cantante, también mexicana Chavela Vargas cantando al cura revolucionario. Caminamos en busca de la paz. Vamos y venimos de la guerra.
Vamos y venimos de la paz. Vamos y venimos de la música colombiana. Seguramente cuando se alcance la paz también será una paz llena de música. Colombia es un país tocado por la magia de la diversidad musical. Las notas musicales de Colombia pueden inundar el mundo. Totó La Momposina, con su pasión en cada canto, con la vida en cada música, con la cumbia en el camino de la paz. Y tal vez nos diga:
“Mohana, Mohana, Mohana…/ Espíritu del agua espíritu burlón / Espíritu del agua espíritu burlón / Tengo que abrirte mi corazón / Espíritu del agua espíritu burlón / Envuélvela con la atarraya / Y agárrala con la atarraya / Y púyale los ojos con la atarraya / Pa que me siga donde yo vaya / Pa que nunca más se olvide de mí / Pa que yo no tenga más que sufrir”. Y si hacemos volar la imaginación podríamos pensar que se refiere a la paz…
En los Los Pozos, muy cerca de San Vicente del Caguán, escuchamos a Julián Conrado, compositor de vallenatos y guerrillero de las FARC. Es el año 2000 y vamos ingresando al territorio dónde se desarrollan los diálogos de paz entre la dirigencia de esa organización guerrillera y el gobierno de Andrés Pastrana. Al entrevistarlo, Conrado me dice que está vinculado con sectores de izquierda desde 1965, cuando mataron a Camilo Torres. Los hilos del tejido histórico que se cruzan. «Mi mamá me hablaba mucho de él” asegura el guerrillero.
El músico guerrillero tiene el acento típico de los pobladores de la Sierra Nevada de Santa Marta, conocida en el mundo gracias a las canciones de Carlos Vives. Antes de ingresar a las FARC, en 1983, ya era un reconocido compositor de vallenatos. Los comienzos de su carrera musical se remontan a los festivales de vallenato que se realizaban en Colombia en la década de los 70, luego se dedicó a componer para cantantes famosos además de grabar cuatro discos.
Desde que está en la guerrilla, Conrado produjo otros discos vinculados a su lucha. «Tengo influencia de la música vallenata y de la caribeña, por haber nacido en un puertito que está cerquitica de Cartagena, donde llegaba mucha música de Puerto Rico y Cuba», comenta en la conversación.
En esa conversación en Los Pozos, al hablar de la cultura en Colombia, señaló que no hay una cultura que esté por encima del bien y del mal. “La cultura de la violencia que hoy existe en Colombia es impuesta y nosotros apostamos a una de paz que vaya al rescate de los sectores populares, por eso presentamos propuestas culturales en ese sentido”, me dijo en esa ocasión. Recordó además que Jacobo Arenas, uno de los fundadores de las FARC junto a Manuel Marulanda, ponía énfasis en la necesidad de una propuesta cultural desde la guerrilla.
«Arenas me llamó un día a su caleta -recordó el músico-, abrió una botella de vino y me preguntó qué hacía yo en la guerrilla. ‘Aquí cualquiera se tira un discurso político y tenemos guerrilleros pa’ que echen plomo a la lata, pero tú debes irte a grabar canciones’, le dijo. En principio se sorprendió por las palabras de Arenas, pero luego se dio cuenta del sentido y pasó a pensar que el trabajo cultural acerca la guerrilla a la población y ayuda a construir una identidad.
Dieciséis años antes de esta entrevista, en 1984, Conrado fue destacado por las FARC para «trabajar políticamente con la Unión Patriótica en la costa del Caribe colombiano», mientras se desarrollaba el diálogo de paz entre la guerrilla y el gobierno de Belisario Betancur. Una de las tantas experiencias frustradas de paz. La Unión Patriótica terminó con más de cinco mil muertos…
Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia fueron fundadas en mayo de 1964, a partir de un foco guerrillero compuesto por campesinos asentados en la región de Marquetalia. Luego, cercados y bombardeados por 10 mil soldados, quedaron 48 guerrilleros vivos bajo la dirección de Manuel Marulanda Vélez, que serían los primeros integrantes de las FARC. Con los años se convertirán el 15 mil. Aunque desde 2009 ese número de combatientes empezará a disminuir.
Luego de la frustrada experiencia de paz con Betancur, a sus 70 años Marulanda volvió a dialogar de paz con el gobierno de Pastrana. Durante una entrevista en el año 2000 me dijo que la guerrilla abandonaría el diálogo con ese gobierno sólo si sus posiciones en la zona desmilitarizada eran atacadas.
»Tenemos voluntad de paz y sólo nos retiraremos de la mesa de diálogo cuando caigan las primeras bombas», me aseguró. También señaló que el proceso de paz »se le volvió una papa caliente» a Pastrana, »porque los altos mandos militares y el gobierno de Estados Unidos quieren la guerra».
Destacó también el acto político-cultural que hicieron dos meses antes de la entrevista con participación de 40 mil personas cuando lanzaron el Movimiento Bolivariano que pasó a ser dirigido por Alfonso Cano, quien murió años después. Y concluyó que tal vez algún día existan condiciones para que la guerrilla pueda realizar un acto en una ciudad grande. »El reto será movilizar 100 mil personas», aunque todavía falta para eso.
Los diálogos finalmente fracasaron. Se interpuso el Plan Colombia, creado por Estados Unidos para combatir a la guerrilla con la excusa de combatir la droga. Vinieron los bombardeos a campamentos guerrilleros, e incluso la invasión a territorio ecuatoriano para matar a Raúl Reyes en 2008. A él se sucederán las muertes de varios líderes. Las FARC son duramente golpeadas y por un tiempo se impone la teoría de la guerra y la represión, liderada por el expresidente Álvaro Uribe.
La guerra parece imponerse en el imaginario. La paz parece sólo una utopía que ayuda a caminar. Vamos y venimos del camino. Y en ese camino duro, empedrado, culebrero, la paz asoma. Lenta pero firme asoma. Como una sombra tenue, casi imperceptible, la paz asoma. La voluntad política de las partes, la mediación de Cuba, Noruega y el trabajo persistente de Hugo Chávez llevan a las conversaciones.
Después de caminar bastante, las FARC y el gobierno de Juan Manuel Santos llegan a un acuerdo. Desde ahora vamos a combatir con la palabra, dice Timoleón Jiménez, o Timochenko, máximo dirigente guerrillero. Por ahí se da un tropiezo en el camino, pero la paz llegará…
Venimos de un largo camino. Pasaron décadas, pasaron guerras y esperanzas, pasó un mundo entre la paz y la guerra, entre la injusticia y la desigualdad. No se solucionarán los graves problemas sociales con la paz, pero el camino de la paz es el único viable. Y claro está que después habrá que ir construyendo la justicia social, o sea una paz mejor para todos…
ag/kl
(Textos del autor, basados en su programa radial Me voy a volver)