Por Leonid Savin
Los resultados de la votación de una resolución en la ONU contra la glorificación del nazismo muestran una cierta tendencia preocupante.
El 17 de diciembre de 2024, la Asamblea General de la ONU aprobó una resolución condenando la glorificación del nazismo. El texto fue presentado por Rusia, con el apoyo de Belarús y Turkmenistán.
Aunque 119 estados votaron a favor de la aprobación del documento (fue aprobado por mayoría de votos), 53 países se opusieron y 10 se abstuvieron, en su contenido solo exhorta a los estados a adoptar medidas para impedir la revisión de la historia de la segunda guerra mundial y condena los casos de glorificación del nazismo, incluida la colocación de símbolos nazis en monumentos a las víctimas de la guerra y la difusión de material educativo que propague el racismo y otras formas de odio (étnico, religioso, etc.). También se recomienda prohibir los actos conmemorativos del régimen nazi y eliminar todas las formas de discriminación.
Después de lo anterior, inmediatamente nos surge una pregunta lógica: si 53 estados se oponen a la resolución, entonces ¿todo es una farsa y por el contrario, apoyan el nazismo y a todas las formas de discriminación?
La lista incluye un grupo de países que se proclaman así mismo luchadores contra el racismo y la discriminación. Estos son: Albania, Andorra, Australia, Austria, Bélgica, Bosnia y Herzegovina, Bulgaria, Canadá, Croacia, Chipre, República Checa, Estonia, Finlandia, Francia, Georgia, Alemania, Grecia, Hungría, Islandia, Irlanda, Italia, Japón, Letonia, Liechtenstein, Lituania, Luxemburgo, Malawi, Malta, islas Marshall, Micronesia, Mónaco, Montenegro, Países Bajos, Nueva Zelanda, Macedonia del Norte, Noruega, Palau, Papúa Nueva Guinea, Polonia, Portugal, República de Corea, Rumania, Moldova, San Marino, Eslovaquia, Eslovenia, Suecia, España, Tonga, Ucrania, Estados Unidos y Gran Bretaña.
La dinámica de esta votación en ONU resulta interesante. En 2023, se opusieron 49 Estados a una resolución similar; en 2022, fueron 50, pero en 2021 lo hicieron solo Ucrania y Estados Unidos. Por lo tanto, resulta evidente que tal incremento brusco está relacionado con el comienzo de la Operación Militar Especial (OME) de Rusia en Ucrania.
Al mismo tiempo, esto resulta paradójico y hasta contraproducente, porque uno de los objetivos de la OME es erradicar el neo nazismo en Ucrania. Resulta que los países que votaron en contra de una resolución que proponía condenar una de las formas más repugnantes de discriminación: el neo nazismo, no han hecho más que posicionarse, sin argumento alguno, a favor y en apoyo de estas prácticas discriminatorias. Aunque está claro que no todos los países comparten esta posición.
En principio, los opositores a esta resolución se pueden dividir en varias categorías. Primero están los satélites del sistema estadounidense, que siempre votan como Washington, incluso, si su posición oficial es completamente diferente. Las segundas son las élites políticas rusófobas, que lo hacen por su vocación en contra de Rusia, incluso si la gran mayoría de los ciudadanos de estos países es contraria a esa posición. Otras son ideologías políticas que en sí mismas están directamente relacionadas con el nazismo regenerativo, es decir, producen un discurso rusófobo a nivel estatal. En estos últimos se pueden incluir a Estados Unidos y Ucrania.
En el primer grupo de retórica democrática, históricamente siempre ha habido una amplia gama de prácticas discriminatorias, desde la segregación racial hasta la llamada discriminación positiva. En el segundo, el neonazismo se ha entretejido año tras año en la política pública. Anteriormente Stepan Bandera, Román Shukhevich, Dmitri Dontsov y Yaroslav Stetsko, entre otros, eran abiertos apologistas del nazismo Ucraniano y partidarios de los grupos radicales y otros partidos que eran bastante marginales.
Con la llegada de Víctor Yúshchenko en 2005 a la presidencia de Ucrania, el discurso neo nazi comenzó a expandirse gradualmente, y después del golpe de Estado en febrero de 2014, el neo nazismo en general se convirtió en la ideología principal en Ucrania, lo que se expresó en la represión masiva contra la población de habla rusa y otras etnias.
Esta es una tendencia bastante preocupante, dado que un hegemón de la envergadura de los Estados Unidos, es quien realmente dirige el proceso de implementación de esta preferencia ideológica.
Si antes, incluso en los países bálticos, donde se habían llevado a cabo marchas de antiguos colaboradores de las SS, no se había votado en contra de estas mismas resoluciones, tratando de aparentar cierta corrección política y apariencia democrática, ahora ni siquiera ocultan su curso pro-nazi (incluidas nuevas leyes discriminatorias).
Varios estados europeos que antes de 1945 apoyaron el fascismo y el nazismo, ahora ponen de manifiesto cómo han olvidado las lecciones de la historia (aunque entre los que votaron en contra de la resolución hay países que se resistieron heroicamente al nazismo y el fascismo).
Agreguemos a lo anterior el llamado “tecno-fascismo”, es decir, el papel notablemente mayor de las grandes corporaciones tecnológicas en los procesos políticos.
Ahora no es el capital industrial, sino los propietarios de las redes sociales, de los mensajeros instantáneos y varias aplicaciones, que se fusionan con las élites políticas para formar conjuntamente una agenda (vale la pena mirar de cerca cómo las Startups tecnológicas en los Estados Unidos exprimen a los contratistas tradicionales incluso en el complejo militar-industrial) para difundir su influencia global.
Claro que esto lo hacen de la manera más indirecta e imperceptible, promocionando sus productos y servicios bajo el disfraz de nuevas soluciones tecnológicas destinadas a mejorar la vida humana.
(* Traducción del ruso: Oscar Julián Villar Barroso. Doctor en Ciencias Históricas y Profesor Titular de la Universidad de La Habana).
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