Por Julio C. Gambina
La preocupación apunta contra el dicho relativo a que todo pasado fue mejor y, por ende, se constituye en el imaginario deseado del futuro, imposibilitando habilitar sueños por la revolución.
Esa repetición de imaginarios pasados aconteció en 1982 cuando la “multipartidaria” elaboró un programa para la Argentina pos dictadura sustentando en su propuesta el orden vigente entre los 20/30 hasta el momento del golpe en 1976.
Era la Argentina de la sustitución de importaciones, del aliento al mercado interno y, en definitiva, de la conciliación de clases, tan bien expresado en el plan trienal de 1973, incluyendo la imaginación de la existencia de una “burguesía nacional” con proyecto propio que daba a pensar en potencialidad antimperialista.
Hay que mencionar que en los años 80 ya no era posible una receta que las políticas hegemónicas en el mundo, designadas como neoliberales, ya no impulsaban. Era el tiempo de la globalización o mundialización, contra las fronteras nacionales para la libre circulación del capital, las mercancías y los servicios.
La norma en los 80 del siglo pasado era la apertura de la economía, la liberalización, las privatizaciones y el aliento a la iniciativa privada, la desregulación de los mercados y la potenciación de la dependencia al proyecto del capital transnacional concentrado.
Fue el camino que se consolidó en los 90, bajo las presidencias de Menem y De la Rúa, las que terminaron en la rebelión popular del 2001. En 2019 se reiteró el eslogan de volver a un imaginario anterior, el del 2003, cuyo boom de crecimiento de ingresos populares y empleo estuvo asociado a fenómenos que ya no existían, como la suspensión de pagos de la deuda decretada a fines del 2001 y que duró hasta las renegociaciones del 2005, 2010, incluso del 2016; situación agravada con la reinstalación del FMI como condicionante del endeudamiento y la economía en 2018 y la renegociación y cambio del “stand by” al financiamiento de “facilidades extendidas” en el 2020, que ahora renegocian Caputo y Milei.
Las condiciones del 2003 ya no estaban en el 2019, incluso la devaluación de enero del 2002 que otorgó viabilidad a la producción local.
Por eso la insatisfacción social ante el incumplimiento del gobierno 2019-23, de la demanda social para resolver problemas estructurales asociados al crecimiento de la pobreza, el desempleo y la precariedad laboral, la caída de los ingresos populares y la pérdida de derechos sociales integrales, en salud, educación, vivienda, energía, recreación, etc.
Mirar con creatividad hacia adelante
Por eso, ahora no se puede sostener un programa de vuelta al pasado, a los tiempos del capitalismo del Estado de bienestar, solo posible en tiempos de bipolaridad entre socialismo y capitalismo entre 1945 y 1991, incluso desde 1917, cuando la revolución rusa desafiaba con la construcción de una sociedad contra el régimen del capital, el socialismo como horizonte civilizatorio. Pero tampoco a las condiciones del 2001/03, con una impronta de confrontación con los acreedores externos.
El ejercicio del gobierno Milei por un año y la perspectiva de mejorar la correlación de fuerzas en el ámbito institucional con las elecciones de medio término en 2025, desafían a pensar los términos del programa necesario en el país para resolver los problemas socioeconómicos agravados en este año de ajuste y regresiva reestructuración.
Habrá que desandar todo lo hecho en este primer año de ajuste y regresiva reestructuración. Se trata de reinstalar lo que debe terminarse con el condicionante de la deuda pública, iniciado en la genocida dictadura y renegociado en todos los turnos de gobiernos constitucionales desde 1983, salvo la suspensión aprobada en el parlamento en la última semana de diciembre del 2001.
Parafraseando una consigna en boga, habrá que insistir que “NO HAY PLATA” para cancelar deuda, requisito que el gobierno antepuso ante cualquier erogación al presentar el Presupuesto 2025. Habrá que hacer una auditoria con participación popular y definir mecanismos de cancelación de aquella deuda que no califique como injusta, ilegal u odiosa.
No alcanza con estas medidas y por lo tanto hay que avanzar en una reestructuración productiva y de la circulación de bienes y servicios para atender las necesidades de la población más empobrecida. Ello demandará la asignación de “capital de trabajo” suficiente para asignar bajo formas de autogestión comunitaria o cooperativa al tercio de población que sufre las más crueles consecuencias de la marginación.
Tierra, equipamiento y financiamiento, más asistencia técnico- profesional deben ser parte de un plan con participación popular que asegure la transformación del modelo productivo y de desarrollo del país.
Todo ello solo es posible si se define una mayoría social que asuma el proyecto político alternativo, que entusiasme una masa de población suficiente, como sujeto activo y consciente que otorgue probabilidad de sustento, ante la contra lógica del rechazo de los principales beneficiarios de las actuales condiciones de producción. En términos porcentuales, aludimos a una mínima parte de la sociedad, que desde la cúpula en la captación de ingresos y tenencia de riqueza define el curso de la organización económica del capitalismo local. Remito al núcleo de la clase dominante, que asocia capital local con externo.
El problema es que una mayoría social otorga consenso a la lógica liberalizadora, con datos alarmantes en el deterioro de buena parte de la sociedad.
Ello requiere de un trabajo ideológico, político y cultural para disputar la construcción de un nuevo imaginario social sobre el país que se quiere. Hay que discutir, entonces, ese programa de transformaciones, que no puede asociarse al pasado, sino que tiene que proyectarse creativamente revolucionando lo conocido, cambiando la ecuación de beneficiarios y perjudicados. Es una propuesta en contra del capitalismo, de la explotación y el saqueo.
Hay quienes dicen que eso no es posible en las condiciones actuales. Son los mismos que sostenían que era imposible el triunfo de Milei.
No hay imposible en la lucha de clases si los objetivos a proponer encarnan socialmente en la perspectiva de una mayoría dispuesta a un cambio revolucionario.
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