José Luis Díaz-Granados
Hace 125 años –un 26 de julio de 1904–, nació Luis Vidales en Calarcá, corazón del Quindío. Siempre manifestó su satisfacción y orgullo por haber nacido en esa fecha al coincidir con la del inicio de la gesta heroica de Cuba y con “la segunda salida de Don Quijote por los campos de Montiel”.
Desde niño mostró su preferencia por la poesía a través de observaciones que anotaba en unos papelitos a manera de “epifanías”, los cuales enrollaba cuidadosamente y guardaba en los bolsillos. Cursó su bachillerato en Bogotá, donde su padre ejercía el profesorado, y allí dio a conocer sus poemas iniciales donde primaba su espíritu irreverente y sarcástico.
Su amistad con Luis Tejada, José Mar, Gabriel Turbay, Moisés Prieto y Felipe Lleras Camargo y bajo la influencia de Silvestre Saviski, un tintorero proveniente de Rusia, Vidales profundiza sus lecturas de Marx, Engels y Lenin e integra el primer Grupo Comunista surgido en Colombia, entre 1922 y 1924.
En 1926 publicó su primer libro, Suenan timbres, el cual causó malestar y escándalo en la ciudad conservadora y parroquial, por cuanto rompía con las estructuras tradicionales de la rima y la métrica y se burlaba de las cosas cotidianas, los ademanes correctos y las costumbres pacatas de sus habitantes.
En ese libro- que fue saludado con entusiasmo por Jorge Luis Borges, Francisco Luis Bernárdez, Alberto Lleras Camargo y Jorge Zalamea, entre otros-, Vidales expone unos versos, mezcla de poesía festiva y greguería, los cuales causaron polémica en el mundillo literario de entonces, dominado por la arquitectura fastuosa y perfecta de Guillermo Valencia, amo absoluto de la estética lírica en Colombia.
Ese mismo año, Vidales viajó a París donde adelantó estudios de economía y sociología. En la “Ciudad Luz” vivió una estancia llena de emociones intensas: consolidó sus convicciones revolucionarias, ahondó sus estudios sobre el sicoanálisis, la historia del arte y la teoría de la relatividad; se familiarizó con el cine de Chaplin (a quien admiró sin condiciones e imitó en muchos gestos y desplantes), las vanguardias literarias (el surrealismo, el cubismo, las exploraciones de James Joyce y Proust) y además, conoció personalmente a Picasso, a Tristán Tzará, Paul Eluard y Louis Aragón; asistió a los cursos experimentales del sabio Voronoff sobre la eterna juventud y estrechó la mano de Charles Lindberg, luego de realizar su histórico vuelo Nueva York-París sin escalas.
A su regreso a Colombia en 1930 ingresó al naciente Partido Comunista, cuyos primeros secretarios generales fueron Guillermo Hernández Rodríguez, Rafael Baquero y Gilberto Vieira, éste último de manera muy fugaz en 1932. El siguiente dirigente fue el joven poeta Vidales, cuya función primordial fue la de impulsar una revolución agraria, llegando a dirigir personalmente insurrecciones campesinas en Boyacá, Huila y Tolima- la más famosa fue la toma de San Eduardo en Boyacá-, lo que le ocasionó innumerables procesos, detenciones y prisiones.
Con la llegada del dirigente Ignacio Torres Giraldo de una reunión del Kominter (Tercera Internacional) de Moscú, se desautorizó esta política de Vidales, aduciendo que la prioridad estaba en la organización de la clase obrera. Durante esa década, Vidales escribió abundante poesía política que, aumentada con la escrita en su exilio en los 50 y más tarde, en la horrenda noche del Estatuto de Seguridad en los 70, recogería en su libro La obreríada, cuya primera edición publicó Casa de las Américas en La Habana, con prólogo de Isaías Peña Gutiérrez, en 1978.
A finales de la década del 30 se dedicó a la labor estadística y a la cátedra de Estética en la Universidad Nacional. Durante más de 40 años orientará sus energías mentales a estas disciplinas sin dejar de escribir poemas, ensayos y reflexiones sobre la problemática colombiana. En 1945 dio a conocer su monumental Tratado de estética y tres años más tarde publicó La insurrección desplomada, ensayo sobre los sucesos del 9 de abril de 1948 cuando fue asesinado el caudillo popular Jorge Eliécer Gaitán, su amigo personal.
Ante la persecución desatada contra las fuerzas populares por los sucesivos gobiernos conservadores (1948-1954), Vidales y su familia se vieron obligados a salir del país y se exiliaron en Chile. En la patria de su amigo y camarada Pablo Neruda escribió poemas de tono decantado y de profundo amor patrio y residirá allí hasta 1960, cuando volvió a Colombia llamado por el presidente Alberto Lleras Camargo, su amigo y contertulio de la Generación de Los Nuevos, en 1925, para que organizara la oficina de redacción técnica de la Estadística Nacional, el DANE.
En este organismo, además de asesorar dos censos de población y vivienda, escribió una obra monumental, la Historia de la estadística en Colombia, y alternó sus actividades de poeta, periodista y científico social con la tertulia del Café “Automático” donde reencontró después de muchos años a sus compañeros de generación como León de Greiff, José Umaña Bernal, Jorge Zalamea, Juan Lozano y Lozano y Eduardo Zalamea Borda, y los del grupo de Piedra y Cielo, especialmente a Eduardo Carranza, Jorge Rojas, Darío Samper, Carlos Martín, Gerardo Valencia y Arturo Camacho Ramírez.
En 1978, ya retirado del DANE, Vidales vuelve a la lucha política y revolucionaria, y con su militancia comunista, que nunca abandonó, recorre ciudades, veredas, escuelas, sindicatos y barrios populares leyendo sus poemas de temática social. Ese mismo año integró el jurado de poesía de Casa de las Américas en La Habana junto con Mario Benedetti, Juan Gelman, Efraín Huerta, Luis Nieto, Ramón Palomares y Jesús Orta Ruiz.
Al año siguiente, siendo ya octogenario, bajo la horrible noche del gobierno de Turbay Ayala, su apartamento de Chapinero fue allanado por miembros de la fuerza pública y el gran poeta fue llevado preso a las Caballerizas de Usaquén, vendado e incomunicado. La solidaridad nacional e internacional no se hizo esperar. Un comité presidido en París por el filósofo existencialista Jean-Paul Sartre difundió el insuceso, y luego de multiplicarse en los cinco continentes los mensajes de protesta ante el gobierno colombiano, pocas horas después, el poeta es puesto en libertad.
En 1982, Vidales obtuvo el Premio Nacional de Poesía. En 1985 se reencontró en Medellín con su amigo entrañable, el poeta nacional de Cuba Nicolás Guillén y meses después recibió el Premio Lenin de la Paz. Publicó nuevos libros de poemas en donde su espíritu zumbón, aguerrido y siempre crítico predominó a todo lo largo y ancho de sus versos. Este niño-poeta, discípulo de Marx y de Charlot, adorador de Colombia hasta sus más profundas raíces, falleció en Bogotá a los 86 años, el 14 de junio de 1990. Su funeral constituyó una de las más sentidas manifestaciones de dolor popular de los últimos tiempos.
El poeta había retornado a la tierra en busca de la rosa perdida. ¿Qué rosa? Él mismo lo escribió en un soneto inmortal: ¡Patria se llama esta encendida rosa!
rmh/jldg