La denominación parte de una leyenda. Se considera “Señores de la Guerra” a quienes tienen en sus manos un gran poderío militar al que suman un calificado mando político que convierte su voluntad en hechos, y que ejercen su dominio en una región determinada. Su fortaleza se explica ciertamente por su predisposición a la guerra y por su elevada capacidad de acción en el terreno de las armas.
En la China feudal se acuñó el término para evocar un período histórico concreto entre 1916 y 1930, cuando los Grandes Señores, recogieron el legado de la histórica rebelión de Taiping iniciada en 1850. En aquellos años, hombres poderosos pelearon agresivamente en el empeño de consolidar su dominio territorial derrotando y oprimiendo a sus adversarios.
Fue una lid arropada por expresiones religiosas y sociales que enfrentaron a la Dinastía Qing y al Reino Celestial de la Gran Paz, en una guerra larga y prolongada que dejó una dolorosa estela de muerte y destrucción. Por eso, esa etapa ya se considera superada en China, y en el mundo.
Y es que los avances de la civilización contemporánea nos enseñan que no es mediante este tipo de enfrentamientos que la humanidad progresa. Al contrario, retrocede a las cavernas.
Pero ahora pareciera que nuevos Señores de la Guerra están buscando afincarse en América Latina. Y procuran darle a la guerra un contenido más bien ideológico. Para ellos, el enemigo genérico, es el Marxismo, pero el término encubre mucho. Va desde el pensamiento progresista hasta las ideas revolucionarias, las concepciones prácticas y hasta la lengua que se usa como instrumento de comunicación.
Para ellos, por ejemplo, el Quechua es una herramienta Marxista y sirve para soliviantar a los pueblos. No solo debe ser prohibido, entonces, sino que quienes lo hablan, deben ser perseguidos. Bajo ese concepto, las poblaciones originarias deben ser privadas de derechos por lo menos mientras no acepten su condición de sometidas con relación a la casta dominante, blanca y criolla.
Y para que vayan adaptándose a esa realidad, deben ir oyendo a los poderosos exigir la muerte para sus adversarios, aunque estos sean fugaces, imprecisos o diletantes. Por eso hasta hoy se escucha el tronar de algunos dinosaurios que claman: ¡Muerte a Castillo…! ¡Muerte a Cerrón…!
Quienes así gritan, hoy tienen un cargo público que no les gusta. Preferirían no llamarse alcaldes, sino Gobernadores del Burgo, y aspirarán luego a un puesto mayor, no de presidentes, sino de Virreyes, porque prefieren estar siempre a los pies de la corona. Les encanta ese olor.
Los Señores de la Guerra recorren hoy el continente. Marcos Rubio, en representación de Donald Trump- el Guerrero Mayor- ronda Costa Rica, Guatemala, Panamá y otros países. Y Edmundo González, el ficticio “presidente electo” de Venezuela visita Ecuador y Perú.
Ambos van amarrando lo mismo: una intervención militar contra Venezuela. Más o menos como la quiere Francisco Belaunde: con el uso de misiles, como en Gaza.
Por ahora, bloqueo total. Salvajismo puro y duro. Ni un dólar, ni un Euro; que nadie le compre un barril de petróleo, ni le venda un pan; hacer que aúllen de hambre, y que salgan a la calle para echar a Maduro y poner a González. Y si no lo hacen, bala con ellos, y bombas, como si fueran palestinos.
Para sus planes tienen tres rutas: la agresión directa vía la Infantería de Marina de los Estados Unidos, como en los años 30 del siglo pasado; la provocación fronteriza, por Guyana en demanda del territorio llanero del Esequibo y la agresión multinacional por el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, el TIAR.
El problema es que para que este último camino funcione se requiere que los países, sean “vecinos” de Venezuela, y no es el caso. Los otros Señores de la Guerra- el argentino Milei y el ecuatoriano Noboa- están lejos.
La tercera en disputa Dina Boluarte- Señora de la Guerra- anda muy ocupada justificando sus latrocinios, y muy lejos también en estima ciudadana.
Por lo demás, ella no puede darse el lujo de mostrar el cachete. Apenas asoma su perfil reencauchado, le cae una lluvia de silbidos que la dejan sin resuello y hasta exhausta. Lo acabamos de comprobar en la Plaza de Armas de Lima el pasado martes 28. Apenas se mencionó su nombre y hubo procacidades por doquier.
Los Señores de la Guerra no cuentan con que las cosas han cambiado. Una agresión militar a Venezuela no sería una guerra local, sino continental, Y daría lugar incluso a la intervención de países situados en otros continentes. Sería algo así como un Vietnam en el siglo XXI.
Y como sucedió en ese entonces, ahora también la victoria sería saboreada por los pueblos. De todos modos, los “teóricos” del tema sueñan con que Rusia “no se meta» y a China “no le interese” Venezuela. Entonces- creen- USA podrá obrar a su antojo.
Se dice que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. A los Señores de la Guerra ya les ocurrió la aventura de Guaidó, pero ahora buscan repetirla porque de entusiasmo no se muere nadie. Y de ilusiones, tampoco. Por eso, lo que ocurrió en Lima el pasado 28 de enero, fue un encuentro espurio.
Dos arlequines que se creen presidentes de un país abrazaron juntos su orfandad. Aunque muchos áulicos canten para ellos, todos saben que no valen nada.
Los Señores de la Guerra, ayer y hoy, fueron vencidos por la historia. No en vano en el 2025 se conmemoran los 80 años de la derrota del fascismo y la victoria de los pueblos.
Y no en vano, tampoco, la bandera de la dignidad, empapada en la sangre de soldados heroicos, fue izada en el corazón de Europa consagrando la paz para los pueblos.
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