Lo había dicho él. Murió hace casi cinco años, pero, como muy pocos, sigue presente entre las multitudes. Desde la memoria. Una memoria que tanto en el fútbol mundial como en la vida política de los argentinos adquiere cuerpo y voz.
No necesita presentación, aunque es inevitable. Se llama Diego Armando Maradona. En una de sus tantas definiciones políticas, deportivas y sociales- pocos aquí tuvieron tanta capacidad de síntesis en sus dichos- cierta vez disparó: «Hay que ser muy cagón para no defender a los jubilados».
Y tras la consigna que ahora se dice se hizo viral, sucedió lo que se esperaba que sucediese. Miles de personas, con o sin sus identificaciones futboleras se hicieron presentes desde las primeras horas de la tarde de este miércoles 12 de marzo en las cercanías del Congreso Nacional, para acompañar a los jubilados en sus protestas semanales ante las condiciones de vida impuestas por el gobierno ultraderechista de Javier Milei.
Muy temprano un ejército de policías antidisturbios comenzó a reprimir ante lo que a todas luces era una manifestación pacífica.
Fueron horas de gases lacrimógenos, palos y camiones hidrantes contra viejos, viejas, jóvenes, mujeres, varones; contra todos y cada uno de los que nos encontrábamos allí.
La de este miércoles fue sin duda la más masiva de las marchas desde que hace varios meses grupos de jubilados decidieron salir a la calle todas las semanas en defensa de sus derechos. En casi soledad, pues fueron muy pocas las organizaciones políticas y sociales que tímidamente los acompañaban.
Resulta prematuro afirmarlo, pero suena a muy posible que estas movilizaciones ganen profundidad, intensidad y organización a partir de lo que aconteció este miércoles.
¿Pero qué es lo que está sucediendo en Argentina?
La semana pasada fue la de Chacarita Juniors la primera hinchada de fútbol que se hizo presente en las protestas de cada miércoles de los jubilados, jubiladas y pensionados por sus ingresos de hambre, porque son víctimas de especial vulnerabilidad ante las políticas gubernamentales de ajustes fondomonetaristas, neoliberales rabiosas y de destrucción del Estado.
En forma inmediata y a través de las redes sociales, simpatizantes y parcialidades de casi todos los clubes se fueron sumando y anunciaron que el miércoles 12 de marzo allí estarían, frente al Congreso Nacional. Y la frase maradoniana del título de este texto ya comenzaba a desparramarse con una mancha de aceite, convirtiéndose, como señalamos, en lema y consigna.
En las mismas redes advertían que el gobierno podría infiltrar barrabravas en la protesta para justificar las agresiones de los uniformados. Por supuesto era eso lo que esperaban casi todos los medios de comunicación centrales- especialmente los canales de TV-, alineados con el oficialismo. Y así sucedió.
El objetivo fue desprestigiar la lucha de los jubilados y el poderoso significado social, político y cultural que tiene el apoyo de los hinchas de fútbol.
Es cierto, las barrabravas existen. Conforman organizaciones lúmpenes que se incrustaron en los numerosos negocios y prácticas mafiosas de un fútbol convertido en espectáculo global.
Mueven significativas sumas de dinero y actúan con la complicidad de buena parte de las dirigencias de los clubes, de figuras políticas, policías, jueces y fiscales.
Se trata de un proceso de degradación que adquirió volumen cuando, en ocasión del Mundial ’78, la dictadura (1976-1983) contrataba a marginales y delincuentes para que, en las tribunas y haciéndose pasar por hinchas, impidieran lo que los genocidas tanto temían: que se entonasen cánticos y voces colectivas contra el régimen, denunciado el genocidio que sufría el país.
Ese lumpenaje descubrió que el fútbol podía convertirse en una suculenta fuente de ingresos. Algo parecido sucedió entre muchos efectivos de los cuerpos policiales, que habilitados por la dictadura para apropiarse de los bienes de los detenidos desaparecidos, fueron dándole forma a esa compleja trama de complicidades criminales entre delincuentes, políticos, jueces y fiscales, que hoy actúa con impunidad y está en el corazón de los problemas de seguridad que golpean sobre todo en los grandes conglomerados urbanos.
La degradación del clima futbolero lleva décadas, pero no invalida el dato central: el del fútbol es un escenario profundamente popular y pasional, de lealtades inalterables y de ciertas magias como las que encierra el juego mismo, que involucra a millones de personas, sin distinciones etarias, políticas, de géneros e identidades y de clases.
Dante Panzeri (1921-1978), el legendario periodista deportivo argentino- quizás haya sido el mejor -, publicó un libro al respecto que ya en su título lo dice todo, y no sólo sobre el deporte en sí mismo, sino sobre sus implicancias sociales y culturales: Fútbol, dinámica de lo impensado (1967).
Justamente, fue la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich- una ex montonera que cambió de camiseta política como de camisón hasta recalar en las huestes del psicópata, facho y criptoestafador presidente Javier Milei, fue quien días antes de la protesta calificaba a las hinchadas legítimas, integradas por millones de adherentes a los colores de uno u otro club, con las barrabravas, las que, por más violentas que sean, no pasan de ser puñados de malvivientes.
Pero volvamos a la actitud adoptada por las hinchadas, que, como ya adelantáramos, por parcialidades y tradiciones de barrio y familiares contienen (y de alguna manera representan) a millones de argentinos.
Y si retomamos aquello de la dialéctica de lo impensado de Dante Panzeri como herramienta para analizar algunos de los comportamiento sociales que se registran en este país, gestor tantas veces de fenómenos históricos inesperados, resulta ser que los fanáticos del fútbol, como aluvión inorgánico, vinieron a reemplazar en buena medida a los actores e instituciones originalmente responsables de la representación social y de la defensa de los derechos colectivos.
Es decir. Las hinchadas han reemplazado a los partidos, organizaciones sociales y sindicatos que en estruendosa mayoría, y por supuesto salvo excepciones, han dejado solos a los jubilados y jubiladas, sin mover un dedo que no sea el que necesitan para intervenir en las redes sociales.
Esta semana, algunas organizaciones sindicales, sobre todo agrupaciones internas de cada una de ellas, adhirieron y se hicieron presentes en la plaza del Congreso, aunque en forma testimonial, sin la contundencia movilizadora que en una época las caracterizaba.
Sí estuvieron firmes las entidades políticas de la izquierda tradicional, en su mayoría de filiación trotskista.
Volviendo a las hinchadas de fútbol. Es justo recordar que el actual comportamiento de esas parcialidades deportivas tiene un rico historial de compromisos políticos. A continuación algunos casos representativos.
A poco de derrocado el general Juan Domingo Perón, en septiembre de 1955, cuando mencionar su nombre estaba prohibido y la represión sobre el movimiento obrero era virulenta- magistral el libro de Rodolfo Walsh Operación Masacre (1957), que investiga los fusilamientos de León Suárez, una localidad del Conurbano bonaerense -, la hinchada de Nueva Chicago (club del populoso barrio porteño de Mataderos) desafiaba a los palos, los gases y las caballería policial al entonar la Marcha Peronista en las tribunas.
En la pasada década del ’70, en plena ebullición social, política y de las organizaciones revolucionarias, eran frecuentes en las tribunas los cánticos de los hinchas celebrando las acciones de las guerrillas y de los movimientos estudiantiles y obreros.
Años después, en 1981, en las postrimerías de la dictadura implantada en 1976 y antes de la gran protesta social de fines de marzo del ’82, otra vez la hinchada de Nueva Chicago. En un partido contra Defensores de Belgrano, casi definitorio del campeonato del ascenso, con la victoria asegurada y a minutos de la pitada final, nuevamente desde la tribunas la Marcha Peronista. La policía reprimió pero en los grandes medios apenas si fue noticia marginal.
Y acontecimientos más o menos similares tuvieron lugar en momentos cercanos, cuando en octubre de 2018, en pleno gobierno derechista del empresario Mauricio Macri (actualmente un aliado de Milei más allá de los cortocircuitos que protagonizan porque responden a bloques de negocios a veces encontrados), la hinchada de San Lorenzo lanzó un cántico y una sigla distintiva (LPQTP) que inmediatamente se hicieron populares en todas las canchas y tribunas: «Mauricio Macri, la puta que te parió…».
El 28 de febrero de ese año el diario El País, de Madrid, escribía: «¿Qué quiere decir LPQTP en argentino básico? La gran incógnita es si lo que ocurre en las canchas expresa un creciente malestar contra el presidente Macri».
Citar todos los casos de creatividad poética y política de las parcialidades futboleras argentinas es una tarea imposible, pero, y ya para cerrar, qué mejor que una vista al autor de la frase que decíamos se hizo viral.
Y afirmar que, de estar vivo, Diego Armando Maradona, se hubiese hecho presente en las protestas, «como que hay Dios…».
Al revés de lo que hace y no hace el actual ídolo, Lionel Messi, que al momento de este cierre guardaba silencio de radio, aunque sí supo ser celebrante cuando con su pase al Internacional de Miami, labró una lucrativa sociedad con los Mas Canosa, familia de ex cubanos vinculada a muchas de las campañas terroristas contra el país de José Martí.
Y también es justo recordar que entre los futbolistas amigos «del Diego», muchos forman parte del territorio simbólico en espacio al que irrumpieron las hinchadas argentinas, en defensa de sus adultos mayores, para usar una expresión tan cara a la corrección política.
Por ejemplo
El brasileño Sócrates (1954-2011), médico, estrella de su selección verde y amarilla, y luchador social, se hubiese hecho presente frente al Congreso Nacional, con los viejos, las viejas y las hinchadas en protesta.
Y vaya a saber uno si no estuvo allí entreverado en las calles de Buenos Aires, el francés Éric Cantona, el goleador de su escuadra nacional que una vez fue gran noticia por cierta acción justiciera: cierta vez la legendaria revista deportiva argentina El Gráfico la calificó de «inmortal patada».
Y recordó
El 25 de enero de 1995, en pleno encuentro entre Manchester United y Crystal Palace disputado en Selhurst Park, Eric Cantona, cansado de los insultos de un simpatizante local llamado Mattew Simmons, salió del campo y le pegó una patada voladora que quedó en la historia del deporte.
Luego del partido, el francés habló ante la prensa y declaró: «Golpear a un fascista no se saborea todos los días».
En 2022 y en charla con The United Way, agregó: «Me arrepiento de una cosa: me hubiera encantado haberlo pateado aún más fuerte. No me puedo arrepentir de una sensación genial como esa».
Gracias al fútbol, porque «hay que ser muy cagón para no defender a los jubilados» y así fue como las calles cercanas al Congreso Nacional, entre gases y palos policiales bramaron «Milei basura, vos sos la dictadura…Patricia Bullrich la puta que te parió…y Que se vayan todos, que no quede ni uno solo».
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