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jueves 21 de noviembre de 2024

Las contradicciones intercapitalistas cada vez más ásperas

Por Rafael Cuevas Molina*

Para Firmas Selectas de Prensa Latina

 

El señor Fukuyama, vaticinador de un tiempo sin contratiempos ni tropelías en que lo único que le quedaba a la historia era dormir arrullada el sueño de los justos, debe estarse rasgando las vestiduras.

Si algo caracteriza a nuestros días es, precisamente, todo lo contrario y, como bien se sabe de sobra, quien ha llegado en su corcel blanco a echar a perder la fiesta es el rubio con cara de enojado que en este momento funge como presidente de los Estados Unidos.

El señor, que no deja títere con cabeza, se ocupa de lanzar mandobles en contra de amigos y enemigos, sin distingo de ninguna clase. Hasta ahora, sus amigos parecen ser solamente las otrora llamadas Islas Brumosas, aunque para ello su primera ministra debió sortear algunos desmanes poco diplomáticos del energúmeno cuando llegó a visitarlo a su propia casa.

Ambos, Gran Bretaña y los Estados Unidos, las dos potencias mundiales cuyos líderes abrieron en la década de los ochenta la era de la globalización de corte neoliberal, han decidido dar marcha atrás con el proceso, socavados como están internamente por sus consecuencias, dejando en el aire a todos los que embarcaron en “el tren de la globalización”.En Europa, el principal objetivo de la santa alianza británico-norteamericana será Alemania, con quien nuevamente -como en la década de los treinta del siglo XX- están en problemas.

Como entonces, el tema central son las contradicciones intercapitalistas.  A la actual Alemania, después de bregar durante dos décadas para ocupar el papel preponderante en la Unión Europea, se le están poniendo cuesta arriba las cosas. Primero, porque el modelo de unión que ha respaldado contra viento y marea está haciendo aguas por todas partes internamente; y segundo, porque encabeza en Europa un proyecto que siempre marchó de segundón -en el orden económico y político mundial- comandado por los Estados Unidos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, orden al que Trump le está poniéndole fin.

Gran Bretaña y Estados Unidos decidieron dar marcha atrás a la era de globalización neoliberal abierta en los años 80. Socavadas internamente por sus consecuencias, ambas potencias dejan en el aire a todos los que se embarcaron en ese tren.

En América Latina la situación es más patética aún. Aquí, con las excepciones harto conocidas de Cuba y los recientes intentos nacional-progresistas, nuestros paisitos miran al norte con gesto bobalicón.

El primer viaje que debía hacer cualquier presidente recién electo que se preciara era a Washington, a entrevistarse con el Jefe Supremo, tomarse la foto sonriendo y dándose la mano con él, certificar que todo estaba en orden y que por lo tanto podía empezar a administrar el trozo de territorio que tenía designado.

Hoy, todos esos bobalicones se encuentran en estado de total estupefacción, sin proyecto y sin esperanzas de que les manden instrucciones precisas sobre cómo operar. Es más, si se descuidan, pueden ser vistos también como amenaza para la seguridad nacional norteamericana, ya sea porque mandan demasiada gente allende sus fronteras, porque firmaron algún tratado de libre comercio, o por cualquier otra razón, por peregrina que sea, que se le ocurra al señor ese que cada día se levanta con cara de haberse pasado la noche pensando con qué otra ocurrencia conmocionar a todos.

Si nuestros pequeños mandamases tuvieran dos dedos de frente, que generalmente no la tienen, estarían reuniéndose de urgencia para, por lo menos, comentar lo que está sucediendo. En esto que se está forjando, y que se avizora que traerá tras sí más de una crisis, hay tela por donde cortar y dividendos que ganar.

Por un lado, porque tal vez permitiría que al fin se dieran cuenta que lo más conveniente es conciliar entre sí, como latinoamericanos, sin estar pendientes todo el tiempo de cómo pasó la noche el señor ese. Es decir, continuar con el proceso que ya se había iniciado, y que tiene varias expresiones institucionalizadas, de integración y unión autónoma latinoamericana.

Segundo, porque sería interesante darse cuenta que aquello que decía José Martí desde el último tercio del siglo XIX es cierto y valedero aún: para lograr el equilibrio del mundo no hay que poner todos los huevos en la misma canasta, lo cual en otras palabras,y para nuestros días, quiere decir que debemos aprovechar esas contradicciones inter-capitalistas de las cuales hemos hecho mención anteriormente: mirar hacia China, hacia Europa, hacia Rusia.

Pero también, y muy especialmente, hacia el sur del mundo; hacia África y Asia, tal y como en algún momento lo hizo Brasil en el gobierno de Luiz Inácio “Lula” Da Silva, y lo hizo antes Cuba.

Por el momento, sin embargo, con excepción de México y, eventualmente, los asustados presidentes del Triángulo Norte Centroamericano, que ya ven inminentemente reducidas las remesas que les envían sus compatriotas emigrados, nadie parece darse por enterado. Ojalá este estado de shock dure poco.

ag/rc

 

*Historiador, novelista y presidente de la Asociación para la Unidad de Nuestra América en Costa Rica.
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