Un centenario de luz y coraje
Por Frei Betto
En vísperas del día en que Brasil conmemora el asesinato de Carlos Marighella, asesinado el 4 de noviembre de 1969 por la dictadura militar, Clara, su compañera de vida y camarada en la lucha, falleció a los 100 años. Es como si el tiempo, cómplice del afecto, hubiera esperado a que completara el ciclo —un siglo de resistencia y dignidad— para que, finalmente, pudieran reencontrarse más allá de los riesgos y la ausencia.
Clara vivió la historia desde dentro, pero sin buscar jamás protagonismo. Fue testigo de la persecución, el exilio y la soledad impuestas a quien amaba: un hombre que se convirtió en símbolo de la insurgencia revolucionaria. Mientras el nombre de Marighella era perseguido, difamado y prohibido, ella custodiaba el suyo con serenidad y firmeza, manteniendo viva la memoria y la esperanza, tejiendo con pequeños gestos la grandeza cotidiana de la resistencia.
Ser la esposa de un revolucionario a menudo significa ser silenciada por la narrativa de los héroes. Pero Clara no encajaba en ese silencio. Convirtió la vida en un territorio de cuidado y la memoria en un acto político. En su frágil cuerpo y su dulce voz residía una fuerza que no se medía en armas, sino en fidelidad a la justicia. Durante décadas, acogió a jóvenes, activistas, artistas e investigadores que buscaban comprender el Brasil profundo con el que soñaba Marighella, y que ella, sin alardes, siguió cultivando.

Su transvivencia, en vísperas del martirio de su compañero, no es casual: es un gesto poético de la historia. Dos cuerpos que el poder intentó separar se reúnen ahora en tiempos de libertad sin fin. Clara vivió cien años de persecución y esperanza, exilio y terror estatal, portando la llama ardiente de un país por venir. Su nombre se une al de Marighella no como una sombra, sino como claridad, porque, gracias a Clara, Marighella afrontó la lucha alentado por una compañera sensible y lúcida.
Brasil se despide de esta mujer que no empuñó fusiles, pero mantuvo viva la llama que ilumina las utopías. Que su partida inspire a las nuevas generaciones a comprender que la revolución nace del corazón, de la ternura, del coraje de no callar, de la fe inquebrantable en el amor y la justicia.
Clara Marighella se ha ido, pero deja tras de sí una estela de luz. Murió centenaria, victoriosa, con la misma mirada serena de quien nunca dejó de creer que el mundo puede ser mejor. Junto a Carlos, sigue susurrándole a la historia: «Nada borra lo que se hace por amor y libertad».
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