Por Guillermo Castro H.*
Para Firmas Selectas de Prensa Latina
En la naturaleza nada ocurre en forma aislada. Cada fenómeno afecta a otro y es, a su vez, influenciado por éste; y es generalmente el olvido de este movimiento y de ésta interacción universal lo que impide a nuestros naturalistas percibir con claridad las cosas más simples.
Federico Engels[1]
Nuestra América ha tenido y tiene una participación de especial relevancia en la formación de un saber ambiental en el que confluyen, entre otros campos, la ecología política, la economía ecológica y la historia ambiental; un saber que se desarrolla en el ámbito de la crisis general de la civilización creada por el capital.
En ese contexto, expresa una contradicción de fondo entre la cultura liberal aún dominante en el sistema mundial -organizada para el crecimiento sostenido de la acumulación de capital- y otra, aún emergente, que busca organizarse para el desarrollo sostenible de la especie humana. Tal contradicción subyace, por ejemplo, en el debate sobre el carácter de la historia ambiental planteado en estos términos: ¿es una sub-disciplina de otra más amplia -como lo son la historia política, económica, social y cultural-, o es una forma original de comprender y encarar el desarrollo de la especie que somos?
Para James O’Connor, aquellas otras sub-disciplinas fueron tomando forma, e interactuando entre sí, a partir de necesidades sucesivas generadas por el desarrollo del capitalismo en el mundo Noratlántico. La primera fue la de legitimar el Estado nacional como forma de organización política de la nueva economía y sus sociedades; la segunda, la de legitimar la economía misma en su fase de transición a formas monopólicas; y las últimas dos, para procesar los conflictos sociales e identitarios derivados de la maduración de los dos primeros procesos.[2]
Al propio tiempo, en el desarrollo de la historia como disciplina académica desde el siglo XVIII acá, cada una de esas formas sucesivas cuestiona e integra, en un mismo movimiento, las formas precedentes. Ello da lugar a un campo del saber cada vez más amplio y complejo, en el que son generados conocimientos de una gran diversidad, cada vez más difíciles de integrar en verdaderas visiones de conjunto.
En esta lógica, la historia ambiental toma forma para ocuparse de los problemas derivados de las modalidades de interacción entre la especie humana y su entorno, que en esta fase de su desarrollo han pasado a convertirse en el principal factor de riesgo en nuestro futuro. No es una tarea sencilla, por el contrario supone trascender la barrera entre las ciencias naturales y las otras formas del saber, para asumir, en cambio, la perspectiva planteada ya en 1846 por Carlos Marx y Federico Engels, cuando dijeron conocer:
sólo una ciencia, la ciencia de la historia. Se puede enfocar la historia desde dos ángulos, se puede dividirla en historia de la naturaleza e historia de los hombres. Sin embargo, las dos son inseparables: mientras existan los hombres, la historia de la naturaleza y la historia de los hombres se condicionan mutuamente.
Y añadían enseguida: “La propia ideología (que en este caso correspondería a la visión de la historia promovida por la organización liberal de la cultura y sus organizaciones a lo largo de los siglos XIX y XX) “no es más que uno de tantos aspectos de esta historia.”[3]
Esa última frase ayuda a comprender las dificultades que encara el liberalismo para ofrecerle un lugar adecuado a la historia ambiental en su organización de la cultura, en un contexto académico estructurado en un trivium positivista de ciencias naturales, sociales y humanidades, convertido en quatrivium al agregar las ingenierías. Dicha estructura enfrenta hoy un proceso de desintegración de sus propias premisas de organización y dirección, expresado en dos direcciones.
Una: la búsqueda incesante de soluciones multidisciplinarias, interdisciplinarias y transdisciplinarias en el abordaje de problemas que ya desbordaron por entero aquellas premisas; otra, el culto a la cienciometría y los controles burocráticos de todo tipo que, finalmente, conducen a excluir, en medida creciente -a las Humanidades y los estudios histórico-cualitativos de las ciencias sociales- del campo del trabajo científico, que se estima como realmente productivo.[4]
Ello genera un creciente formalismo que impide apreciar, en sus verdaderos términos, la interdependencia universal de los fenómenos a que se refiere Engels en cuanto ve, en los objetos de estudio, hechos o conjuntos de hechos aislados antes que la síntesis de relaciones multidimensionales que caracterizan distintos momentos en el desarrollo de procesos a lo largo del tiempo.[5]
De tales procesos, ninguno tiene hoy tanta importancia como el de las interacciones entre los sistemas sociales y los sistemas naturales -cuyo desarrollo en el tiempo es la materia de estudio de la historia ambiental- que dan lugar, tanto a la formación de esa estructura que hemos venido a llamar ambiente, como a la de nuestra propia especie.
Únicamente, en la medida en que reconocemos el carácter interdependiente de esta relación, podemos dar cuenta de su desarrollo histórico cabalmente. Todo intento de eludir esa interdependencia, a partir de la supuesta primacía de cualquiera de sus partes -o, dicho en otros términos, de eludir el carácter dialéctico de esa relación- transfiere los resultados del estudio histórico fuera del campo de la historia.
Tal es el caso, por ejemplo, del enorme y complejo esfuerzo desplegado por Vladimir Vernadsky para incorporar una dimensión humana a la formación y evolución de la biosfera, a la que llamó noosfera -creada por la aplicación de la ciencia y la técnica, para adaptar la naturaleza a nuestras necesidades-, sin considerar en su plenitud las transformaciones sociales y culturales que tal proceso entraña y que, finalmente, lo hacen posible.
Desde nuestra América, ese proceso cultural tiene sus propias equivalencias, sugeridas por José Martí de diversas maneras entre 1875 y 1895, sintetizadas con especial claridad en 1891 al señalar que no había entre nosotros “batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza”.[6]
Desde esa perspectiva, se entiende mejor el alcance que ha de tener para nosotros, hoy, lo que planteara en una fecha indeterminada de sus años de exilio en Nueva York:
Cuando se estudia un acto histórico, o un acto individual, cuando se los descomponen en antecedentes, agrupaciones, accesiones, incidentes coadyuvantes e incidentes decisivos, cuando se observa como la idea más simple, o el acto más elemental, se componen de número no menor de elementos, y con no menor lentitud se forman, que una montaña, hecha de partículas de piedra, o un músculo hecho de tejidos menudísimos: cuando se ve que la intervención humana en la Naturaleza acelera, cambia o detiene la obra de ésta, y que toda* la Historia es solamente la narración del trabajo de ajuste, y los combates, entre la Naturaleza extrahumana y la Naturaleza humana*, parecen pueriles esas generalizaciones pretenciosas, derivadas de leyes absolutas naturales, cuya aplicación soporta constantemente la influencia de agentes inesperados y relativos.[7]
Al juzgar esto, importa recordar que Martí sólo fue excepcional en la medida en que fue el primero entre sus pares en la generación de jóvenes liberales radicalmente democráticos, que abrieron a cuestionamiento el Estado Liberal Oligárquico -dominante en nuestra América a partir de la década de 1875- y con ello el camino, también, al ciclo de rebeliones populares y de las capas medias, que barrieron de nuestra historia aquel Estado entre la Revolución Mexicana de 1910 y la Boliviana de 1952.
De esa tradición viene lo mejor de nuestra cultura, y también la posibilidad de hacer una historia ambiental latinoamericana, que integre a nuestra América y a la otra -así como a Asia, Africa y Europa-, en una historia general de la humanidad elaborada en conjunto con nuestros colegas de esas otras regiones. Ya lo dijo alguien en los años sin cuenta: sólo seremos universales cuando seamos auténticos.
Panamá, 1 de marzo de 2017.
ag/gc
Referencias Bibliográficas
[1] El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre. Escrito por Engels en 1876. Publicado por primera vez en la revista «Die Neue Zeit», Bd. 2, Nº 44, 1895-1896. Traducido del alemán. https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/1876trab.htm
[2] http://revista.ecaminos.org/article/que-es-la-historia-ambiental-por-que-historia-ambi/
[3] “Feuerbach. Oposición entre las concepciones materialista e idealista.” Primer Capitulo de La Ideología Alemana,1846 (fragmento)
http://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/feuerbach/index.htm. Y lo reiteraría, ya como un problema de ecología política, en su Crítica al Programa de Gotha, donde afirmara: “El trabajo no es la fuente de toda riqueza. La naturaleza es la fuente de los valores de uso (¡que son los que verdaderamente integran la riqueza material!), ni más ni menos que el trabajo, que no es más que la manifestación de una fuerza natural, de la fuerza de trabajo del hombre.” Y añade: “En la medida en que el hombre se sitúa de antemano como propietario frente a la naturaleza, primera fuente de todos los medios y objetos de trabajo, y la trata como posesión suya, su trabajo se convierte en fuente de valores de uso, y, por tanto, en fuente de riqueza.” https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/gotha/gothai.htm.
[4] Esto, a partir de supuestos como el de que la llamada “comunidad científica” constituye un grupo anacional, cuyos miembros se vinculan entre sí antes que con sus propias sociedades, y cuya labor más válida es aquella que se traduce en innovaciones tecnológicas que incrementen la productividad del trabajo y contribuyan a acelerar el ciclo de circulación del capital.
[5] Al respecto, por ejemplo: Mészaros, Iván: “El poder de la ideología”. Revista Dialéctica. Escualea de Filosofía y Letras. Universidad Autónoma de Puebla, México. http://www.forocomunista.com/t23393-el-poder-de-la-ideologia-texto-de-istvan-meszaros-publicado-en-la-revista-dialectica-de-puebla-mexico
[6] “Nuestra América”. El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. 1975, VI, 17.
[7] “Serie de artículos para La América”. “Artículos varios”, s.f.. Obras Completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, tomo 23, p. 44.