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viernes 19 de diciembre de 2025

Decretos Navideños

Por Frei Betto

Se decreta que, esta Navidad, en lugar de dar regalos, estaremos presentes junto a los hambrientos, los necesitados y los excluidos. Papá Noel se limitará a la publicidad consumista y, con las chimeneas cerradas, abriremos nuestros corazones y puertas a la llegada salvadora del Niño Jesús.

Como a veces trae más penas que alegría, se decreta que la Navidad ya no nos disfrazará de lo que no somos. En este verano sofocante, arrancaremos todo el algodón de nieve falsa del árbol de Navidad; cambiaremos nueces y castañas por frutas tropicales; renos y trineos por carros llenos de alimentos no perecederos. Y si queda Papá Noel, que aparezca en pantalones cortos y chanclas.

Se decreta que, en cuanto a las cartas de los niños, solo se aceptarán las dirigidas al Niño Jesús, como la de Lucas, quien escribió convencido de que Caín y Abel no se habrían peleado si hubieran dormido en habitaciones separadas, propuso al Creador que nadie más naciera ni muriera, y que todos vivieran para siempre. Y al ver el pesebre, prometió enviar su manta al hijo desnudo de María y José.
Se decreta que los niños, en lugar de juguetes y pelotas, pedirán bendiciones y gracias, abriendo sus corazones para dar a los niños pobres todo lo que excede y abarrota armarios y cajones. Lo que sobra para uno es la necesidad para otro, y quien comparte sus posesiones comparte a Dios.

Se decreta que, al menos durante un día, apagaremos todos los dispositivos electrónicos, incluidos los celulares y, retirándonos a la soledad, emprenderemos un viaje al interior de nuestro espíritu, donde habita Aquel que, distinto de nosotros, funda nuestra verdadera identidad. En meditación, cerraremos los ojos para ver mejor.

Se decreta que, despojadas de pudor, las familias dedicarán al menos un momento a la oración, leerán un texto bíblico, agradeciendo al Padre/ Madre del Amor por el don de la vida, las alegrías del año que termina e incluso los dolores que exacerban las emociones sin ser comprendidos por la razón. Finita, la vida es un río que sabe que su destino es el mar, pero nunca sabe cuántas curvas, cascadas y rocas encontrará a lo largo de su curso.

Se decreta que arrebataremos la espada de las manos de Herodes, y que ningún niño volverá a ser condenado a parto prematuro, violado, golpeado o humillado. Todos tendrán derecho a la ternura y la alegría, a la salud y la educación, al pan y la paz, a los sueños y la belleza.

Se decreta que los gastos de las celebraciones de fin de año en los centros de trabajo se duplicarán y se convertirán en canastas de alimentos básicos para familias necesitadas. Y se considerará pecado grave abrir una botella de licor cuyo valor supere el salario mensual del empleado que la sirva.

Dado que Dios no tiene religión, se decreta que nadie considerará su fe superior a la de los demás. El Niño del pesebre vino para todos, sin distinción, y no hay forma de profesar que es «Padre Nuestro» si el pan- símbolo de los bienes de la vida- no es también nuestro, sino un privilegio de la minoría adinerada. Se decreta que toda dieta se utilizará para beneficiar el plato vacío del hambriento, y que nadie dará a otro un regalo envuelto en halagos o segundas intenciones. Que el tiempo dedicado a hacer moños sea mucho menor que el dedicado a dar abrazos.

Se decreta que las mesas navideñas estarán cubiertas de cariño y listas para renacer con el Niño. Enterraremos la ira y la envidia, la amargura y la ambición desmedida, para que nuestros corazones sean tan acogedores como el pesebre de Belén.

Se decreta que, como los Reyes Magos, todos daremos un voto de confianza a la estrella, para que siga guiando a este país hacia días mejores. No buscaremos nuestro propio interés, sino el de la mayoría, especialmente el de aquellos que, como José y María, fueron excluidos de la ciudad y, como una familia sin tierra, obligados a ocupar un prado donde brillaba la esperanza.

rmh/fb

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