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viernes 20 de septiembre de 2024

Tras el triunfo de la izquierda en Ecuador

¿Retrocede la derecha latinoamericana?

Por Marcelo Colussi*

Para Firmas Selectas de Prensa Latina

 

Las recientes elecciones en Ecuador, con el triunfo del candidato de la izquierda Lenín Moreno, son una bocanada de aire fresco para el campo popular, una cuota de esperanza.
Para los ecuatorianos, significa la posibilidad de continuar con las medidas de corte social iniciadas anteriormente por el gobierno de Rafael Correa.

De haber ganado el candidato de la derecha, Guillermo Lasso, esas políticas hubieran sido radicalmente suprimidas y la sociedad en su conjunto hubiera sido llevada a modelos del más salvaje capitalismo con matices semifeudales, tal como fue por siglos en el país. El triunfo de Moreno mantiene los avances registrados en estos años. En ese sentido, transmite esperanza, es una buena noticia.

Ahora bien, para los trabajadores, los pobres y excluidos de todo el continente latinoamericano, es difícil pensar que esto sea una barrera que frene el capitalismo salvaje imperante, habitualmente conocido como “neoliberalismo”. En todo caso, conviene analizar más en detalle qué se juega ahí y el escenario en que se dieron las elecciones.

Desde hace décadas en toda Latinoamérica -en todo el mundo, y por supuesto, también en Ecuador- se han impuesto políticas de un capitalismo extremo, eufemísticamente llamado “neoliberalismo”. Ponemos énfasis en lo de “eufemismo” porque, desde hace algún tiempo, también pareciera que el gran enemigo a vencer -al menos desde el campo popular- es ese neoliberalismo.

El triunfo de Lenín Moreno ante la derecha, en Ecuador, mantiene los avances registrados en la última década, es una buena noticia para los trabajadores y excluidos de ese país suramericano, una bocanada de aire fresco.

En otros términos esa “deformación monstruosa”, que desde hace años parece haberse enseñoreado del planeta, un capitalismo que prioriza el libre mercado y la empresa privada por sobre el Estado. Ese “malo de la película” representaría el gran problema, la causa de nuestras desventuras, de la exclusión.

Estos últimos años, desde fines del siglo pasado aproximadamente, surgieron una serie de gobiernos progresistas en la región latinoamericana. Con la llegada de Hugo Chávez a la presidencia de Venezuela se recuperó un discurso que parecía condenado al museo, hundido al mismo tiempo que la Guerra Fría. En el campo popular volvió a hablarse entonces de revolución, de socialismo, de antiimperialismo. El ideario socialista parecía retornar y fue surgiendo la idea de socialismo del siglo XXI.

En ese contexto emergieron procesos populares, progresistas, con distintos grados de participación popular y de avance en las conquistas. El subcontinente sudamericano parecía salir de su letargo, luego de las sangrientas dictaduras militares que prepararon las condiciones para los planes de achicamiento del Estado, privatizaciones por doquier e hiper explotación de la clase trabajadora.

Esas experiencias (el proceso bolivariano en Venezuela, los Kirchner en Argentina, el PT en Brasil, ex tupamaros en Uruguay, Bachelet en Chile, Lugo en Paraguay, el MAS en Bolivia, el proceso ecuatoriano con Rafael Correa)  fueron importantes pasos hacia planteos redistributivos con mayor justicia social.

Al lado de las dictaduras y de políticas de ajuste monstruosas, con una precarización terrible de la fuerza laboral en todos los niveles -obreros industriales urbanos, trabajadores rurales, sectores medios de servicios, profesionales- levantar estos planteos tuvo un valor de enorme avance.

Para los sectores empobrecidos, fue un bálsamo. Para las derechas, envalentonadas con el auge del discurso neoconservador, fue un cachetazo.

Con la llegada de Hugo Chávez a la presidencia de Venezuela, en el campo popular volvió a hablarse de revolución, de socialismo, de antiimperialismo; se recuperó un discurso que parecía hundido. Para las derechas fue un cachetazo, prendió sus alarmas y esas experiencias fueron ferozmente atacadas, bombardeadas mediáticamente.

Lo curioso es que la derecha latinoamericana, y más aún el sector financiero, nunca tuvo un crecimiento económico tan grande como en estos últimos años bajo esos gobiernos populares. Algo no encaja ahí: ¿por qué, si bien es cierto, que el capitalismo latinoamericano creció enormemente en estos años, sataniza de tal manera cualquier gobierno popular?

La explicación hay que buscarla en resortes ideológicos, en muy buena medida impulsados desde la Casa Blanca de Washington. El dominio casi absoluto que comenzó a recuperar el neoliberalismo sobre el campo popular, sobre la masa de trabajadores precarizados y desorganizados, se puso muy tímidamente en entredicho con estos gobiernos populares. Por eso, la sola posibilidad de ver dirigentes que le hablan de tú a tú al pueblo, con un lenguaje campechano y accesible, prendió las alarmas en las usinas ideológicas de la derecha.

En consecuencia, todas estas experiencias fueron ferozmente atacadas. Bombardeadas sistemáticamente desde el ámbito mediático -con el tema de la corrupción como “caballito de batalla”, corrupción que, es preciso decirlo, sí existe efectivamente-, al no ser verdaderos procesos revolucionarios de cambio y al no contar con una base popular organizada (como sí la hay en Cuba), esos procesos han venido retrocediendo.

El trabajo hecho por las dictaduras de las décadas pasadas, pero más aún las políticas neoliberales de empobrecimiento y sojuzgamiento aún vigentes, desarmaron muy hondamente la protesta popular, la organización, la lucha sistemática. Y más todavía (esto es, quizá, lo más importante), desmantelaron -al menos por un tiempo- el ideario de cambio revolucionario.

Ante tal orfandad y precariedad, propuestas tibias de “capitalismo con rostro humano”, tal como las que se han venido teniendo en Latinoamérica estos años, la izquierda -nostálgica de otros tiempos, de idearios que hoy no parecieran atraer a nadie- vio en ello un retorno del socialismo. Pero todo indica que no hubo tal retorno.

El reciente triunfo de Lenín Moreno en Ecuador -aunque la derecha troglodita lo vea como un inminente “peligro comunista”, y una hiper expropiación de todo lo que se pueda expropiar (los mismos fantasmas de 50 años atrás en plena Guerra Fría)- es una buena noticia para los trabajadores y excluidos del país sudamericano, pero no es el presagio de la revolución socialista. ¿Se le puede considerar como un freno al neoliberalismo en la región? ¿Hay, acaso, un retroceso de la derecha en Latinoamérica?

Si bien en la izquierda nos vivimos peleando y fragmentando (por protagonismo, por luchas sórdidas de poder, aunque no se acepte en voz alta), la derecha se une mucho más monolíticamente ante los peligros. En eso nunca se equivoca. Se une porque tiene verdaderamente mucho que perder: sus privilegios de clase, así de simple. La derecha se une como clase y reacciona ante el más mínimo intento de democratización del poder.

Por eso todas estas tibias experiencias (economía mixta, capitalismo “serio”, pacto social, empresa social) pueden ser vistas como “demonio comunista”. Saludamos y damos la bienvenida al triunfo de Lenín Moreno y a la continuidad de las políticas sociales que se vienen dando desde la administración de Rafael Correa, pero parece un tanto aventurado pensar que esto es un golpe a la derecha.

Una mirada a la realidad latinoamericana nos confronta con la casi totalidad de países gobernados por equipos neoliberales con planteos ultraderechistas. El capitalismo sigue inalterable y eso no debe olvidarse.

Una mirada objetiva de la realidad latinoamericana nos confronta con la casi totalidad de países capitalistas gobernados por equipos neoliberales con planteos ultraderechistas, con empobrecimiento de la gran masa trabajadora, con auge de la precarización laboral, con inversiones extranjeras centradas en el extractivismo depredador y con 74 bases militares estadounidenses cuidando celosamente la región. ¿Retroceso de la derecha?

El presente artículo no pretende ser agorero ni aguafiestas. Ni tampoco ubicarse en posiciones ultra. Busca sólo, modestamente, tener los pies puestos en la realidad. Por allí se dijo que con el triunfo de Moreno el neoliberalismo en la región retrocede, y que tenemos que descorchar champán por esta victoria.

Más humildemente digamos que esto nos muestra que las poblaciones en su conjunto siguen siendo sufridas, golpeadas, excluidas y que, si tienen la posibilidad de expresarse, a veces optan por candidatos populares en esta restringida democracia capitalista (a veces, enfaticémoslo en Argentina, por ejemplo, optaron por su verdugo, dada la bien orquestada campaña anticorrupción contra la presidenta Fernández). El triunfo de un candidato como Moreno, en lugar del banquero Lasso, es una buena noticia, pero el capitalismo sigue inalterable. Eso no debe olvidarse.

Como conclusión, para no extraviarnos en esta difícil realidad, no debe perderse de vista que el neoliberalismo -si así decidimos llamarle a este salvaje capitalismo hiper depredador y sin anestesia que hace, por ejemplo, de un vendedor ambulante un microempresario que debe pagar impuestos, y de un trabajador explotado un colaborador de la gran familia-empresa (¿?)- es una forma más del capitalismo. Si hacemos de ese neoliberalismo el enemigo a vencer, ¿nos olvidamos del capitalismo?

¡Viva el triunfo popular en Ecuador!, pero esto es sólo un pequeño granito de arena. El cambio social profundo (la revolución socialista) sigue esperando.

ag/mc

 

*Catedrático universitario, politólogo y articulista argentino.
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