Por Kintto Lucas*
Para Firmas Selectas de Prensa Latina
Hay épocas propicias para sembrar ruiseñores. En realidad, todas las épocas son propicias para sembrar ruiseñores. Pero hay unas más propicias que otras, claro está. Los ruiseñores cantan en otoño a la llovizna, en primavera cantan al viento. En la noche y en el día saben cantar.
Los ruiseñores cantan cuando escuchan los versos de Keats, y lloran también cuando escuchan al poeta londinense. Los ruiseñores saben compartir la vida y la muerte cantando, comparten ramitas con sus polluelos cantando. Los cuidan y les enseñan a cantar en la noche. Se juntan con los otros ruiseñores para cantar en coro. En el día y en la noche. En el crepúsculo y en el amanecer.
Los ruiseñores vienen de la Grecia lejana, de vencer a los cíclopes cantando, vienen de Roma burlándose, con el canto, de algún emperador. Los ruiseñores llegan a Europa en la primavera y se van a África en otoño, cruzan el Mediterráneo, al revés de tantos que llegan huyendo de la guerra y del naufragio.
Los ruiseñores son amigos de sus amigos, son amantes de sus ruiseñoras cantoras, son libres, son poetas en la palabra de otros poetas. Cada poeta es un ruiseñor, hasta que se pruebe lo contrario. Cada ruiseñor es un poeta, hasta que se demuestre lo contrario.
Los ruiseñores no son políticos profesionales, porque la política, así como está, es un pájaro de mal agüero, o poesía de mal agüero, que puede ser peor. Pero los ruiseñores están ahí, cantando entre la poesía, como el querido amigo Juan, que sigue cantando, poesía adentro, después que se fue con otros ruiseñores volando.
Ruiseñores de nuevo, dijo Juan un día, cuando llegó al gran cielo de la poesía y se encontró de pronto con Keats, con Rimbaud, con Teresa, y se cruzó con Quevedo y Garcilaso, y fueron llegando John Donne, Vallejo, Baudelaire, Mallarmé, y se acercaron, como quien no quiere la cosa, despacito nomás, Girondo, Apollinaire, Blake, el Paco Urondo, el Roque Dalton y Javier Heraud.
Walt Whitman apareció fumando unas hojas de hierba, y se escuchó de fondo el viejo violín de Paganini, aunque algún cura decía que era el violín del diablo, y Juan juraba que eran el violín de Verlaine. Martí llegó con sus versos sencillos, así humilde y rebelde como es. Con sus amores, cantando, apareció Teresa, bella ruiseñora, perseguida por inquisidores y censores. Y así, como de la nada, con un ruiseñor en la oreja y el corazón enamorado surgió Safo de Mitilene, huyendo del cíclope y de Zeus.
Entonces ahí, reunidos los poetas, las poetas, los ruiseñores, las ruiseñoras, en ese cielo de la poesía, Juan dijo y repitió unas veces: por sus palabras los conocerás, los conocerás, los conocerás. Pero también por su canto los conocerás. Por su palabra, y por su canto, se conoce a los ruiseñores y a las ruiseñoras. Por el canto se conoce a las poetas y a los poetisos. Perdón, al revés, o ¿por qué no a los poetas y a las poetas?
En todo caso, para no perder el hilo: por la palabras también se puede conocer a los pájaros y a las jaulas de Alejandra Pizarnik. Las jaulas se vuelven pájaros en su mirada de amor triste. La jaulas también se vuelven ruiseñores regresando de las fantasías de Gilgamesh, de las realidades y fantasías de la biblia, de las fantasías y realidades de Ulises contando y cantando su viaje a alguna parte o a ninguna, como si fuera un ruiseñor imaginado, a Teresa y a Safo cantando al llegar a Ítaca: tanta belleza junta en un mismo viaje.
Pero los ruiseñores y las ruiseñoras también saben cantar para decir no cuando quieren decirlo, porque el canto de los ruiseñores a veces se cansa de todo, se decepciona del mundo, de las mentiras y verdades, de las fantasías, de la biblia, y del propio viaje. Otras veces, en cambio, los ruiseñores dicen: No vayas en busca del tiempo perdido, ni del tiempo ganado, mejor busca el tiempo no vivido.
No grites hasta morir, como la cigarra, muere hasta gritar como si fuera un sueño… No levantes el telón de una obra que terminará muy pronto, empieza la obra sin levantar el telón, aunque el público no llegue a verla… No sueñes con un futuro mejor ni sufras por un futuro peor, el presente puede ser tu sueño o tu sufrimiento, sin necesidad de llegar al futuro.
No inicies el camino en la mitad, porque nunca habrás conocido el comienzo: empieza un nuevo camino, aunque sea un poco más difícil. No creas que algún dios te salvará, piensa antes quién podrá salvar de los seres humanos, a ese dios en el que tienes alguna esperanza. No pienses que un gobierno te traerá una mejor vida, pero apuesta a tu suerte, pues si es posible ganar a la lotería, tal vez sea posible que la vida te traiga un mejor gobierno.
Recuerda que la felicidad no existe, así que no creas en ella, y la tristeza es solo un puente con el olvido. Pero no tomarás en serio estas palabras, porque pueden ser la realidad, y no hay cosa peor que tomarse en serio la realidad. Así de simple, los ruiseñores saben decir no, en el idioma de los dioses y en el idioma de los poetas. Los ruiseñores hablan el mismo idioma más allá, y más acá, de Babel, vuelan a través de las culturas, de los pueblos, vienen de Ítaca para sembrar la palabra.
En todo caso, si bien todos los tiempos son propicios para sembrar un ruiseñor, hay tiempos como éste, más propicios que otros, claro está. Entonces, como Keats, es necesario hoy mismo empezar la siembra, porque siguen siendo muchos los que quieren matar al ruiseñor.
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