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viernes 20 de septiembre de 2024

Armas: el negocio más extendido, un síntoma del capitalismo

Por Marcelo Colussi *

Para Firmas Selectas de Prensa Latina

 
A nivel global cada minuto mueren dos personas por el uso de algún tipo de arma y cada segundo se gastan más de 30 mil dólares en la fabricación de esos artefactos mortíferos. Hay quienes afirman, desde una posición autoritaria y patriarcal, que con una pistola en la cintura se adquiere seguridad. ¿De qué estamos más seguros con la posesión de armas? Lo que nos mata, mutila, aterroriza, deja secuelas psicológicas negativas e impide el desarrollo armónico de las sociedades son, precisamente, las armas.

Pero estas no tienen vida por sí mismas, son la expresión letal de las diferencias injustas que recorren la vida humana, de la conflictividad que define nuestra condición. Son los seres humanos quienes las inventaron, perfeccionaron, y desde hace un tiempo, con la lógica del mercado como eje de la vida social, quienes las conciben como una mercadería más, deleznable pero altamente lucrativa.

Una mercadería que, aterradoramente, capta los esfuerzos mayores del desarrollo humano, las inversiones más cuantiosas y los estudios más exhaustivos. Está tan «loca» la humanidad que prefiere gastar más en armas que en solucionar sus ancestrales problemas, ¿o es el capitalismo el causante de esa locura?  Me inclino, sin duda, por esta segunda opción.

Por otro parte, somos nosotros, los seres humanos organizados en sociedades clasistas hondamente marcadas por el afán de lucro económico individual -que el capitalismo dominante en estos últimos siglos impuso- quienes transformamos el negocio armamentístico (que es lo mismo que decir el negocio de la muerte) en el más rentable del mundo moderno, más que el petróleo, el acero, la informática. Es el único que, pese a la crisis capitalista que se viene arrastrando desde el 2008, nunca ha dejado de crecer.

Contrariamente al espejismo con que, por error o mala intención, se presentan las armas como garantía de seguridad, es evidente la función que en verdad cumplen en la dinámica social: la prolongación artificial de nuestra violencia en función de un proyecto de dominación de clase, de defensa de los privilegios.  Cuando decimos «armas» nos referimos al extendido universo de las armas de fuego, es decir aquellas que utilizan la explosión de la pólvora para provocar el disparo de un proyectil.

La monumental parafernalia armamentística con que hoy cuenta la humanidad está enfocada a mantener las diferencias de clases y el resguardo de la propiedad privada sobre los medios de producción.

Salvo un número insignificante de estas, destinadas a la cacería de animales, la monumental parafernalia armamentística con que hoy cuenta la humanidad está enfocada a mantener las diferencias de clases y el resguardo de la propiedad privada sobre los medios de producción.

El universo de las armas de fuego comprende un variedad casi infinita que abarca, desde lo que se conoce como armas pequeñas (revólveres y pistolas -las más comunes-, rifles, carabinas, subametralladoras, fusiles de asalto, ametralladoras livianas, escopetas); armas livianas (ametralladoras pesadas, granadas de mano, lanzagranadas, misiles antiaéreos portátiles, misiles antitanques portátiles, cañones sin retroceso portátiles, bazucas, morteros de menos de 100 mm.) hasta armas pesadas (cañones en una enorme diversidad con sus respectivos proyectiles, bombas, explosivos varios, dardos aéreos, proyectiles de uranio empobrecido), y los medios diseñados para su transporte y operación (aviones, barcos, submarinos, tanques de guerra, misiles).

A estas hay que agregar las minas antipersonales y  antitanques, todo lo cual constituye el llamado armamento convencional. Se suman las de destrucción masiva, con un poder letal cada vez mayor: químicas (agentes neurotóxicos, vesicantes, asfixiantes, agentes sanguíneos, toxinas, gases lacrimógenos e irritantes, productos psicoquímicos);  las biológicas (cargadas  de fiebre aftosa, ántrax) y las nucleares (con capacidad de borrar toda especie de vida en el planeta).

En manos de los cuerpos estatales que se apropian del monopolio de la violencia armada, los arsenales crecientes -cada vez más amplios y mortíferos, más sofisticados, que apelan a los ingenios más inimaginables- no garantizan un mundo más seguro sino, por el contrario, dejan entrever como posible la extinción de la humanidad. No obstante la cantidad de vidas segadas y el dolor inmenso que generan, la tendencia marcha a incrementar  su producción y perfeccionar su capacidad destructiva.

El sistema capitalista necesita imperiosamente de este negocio, no solo porque produce pingües ganancias a un “selecto” grupo grandes fabricantes, sino porque a nivel global sirve de válvula de escape cuando el sistema se traba, lo cual sucede bastante a menudo. La principal potencia capitalista, Estados Unidos, hace de la guerra su principal negocio: el 25% de su economía nacional depende de la industria armamentística (1 de cada 4 de sus trabajadores se ocupa directa o indirectamente en el complejo militar-industrial).

Hay que vender armas a toda costa, para lo cual se precisa “fabricar” continuamente enemigos, inventar guerras, elaborar hipótesis de conflicto ante crecientes “enemigos” potenciales (si no es la llamada avanzada soviética, el «terrorismo», el narcotráfico, la delincuencia organizada).

El negocio de las armas no se parece a ningún otro. Debido a su relación con la seguridad nacional y la política exterior de cada país, funciona en un ambiente de alto secretismo y su control no está regulado por la Organización Mundial del Comercio, sino por los diferentes gobiernos. En general -y ello es lo más preocupante- los gobiernos no siempre están dispuestos o son capaces de controlar las ventas de forma responsable. Asimismo, lo más frecuente es que las legislaciones nacionales en la materia, si las hay, sean inadecuadas y estén plagadas de vacíos legales.

El complejo militar-industrial es la principal fuente dinamizadora de la economía norteamericana. Su misión es vender armas y destruir paises para luego reconstruirlos: otro gran negocio.

Además, los mecanismos existentes no son obligatorios y apenas se aplican. Por no ser de conocimiento público, el negocio armamentístico se maneja con extrema cautela sin estar sujeto a casi ninguna fiscalización. Los intereses económicos, políticos y de seguridad hacen de este rubro un sector misterioso y peligroso, intocable en definitiva.

Asimismo, en este campo todo es negocio, tanto fabricar un submarino nuclear (a un costo de miles de millones de dólares) como una pistola. Incluso las llamadas armas pequeñas, con un poder de fuego más bajo, devienen un filón especialmente rentable. Más de 70 países en el mundo las fabrican  y nunca faltan compradores.

Estados Unidos, en la actualidad,  es el principal productor y vendedor mundial de armamentos de todo tipo, con un 50% del volumen general de ventas. La principal fuente dinamizadora de su economía es el complejo militar-industrial que se encarga de vender armas y destruir países, para luego reconstruirlos (otro gran negocio).

Ante todo esto: ¿qué hacer? ¿Comprarnos una pistola para defendernos? ¿Buscar oponer un misil a cada misil que aparece por allí, tal como fue en la Guerra Fría? De hecho, la proliferación armamentística nunca terminó. En la lucha por mantener la supremacía, o dicho de otro modo, por no perder un centavo de la ganancia capitalista, la geoestrategia de la principal potencia capitalista apunta a asfixiar por todos los medios a  los que considera sus rivales, el eje Pekín-Moscú.

La  posibilidad de una guerra nuclear generalizada nunca está descartada (lo que equivaldría al fin de la humanidad y a la destrucción del planeta, pues de liberarse toda la energía nuclear contenida en los misiles intercontinentales de las potencias se produciría una explosión de tal magnitud que su onda expansiva llegaría hasta la órbita de Plutón).

Por otro lado, apelar a campañas de desarme y de no uso de armas, al menos las pequeñas (pistolas y revólveres) es loable, pero eso no alcanza para detener el crecimiento de un negocio poderosísimo. Apelar a la buena conciencia y al fomento de la no violencia es una buena intención, pero difícilmente logre su cometido de terminar con las armas.

El capitalismo necesita de la muerte como savia vital para seguir vivo. La única alternativa es reemplazarlo por un proyecto que ponga la vida de todos los seres humanos, como su principal objetivo.

¿Con eso podrá detenerse acaso a multinacionales de poder casi ilimitado como Lockheed Martin, Boeing, Northrop Grumman, Raytheon, General Dynamics, Honeywell, Halliburton, BAE System, General Motors, IBM?, ¿o a gobiernos que basan sus estrategias de desarrollo nacional en la comercialización de armas? La lucha contra la proliferación de éstas es eminentemente política: se trata de cambiar las relaciones de poder, de cambiar el sistema dominante. No es posible que los mercaderes de la muerte manejen el destino humano, pero mientras haya capitalismo ese parece ser el camino trazado.

Hoy día la producción de armas no es un negocio marginal: es el principal sector económico de la humanidad. Y como consecuencia, ello significa que mueren alrededor de tres mil personas al día por esa causa, sin contar con la siempre pendiente posibilidad de un holocausto atómico. Desmontar esta tendencia humana se ve como tarea titánica, casi imposible: terminar con la violencia,  terminar con las injusticias.

Pero es vital seguir planteándosela como requisito para la permanencia de la especie, una permanencia más digna. Quizá sea imposible acabar con la violencia como condición humana, aunque eduquemos para la convivencia tolerante; pero es imprescindible seguir luchando contra las injusticias.

Plantear que «otro mundo es posible» no significa que se terminará la conflictividad, pero sí alerta sobre la necesidad de apuntar a una sociedad que se avergüence, y por tanto reaccione, ante el negocio de la muerte. La causa de la justicia no puede aceptar la muerte como negocio. El capitalismo, definitivamente, necesita de la muerte como su savia vital para seguir vivo. Por tanto, no hay más alternativa que reemplazar el sistema capitalista por un proyecto que ponga la vida de todos los seres humanos, sin exclusión, como el eje central, prioritario y fundamental. Y eso se llama socialismo.

ag/mc

 

*Catedrático universitario, politólogo y articulista argentino.
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