Por Kinto Lucas*
Para Firmas Selectas de Prensa Latina
Cuando se mira el Aquelarre de Zugarramurdi desde la montaña, se ve en su vientre Tierra Negra. Al mirar Tierra Negra desde una montaña más lejana se ve dentro un reloj de arena. En el reloj de arena se ve el tiempo. En el tiempo se puede ver la Playa de la Brujas, el Cabo de los Ruiseñores y Punta de las Hormigas.
Los segundos se esconden en un grano de arena, los minutos son un puñadito de arena en el reloj. Los nidos de los ruiseñores están en la mirada, la mirada en el pensamiento que está dentro del reloj de arena. El tiempo está en la arena: polvo en el polvo, arena en la arena.
Un día llegaron a Tierra Negra unos ruiseñores de Persia con unas palabras para el Monstruo del Agua. Llegaron cruzando el reloj de arena en la mitad, ese camino del entretiempo que solo existe en el reloj de arena, llegaron volando como si se tratara de un cielo despejado, que para ellos es como un tiempo despejado.
En el tiempo despejado se pueden leer los poema de Khayyám. Las palabras del viejo poeta son como ruiseñores cantando en el Eufrates mientas van en busca de sus ruiseñoras hacia el Tigris. El Eufrates, tranquilo y pacífico corre dentro del Tigris, flecha veloz en el viento. Su poesía, en cambio, es el viento dentro de la flecha. Viento tranquilo, porque sabe a dónde va.
Los ruiseñores llegaron de Persia con palabras enviadas por el poeta en su canto, o sea en el viento. El poeta está en el viento, calmo como las palabras de su poesía. Su poesía está dentro de la sabiduría del tiempo, el tiempo en la sabiduría del vino, que es como el mismo tiempo, cuanto más añejo más sabio.
Según dice el poeta, para el sabio alegría y tristeza, bondad y maldad son semejantes, y todo cuanto comenzó debe acabar. Así, como cuando se tiene la arena entre las manos, hay que meditar si vale la pena alegrarse con la felicidad que llega o desconsolarse con la pena súbita.
El poeta sabe que la arena en el reloj vuela más rápido que en el desierto. Entonces, antes de que se pierda en el aire el canto del último ruiseñor y el perfume del vino sea más ligero, escribió en la taberna sus palabras para el Monstruo del Agua. Este, desde que las recibió de los ruiseñores, sabe que es mejor beber vino que escuchar a los insensatos que sueñan con honores y glorias. Finalmente, los tulipanes marchitos no resucitan nunca. Tampoco viven antes o después de morir.
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