Por José Luis Díaz-Granados*
Para Firmas Selectas de Prensa Latina
¡Desaparezca la filosofía del despojo y habrá desaparecido la filosofía de la guerra!
Fidel Castro, ONU, 1960
La larga y sombría noche de violencia, que por siglos ha azotado y desangrado al pueblo colombiano, e igualmente la historia del conflicto armado de las últimas décadas, merece en este momento crucial -en que por primera vez se ha logrado un acuerdo de paz entre sus antagonistas- no solo un profundo análisis sociopolítico que registre hasta el más remoto paraje de la minuciosidad episódica, sino una serena reflexión política y patriótica que dé como resultado la reconciliación de todos los colombianos.
Desde luego, habría que remontarse a los tiempos de la cruenta y despótica conquista española, con credos religiosos e ideológicos “pegados con saliva” e impuestos por la sinrazón y la fuerza bruta; la feroz e inhumana cautividad de millones de africanos, en una abominable y absurda diáspora; el coloniaje inquisitorial ejercido con la más bárbara crueldad por parte de los “cristianos crucificadores”, como los llamaba Pablo Neruda; las feroces invectivas de los “pacificadores” peninsulares contra los granadinos en las guerras de Independencia.
A eso se unen la traición al Libertador Simón Bolívar en la oscura noche del 25 de septiembre de 1828, por parte de los santanderistas, para apoderarse de las vastas tierras colombianas, prometidas por el padre de la patria a los leales y valerosos soldados patriotas.
De igual modo los sucesivos levantamientos populares que se reprimieron por la fuerza “en nombre de Dios” -y culminaron con la traición del pérfido poetastro Rafael Núñez-, al imponer una hegemonía conservadora que desencadenó la más feroz persecución contra “liberales, radicales, masones y comunistas”. Ello dio lugar a una descomunal insurrección popular que desencadenó la contienda conocida como la Guerra de los Mil Días, liderada por el ilustre colombiano Rafael Uribe Uribe, jefe del partido liberal, quien invitaba de manera continua a sus copartidarios a nutrir su ideología “en las canteras inagotables del socialismo”.
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En su libro “Crónicas del conflicto. ¡Las FARC cumplieron, adiós a las armas!”, Carlos A. Lozano Guillén hace un pormenorizado recuento del conflicto desde el momento mismo de la fundación de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), luego del bombardeo a Marquetalia ordenado por el presidente Guillermo León Valencia, obedeciendo a un macabro plan concebido desde el gobierno de Washington contra “la amenaza comunista” en América Latina.
Lozano dedica, a la par, capítulos de análisis minucioso de la travesía y resistencia de las FARC-EP, en medio de la persecución de los sucesivos gobiernos, desde Valencia hasta Juan Manuel Santos -pasando por el de Turbay con su Estatuto de Seguridad cuando la burguesía dominante, con el apoyo del Departamento de Estado y el Pentágono -y el de los dueños de la riqueza criolla y las jerarquías católicas locales-, se valió de todos los medios represores del poder para abatir los justos reclamos de los menos favorecidos, las luchas sindicales y los levantamientos campesinos.
Tradicionalmente, los distintos gobiernos atacaron primero, de manera brutal, a los “liberales, masones y radicales”, y de manera inmediata en el tiempo, a “los comunistas ateos, enemigos de Dios y de la patria”. De este modo, las oligarquías colombiana y de América Latina dieron su total apoyo, durante décadas, no solamente a las más sangrientas dictaduras militares, sino a dictaduras civiles hábilmente disfrazadas de democracias.
Lozano ahonda detalladamente en acontecimientos históricos, como la masacre de las bananeras en 1928 y el asesinato del estudiante Gonzalo Bravo Pérez, al año siguiente, bajo el gobierno conservador de Abadía Méndez. También lo hace en los orígenes de la insurgencia; en el por qué, a finales de los años 40 y comienzos del 50,se conformaron agrupaciones de campesinos liberales y comunistas -en su mayoría, en el Sur del Tolima, en el Meta y en los llamados “territorios nacionales”-, que enfrentaron los embates de la atroz policía goda, más conocida como “los chulavitas”; y a “los pájaros”, esos tristemente célebres agentes camuflados de los gobiernos conservadores de Ospina Pérez, Laureano Gómez, Urdaneta Arbeláez y Rojas Pinilla.
Con la creación de la Organización de Estados Americanos (OEA), en Bogotá -el “ministerio de colonias”, como la bautizó el Che Guevara-, coincidente con el asesinato del líder popular Jorge Eliécer Gaitán el 9 de abril de 1948, se impone en la torcida imaginación de las clases dominantes la enfermedad mental del anticomunismo, heredera de la persecución a los liberales y radicales.
Ello dio como resultado inmediato el magnicidio de Jorge Eliécer Gaitán, el asesinato de centenares de campesinos, el cierre del congreso en 1949, la elección fraudulenta de Laureano Gómez; el envío de tropas colombianas para impedir la liberación del pueblo coreano; el incendio de los diarios liberales de Bogotá, de la Dirección Nacional y las casas de los principales dirigentes de ese partido; la muerte violenta y el exilio de decenas de luchadores populares e intelectuales de izquierda y el surgimiento de guerrillas liberales en el Llano.
Posteriormente, con la llegada al poder del general Gustavo Rojas Pinilla, se recrudece la persecución con la ilegalización del Partido Comunista, la clausura de los periódicos de oposición, el asesinato de universitarios el 8 y 9 de junio (a manos de soldados recién regresados de Corea), la masacre de la Plaza de Toros de Santamaría, la tragedia de Cali en 1956 y la muerte de los estudiantes en los días finales de la dictadura militar.
El autor repasa con abundancia de argumentos y conocimiento la sombría década del 50, la caída de Rojas y la instauración del Frente Nacional, fruto de un pacto entre las clases dominantes, tanto liberales como conservadoras, gracias a sus comunes intereses, para impedir que la izquierda creciente pudiera tener acceso en forma legal al poder en Colombia.
De igual modo lo referido a la guerra sucia, la primera frustración de los diálogos de paz bajo la presidencia de Belisario Betancur; el genocidio de la Unión Patriótica; los fracasos de la Operación Centauro (administración de Barco Vargas); la política de guerra integral (gobierno de César Gaviria), el fantasma del “Ocho mil” contra la paz (gobierno de Samper Pizano), los infortunados diálogos de El Caguán (bajo la presidencia de Andrés Pastrana) y el fracaso de Uribe Vélez, quien había prometido derrotar a las FARC.
También analiza someramente los diálogos de La Habana, sus tropiezos y dificultades, pero también sus indiscutibles logros, acuerdos y compromisos, como apertura de una era de paz, reconciliación y esperanzas.
En los capítulos finales ahonda en semblanzas y comentarios certeros, reveladores, sobre algunas de las personalidades protagónicas de esa última fase del conflicto y sus aportes al diálogo y a la paz en Colombia -Manuel Marulanda Vélez, Hugo Chávez Frías, Gilberto Vieira, Manuel Cepeda Vargas, Gabriel García Márquez, John Lee Anderson y su libro sobre el Che; Jaime Pardo Leal y el ex ministro y dirigente conservador Augusto Ramírez Ocampo-. También profundiza en los momentos complejos como la Operación Fénix contra Raúl Reyes y la incursión ilegal de tropas del gobierno colombiano en territorio ecuatoriano.
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El libro, el décimoquinto de Lozano Guillén (abogado, periodista, director del semanario Voz y dirigente del Partido Comunista Colombiano) es uno de los aportes más completos y esclarecedores sobre la Colombia de las últimas décadas; un documento para que las generaciones presentes y futuras conozcan los orígenes precisos del conflicto, su desarrollo a lo largo de nuestra historia, la combinación -por parte del Estado- de todas las formas de represión contra millares de luchadores populares, campesinos y rebeldes con causa.
Al mismo tiempo constituye una contribución fundamental al esclarecimiento de innumerables crímenes políticos que navegan, invisibles, en el limbo de la impunidad. Desde luego, a medida que se van consolidando los acuerdos de La Habana -en medio de un tumultuoso sendero sembrado de trampas de los enemigos de la reconciliación- las parciales evidencias históricas desembocan en una sola verdad inequívoca. Por ello, la contribución a la claridad histórica aportada por Lozano adquiere una magnitud inestimable.
Formado en el humanismo clásico del derecho, de inteligencia esclarecida en la esfera de las ciencias políticas; periodista certero y honesto -que en cincuenta años de ejercicio permanente ha denunciado las atrocidades cometidas por los enemigos del pueblo-, Lozano Guillén nunca ha desestimado el sentido orientador de la temática social abordada.
En Crónicas del conflicto. ¡Las FARC cumplieron, adiós a las armas!, no sólo hace gala de un estilo periodístico ágil, sencillo y directo, sino de un conocimiento minucioso de la historia colombiana y un hondo sentido de la responsabilidad histórica y política ante las generaciones venideras.
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