Por Frei Betto*
Pareciera que todo mundo anda tocado de nomofobia, esa permanente dependencia del celular, llamada también atención parcial continua. Hay incluso quien no consigue desprenderse de él ni a la hora de dormir. Y a lo largo del día muchos se mueven por la hipnosis provocada por sus emisiones electrónicas.
Nuestros ojos no pierden de vista el celular: en el bus, en la calle, conduciendo un auto, durante la comida, en una reunión de trabajo. Andamos todo el tiempo conectados, atentos a los correos, al twitter, al Facebook y a tantos recursos de esta era del homo digitalis.
¿Por qué tanta dependencia del celular?, le pregunté a un grupo que se reúne para meditar. Las respuestas fueron variadas: por necesidad, dijo uno. Por curiosidad, sugirió otro. Tenemos dificultad para mantener vínculos reales y, a falta de ellos, apelamos a los virtuales, opinó un tercero. Y hubo quien consideró la omnipotencia: llevo al mundo en mis manos y con un simple toque veo textos, noticias e imágenes y divulgo ideas y opiniones en tiempo real.
La interrelación personal exige tiempo, paciencia y trae efectos colaterales: apego, celos, envidia, competencia… mientras que en la relación virtual somos telegráficamente objetivos y geográficamente alejados.
El celular se ha vuelto la ventana indiscreta por excelencia. El agujero de la cerradura que se ha ensanchado. Protegidos por la distancia física y por el anonimato, los usuarios aprovechan para ridiculizar a los no queridos, insultar a los políticos, volver lo serio liviano y lo liviano en ofensa.
Le propuse al grupo tener un fin de semana de abstinencia del celular. Todos desconectados desde el sábado por la mañana hasta el domingo por la tarde. Desde el principio se volvió ya una ingrata experiencia: ¿y si me llama mi hija?; hoy es el cumpleaños de mi ahijado ¿y no voy a poder felicitarle?
Meditar es imbuirse en la inmutabilidad. Como dice un chofer de autobús, fuera de mí y de mi ayudante, todo lo demás es pasajero. El celular se transformó en el espejo de nuestra alma. De un sencillo teléfono portátil se ha convertido en un artefacto de mil y una utilidades… no necesariamente útiles.
Su uso define el perfil del usuario. Si tiene una mente depravada busca pornografía. El rencoroso prefiere imágenes infelices de los políticos. El envidioso busca el mundo de las celebridades. Y el curioso mariposea entre lo que circula por las redes sociales.
La abstinencia, dolorosa al principio, fue tenida como profundamente placentera al final del domingo. Se apreció el silencio digital. El espíritu se desligó del amarre electrónico. El distanciamiento favoreció el discernimiento crítico. Una funcionaria estatal dijo: “¡Por fin uní mis fragmentos!” Y un estudiante de ingeniería admitió: “¡Me liberé del collar electrónico!”
El grupo sacó en conclusión que la dependencia del celular nos chupa el alma y el cuerpo. Abstenerse de él durante algunas horas o períodos es un acto de sabiduría posmoderna. Y favorece la salud de la mente y del bolsillo.
ag/fb
*Escritor y asesor de movimientos sociales.