Por Kintto Lucas *
Para Firmas Selectas de Prensa Latina
La Playa de la Brujas es una bahía de sueños y ensueños. Allí las brujas aman profundamente cada noche, cada día.
En el Aquelarre de Zugarramurdi sus antepasadas hicieron el amor como si fuera espacio de lo sagrado, que sí lo es; como imagen de la poesía que también lo es. Para ellas el amor era el lugar de la vida donde se juntaban lo sagrado y lo profano hasta la muerte. Y quién puede contradecirlas. Siglos de aprender el amor, desde los cuerpos bajo un claro de luna, desde la caricia, desde el aroma, desde el sabor… El sabor del chocolate derritiéndose cuerpo adentro, poesía adentro…
En Tierra Negra ya todos saben que saborear el chocolate a pedacitos, lentamente frente al mar, es un remedio que alivia cualquier dolor de amores. Tomarlo frente a la luna llena trago a trago es un bálsamo contra los males del corazón. Repartir una barra entre amigas o amigos es como repartir el amor. Compartirlo en pareja es un estimulante para el arte de amar. Solo no es posible saber, de dónde surgió su sabor, de qué lugar o rincón o momento o mandorla o pensamiento surgió ese placer.
Unos podrían decir que viene de xocolātl, del náhuatl. Otros podrían explicar que salió del cacao y que el cacao tiene distintos orígenes en la América del Sur o México. También se puede contar que hay chocolate dulce o amargo, con gusto a frutas o a hierbas, y muchas cosas más. Pero nadie, nadie sabrá explicar su sabor en el cuerpo de las brujas haciendo el amor.
Su sabor en la boca, en la lengua, recorriendo las huellas de los cuerpos haciendo el amor. Entonces, se podría repetir, una y muchas veces, que el amor de las brujas en Tierra Negra es la epifanía: ese lugar donde se tocan la vida y la muerte hasta el llanto, hasta la risa, hasta el grito, hasta el canto, hasta la poesía, hasta el sabor del chocolate.
Los ruiseñores, que vienen cantando desde lejos, también vienen amando desde hace tiempo, desde el amor con sus amantes cantoras y poetas. Migrando para hacer el amor en algún lugar del futuro, cantando en la noche, subiendo y bajando tonos en el canto, en el amor, en la poesía.
Los vuelos poéticos del ruiseñor, como los vuelos amorosos de las brujas llegarán hasta la muerte sintiendo que llegaron a la cima de la existencia.
El amor vive cuando sobrevive al amor. El poeta vive cuando su poesía le sobrevive a él mismo. Solo en ese momento el poeta puede alcanzar la cima y tal vez llegue a ser un ruiseñor. En ese momento y en ese lugar de la vida y la muerte, bastan pocas palabras para resumir la poesía o el amor, y resumirse a sí mismo. Así, el arte de amar y la poesía vuelven a ser un espacio de lo sagrado como creación humana.
Entonces, el mar llega sobre las rocas, la sombra de la luna se esconde tras el sol en el Cabo de los Ruiseñores, y el Monstruo del Agua acaricia el cuerpo de la Bruja más Sabia, flecha de fuego en una cabaña o cueva o máscara, junto a la playa. Las hogueras calientan la noche y la luna se queda ciega de estrellas, mientras el mar lame la arena, antes que vuelva el amor…
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