Guillermo Castro H. *
Un chiste amargo, como suelen serlo los de la política en estos tiempos, cuenta que los socialdemócratas se presentan como de izquierda, se imaginan como de centro, y en el gobierno aplican políticas de derecha. Esto puede parecer exagerado -en eso, entre otras cosas, consiste lo chistoso-, pero tiene un claro asidero en lo que han venido a ser los partidos que se llaman a sí mismos socialdemócratas de Estados nacionales como Inglaterra, Francia y España.
Dentro de esa geometría, izquierda, centro y derecha constituyen opciones de política y maniobra al interior de cualquier régimen estatal establecido dentro del moderno sistema mundial.
Al propio tiempo, ninguna de esas opciones constituye, en verdad, una alternativa al régimen que se estructura en torno a ellas -y a través de esa estructura procesa sus contradicciones internas-, aunque en algunas de sus formas extremas puedan parecerlo, o contribuir a la creación de condiciones favorables para la transformación de ese régimen en otro.
Este modo de concebir y ejercer la política constituye uno de los grandes logros del liberalismo, junto a otros como las doctrinas de la separación de los poderes del Estado, y de las relaciones de equilibrio y control entre esos poderes constitutivos.Sin embargo, la geometría política no ha sido tan universal como lo hubiera querido el liberalismo.
Así, por ejemplo, frente al capitalismo y el Estado burgués de su tiempo -que fue por excelencia el del liberalismo triunfante -, Marx no se consideró nunca a sí mismo como un político de izquierda, sino como un antagonista que luchaba por un régimen económico y un ordenamiento estatal distintos en forma y propósito.
Lo mismo puede decirse de las otras personalidades que dieron forma y proyecto a la filosofía de la praxis en las condiciones de la transición del siglo XIX al XX, desde Rosa Luxemburgo y Vladimir Lenin hasta Antonio Gramsci.Por contraste con ellos, por la misma época pasaron a ser “de izquierda” aquellos de sus compañeros de ruta que buscaron y encontraron un lugar para sí mismos como segmento crítico del mismo régimen que los socialistas y comunistas de origen buscaban derrocar.
La labor de deslinde entre ambas tendencias constituye una importante fuente para el estudio de la transformación de la filosofía de la praxis en una guía para la acción política.
La “Crítica del Programa de Gotha”, de Marx, y el folleto “La revolución proletaria y el renegado Kautsky”, de Lenin, constituyen dos de sus expresiones más características.
Todo esto, además, tendría que ser examinado a la luz de las experiencias de aquella gran mayor parte de la Humanidad que sólo conoció del liberalismo triunfante sus rasgos más conservadores, y que no consiguió expresar en aquellos términos sus propias aspiraciones.
Tal el caso del General Torrijos, con su consigna de “Ni con la izquierda ni con la derecha: con Panamá.”Tal el de Emiliano Zapata con su demanda de “Tierra y Libertad”.Y tal, sobre todo, el de José Martí, con su advertencia de que no existía entre nosotros – como lo proclamaban los liberales – una batalla “entre la civilización y la barbarie”, sino otra, realmente decisiva en el camino a la construcción de un mundo nuevo, “entre la falsa erudición y la naturaleza.”
La lucha de los europeos y norteamericanos por la reconstrucción del Estado de Bienestar identifica a su izquierda dentro del mundo realmente existente para ellos, hoy bajo control de su derecha. Nuestra demanda de construir un mundo nuevo -que sea popular por lo revolucionario, y revolucionario por lo democrático que llegue a ser- no es, en esta perspectiva, de izquierda.
Ella corresponde a la naturaleza más profunda de nuestra identidad, de nuestras necesidades y nuestras aspiraciones, definida en la batalla incesante contra la falsa erudición del liberalismo en crisis. Ni con la izquierda, pues, ni con la derecha: con nuestra gente, en todo lo que ella puede llegar a ser.
(Panamá, abril de 2014 – noviembre 2015)
ag/gc