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sábado 23 de noviembre de 2024

Los trabajadores en Martí, 1875-1890

Por Guillermo Castro H. *

Para Firmas Selectas de Prensa Latina

 

“Lo que acontece en la América española no puede verse como un hecho aislado, sino como una enérgica, madura y casi simultánea decisión de entrar de una vez con brío en este magnífico concierto de pueblos triunfantes y trabajadores, en que empieza a parecer menos velado el Cielo y viles los ociosos. Se está en un alba, y como en los umbrales de una vida luminosa. Se esparce tal claridad por sobre la Tierra, que parece que van todos los hombres coronados de astros.”
                                                                                           
José Martí, 1883[1]

 

Suele decirse que José Martí -hijo de una Hispanoamérica atrasada, cuyas élites de fines del siglo XIX veían al moderno sistema mundial como un campo de batalla entre la civilización y la barbarie- vino a entrar en contacto con las luchas de la clase obrera durante su exilio en Estados Unidos entre 1881 y 1895. Eso no es del todo cierto. Durante su exilio de juventud en España, entre 1871 y 1875, Martí había recibido una formación liberal democrática que, si bien lo llevaba a rechazar el ejemplo de la Comuna de París en 1871, lo interesó también en los problemas de los trabajadores.

Así, en 1875 -cuando pasó al exilio en México- Martí saludó a las primeras organizaciones del movimiento obrero en ese país desde su columna en la Revista Universal, vinculada a la joven intelectualidad liberal democrática mexicana. “Es hermoso fenómeno”, dijo entonces, “el que se observa ahora en las clases obreras. Por su propia fuerza se levantan de la abyección descuidada al trabajo redentor e inteligente: eran antes instrumentos trabajadores: ahora son hombres que se conocen y se estiman.”

Y agregaba: “Porque se estiman, adelantan. Porque se mueven en una esfera estrecha, quieren ensancharla. Porque empiezan a tener conciencia de sí mismos, están justamente enorgullecidos de adelanto que en cada uno de ellos se verifica.” Así, decía,

nuestros obreros se levantan de masa guiada a clase consciente: saben ahora lo que son, y de ellos mismos les viene la influencia salvadora. Un concepto ha bastado para la transformación: el concepto de la personalidad propia. Se han adivinado hombres: trabajan para serlo. El estímulo los mantiene; los ocupa el trabajo; la honradez los salvará.”[2]

Esto tiene especial importancia para comprender la influencia de las luchas obreras en Estados Unidos de la década de 1880 en la visión del mundo y la práctica política de Martí, a la luz de su llamado a que se injertara “en nuestras repúblicas el mundo, “pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas”.[3] Martí, en efecto, escribe en todo momento para Cuba desde nuestra América, entendiendo que la suya era “en todas partes época de reenquiciamiento y de remolde.” [4] El lugar a ser labrado para su América en una época tal es el tema mayor de su obra y, en este caso, Estados Unidos es su asunto.

El poder de las organizaciones de trabajadores radica en que “nacen directamente de sus propios problemas, afirmaba en 1885. No es el socialismo europeo que se trasplanta. No es ni siquiera un socialismo americano que nace.”

En esa clave cabe leer su percepción del significado del movimiento obrero ascendente en Estados Unidos, en 1882: “En esta tierra” dijo, “se han de decidir, aunque parezca prematura profecía, las leyes nuevas que han de gobernar al hombre que hace la labor y al que con ella mercadea.  En este colosal teatro llegará a su fin el colosal problema. Aquí, donde los trabajadores son fuertes, lucharán y vencerán los trabajadores.” Y añadía:

Los problemas se retardan, mas no se desvanecen. Negarnos a resolver un problema de cuya resolución nos pueden venir males, no es más que dejar cosecha de males a nuestros hijos. Debemos vivir en nuestros tiempos, batallar en ellos, decir lo cierto bravamente, desamar el bienestar impuro, y vivir virilmente, para gozar con fruición y reposo el beneficio de la muerte. En otras tierras se libran peleas de raza y batallas políticas.  En esta se libra la batalla social tremenda.[5]

A la admiración por la lucha de los trabajadores por sus derechos esenciales, se agregó en Martí la admiración por el trabajo mismo en una sociedad moderna, que en aquella época desplegaba capacidades de innovación tecnológica sin precedentes. Pero en Martí, el aprecio de la criatura acompañaba siempre al respeto entusiasta por el trabajo creador:

Ver una máquina -decía- llena de orgullo; orgullo de ser igual en forma a quien la hizo. Se busca instintivamente con los ojos a los trabajadores, para estrecharles la mano. ¡Qué hermosos conquistadores, estos de manos callosas, tez bronceada y espaldas fornidas!  Tienen los contornos, la manera de mirar, y la de reposar, de los antiguos héroes.[6]

Ese escribir para nuestra América acompaña al encuentro de Martí con Karl Marx en el seno del movimiento obrero norteamericano, que en estados como Nueva York, contaba con un gran número de inmigrantes europeos. Así, quien criticara la conducta de los revolucionarios de la Comuna en 1871, podía decir 12 años después que los obreros de Nueva York rendían en Marx -recién fallecido- a quien había estudiado “los modos de asentar el mundo sobre nuevas bases,” y despertado “a los dormidos” para enseñarles “el modo de echar a tierra los puntales rotos”.

Y agregaba enseguida que Marx “anduvo de prisa, y un tanto en la sombra, sin ver que no nacen viables, ni de seno de pueblo en la historia, ni de seno de mujer en el hogar, los hijos que no han tenido gestación natural y laboriosa.” Con todo, lo que retrata de cuerpo entero a Martí en su honestidad intelectual y su compromiso social y político, es el cierre de su reflexión: Marx, dice,

no fue sólo movedor titánico de las cóleras de los trabajadores europeos, sino veedor profundo en la razón de las miserias humanas, y en los destinos de los hombres, y hombre comido del ansia de hacer bien.  Él veía en todo lo que en sí propio llevaba: rebeldía, camino a lo alto, lucha.”[7]
Cada pueblo se cura conforme a su naturaleza que pide diversos grados de medicina, según falte este u otro factor en el mal, o medicina diferente. Ni Saint Simon, Ni Karl Marx, ni Marlo, ni Bakunin. Las reformas que nos vengan del cuerpo.”, sentenciaba.

Desde esa perspectiva, el movimiento obrero norteamericano tuvo un importante papel en la formación política de Martí. Por un lado, le llevó a tomar conciencia del papel indispensable de los trabajadores asalariados en cualquier proceso de desarrollo político para la transformación social. Por otro, confirmó su convicción sobre el papel decisivo de la educación y la organización de los trabajadores para el cumplimiento de esa tarea.

Al respecto pudo afirmar, en 1883, la importancia decisiva de “la ignorancia de las clases que tienen de su lado la justicia,” la cual debía ser atendida por una educación aún “no intentada apenas por los hombres”, que revelara a los trabajadores “los secretos de sus pasiones, los elementos de sus males, la relación forzosa de los medios que han de curarlos al tiempo y naturaleza tradicional de los dolores que sufren, la obra negativa y reaccionaria de la ira, la obra segura e incontrastable de la paciencia inteligente.[8] Y, en 1885, resaltaba que el poder de las organizaciones de trabajadores radicaba en que “nacen directamente de sus propios problemas.  No es el socialismo europeo que se trasplanta. No es ni siquiera un socialismo americano que nace.”[9]

Vendrían aún otros años de aprendizaje. Los peligros de corrupción del reformismo, y del sectarismo y la violencia del anarquismo para el desarrollo político del movimiento obrero se le harían evidentes a Martí en el ascenso de la lucha de clases entre 1885 y 1886. De esos años le vendría también una comprensión más profunda del alcance de la lucha de los trabajadores y las trabajadoras, a través del ejemplo de dirigentes como Lucy González Parsons, esposa de uno de los mártires de Chicago, y de la sevicia de los explotadores.

Transformada en conocimiento la experiencia así injertada en el tronco de nuestras repúblicas, reforzaría la convicción martiana de que el gobierno de la sociedad “es la misión más alta del ser humano, y sólo debe fiarse a quien ame a los hombres y entienda su naturaleza”[10], pues diría en 1890

Cada pueblo se cura conforme a su naturaleza que pide diversos grados de medicina, según falte este u otro factor en el mal, o medicina diferente. Ni Saint Simon, Ni Karl Marx, ni Marlo, ni Bakunin. Las reformas que nos vengan del cuerpo.”[11]

Tal su aprendizaje. Tal, en curso aún, nuestro camino.

ag/gc

 

*Ensayista, investigador y ambientalista panameño.

 

Referencias bibliográficas

[1] “Respeto a nuestra América”. La América, Nueva York, agosto de 1883. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. VI: 24.

[2] “Revista Universal”. México, 10 de julio de 1875. Ibid, VI: 265.

[3] “Nuestra América”. El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891. Ibid., VI, 18.

[4] 1975, IX, 325 “Carta de los Estados Unidos”. La Nación, 13 de septiembre de 1882.

[5] 1975, IX, 277-278: “Carta de Nueva York”. La Opinión Nacional, Caracas, 31 de marzo de 1882.

[6] 1975, VIII, 352: “La Exposición de Material de Ferrocarriles de Chicago”. La América, Nueva York, septiembre de 1883.

[7] 1975, IX, 388: “Carta de Martí”. La Nación, Buenos Aires, 13 y 16 de mayo de 1883.

[8] 1975, V, 101 – 102: “Prólogo” a Cuentos de Hoy y de Mañana, por Rafael Castro Palomares. La América, Nueva York, octubre de 1883.

[9] “El problema industrial en los Estados Unidos”. La Nación, Buenos Aires, 23 de octubre de 1885. Ibid. X: 308.

[10] “Grandes motines de obreros”. La Nación, Buenos Aires, 26 de junio de 1886. X: 448-449.

[11] 1975, XII, 378. “Desde el Hudson”. La Nación, Buenos Aires, 23 de enero de 1890.

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