Por Guillermo Castro H.
Desde fines del siglo XX el sistema mundial ingresó en un período de transición desde lo que había parecido ser una era de paz y progreso hacia en un futuro cargado de tensiones que se ampliaron con rapidez desde lo económico y lo político hacia lo ambiental. Ya en el siglo XXI, esa transición dio lugar a un período de incertidumbre económica, inequidad persistente, degradación ambiental y creciente disfuncionalidad institucional en lo grande como en lo pequeño.
En ese marco de descomposición gradual, la pandemia de COVID 19 irrumpió como un parteaguas. Lo que hasta entonces parecía discurrir de manera dispersa, emergió en conjunto para desatar la crisis más compleja que ha encarado la Humanidad desde la década de 1930.
Esa crisis ha coincidido, además, con la etapa culminante de la llamada Gran Aceleración en la interacción de los humanos entre sí y con la biosfera, en curso desde la década de 1950. Esa aceleración -visible en el doble fenómeno del impacto humano sobre la biosfera y del crecimiento de la población – ha hecho parte de un período aún más amplio de nuestra historia ambiental, llamado el Antropoceno.
Así, para los historiadores John McNeill y Peter Engelke, el Antropoceno constituye una etapa en la historia del sistema Tierra en la cual “las acciones humanas” -en particular las vinculadas a la creciente dependencia de los combustibles fósiles- “se sobreponen a la tranquila persistencia de los microbios y los interminables bamboleos y excentricidades en la órbita de la Tierra.” [1] Para ambos, además, si bien hasta hoy el Antropoceno y la Gran Aceleración coinciden, la segunda lo hace como fase culminante de la transición hacia el primero, que está en curso desde fines del siglo XVIII, como un resultado no previsto de la Revolución Industrial.
La Gran Aceleración, en efecto, “no durará mucho, ni puede hacerlo”, pues el rápido crecimiento demográfico tiende a estabilizarse y empezará a declinar, al tiempo que “la era de los combustibles fósiles concluirá.” Estas tendencias, agregan, “deberían bastar para desacelerar la Gran Aceleración y moderar el impacto humano sobre la Tierra. Eso no llevará al fin del Antropoceno, pero sin duda lo conducirá a una nueva etapa en su desarrollo”.[2] Esa nueva etapa, añaden, “perdurará por largo tiempo en el futuro”. Y aun si alguna calamidad sacara de escena a nuestra especie en ese futuro, “el impacto de nuestras pasadas generaciones perdurará por milenios en la corteza terrestre, en la evidencia fósil y en el clima.”
El ingreso a esa nueva etapa -que bien podría haber empezado ya, teniendo en la pandemia una expresión del carácter caótico propio de las fases iniciales de toda transición histórica de largo alcance- fomentará el desarrollo de nuevas formas de convivencia humana, si nuestra especie desea sobrevivir. Así, las instituciones políticas, económicas y culturales que conocemos, “formadas en un contexto de desmesura sin precedentes en el uso de los recursos y en el crecimiento económico, deben evolucionar ahora hacia formas compatibles con el Antropoceno -o abrir camino a sus sucesoras”, por poderosas que sean “las inercias intelectuales, sociales y políticas” en el curso de la historia.
Por contraste con los tiempos que vivimos, dicen, aun cuando el mundo de entre 1750 y 1950 era tumultuoso en muchos aspectos, había confianza en el comportamiento general del clima y en el acceso combustibles fósiles en apariencia inagotables. Esa circunstancia ha cambiado.
Ahora, “el clima es menos estable y el sistema Tierra busca un curso sin precedentes”, y el pensamiento y las instituciones “evolucionarán en nuevas direcciones más compatibles con el Antropoceno.” Ya que no podemos salir de esta etapa de la historia del planeta que sostiene nuestro desarrollo, tendremos que ajustarnos a ella “de una u otra manera.”[3]
Cualquiera sea el resultado de esta crisis civilizatoria, ocurrirá en el entorno global creado por la civilización que se agota: aquella creada por el capitalismo a partir del desarrollo del primer mercado mundial, tan magistralmente descrita por Marx y Engels en El Manifiesto Comunista, hace más de 170 años. Esa civilización, al crear los medios para su propia expansión, creó también los recursos de conocimiento que nos permiten identificar sus límites y advertir el agotamiento de su capacidad para sostenerse en el tiempo.
Hoy, si deseamos hacer sostenible nuestro propio desarrollo como especie, debemos encarar la tarea de crear sociedades distintas a las surgidas en la primera fase del Antropoceno. De este modo, el Antropoceno como categoría histórica resalta la importancia de lo ambiental como dimensión política activa en la transición en curso. Esa transición, decía Immanuel Wallerstein hacia 2003-2005, tenía un alto margen de incertidumbre, pues era muy posible que
en 2050, cuando el capitalismo haya dejado de existir, vivamos en un sistema tanto o más jerárquico e inequitativo que el actual. Pero también es posible que vivamos en un sistema histórico relativamente democrático e igualitario. El resultado será decidido por la actividad política de cada uno ahora y en los 25-50 años por venir. Alcanzar la victoria política dependerá en buena medida de una buena comprensión analítica de las alternativas históricas, así como de un claro compromiso moral con una visión alternativa.[4]
El compromiso moral inherente a esa visión ha tenido múltiples expresiones a lo largo de las luchas por una sociedad más democrática e igualitaria. Una de esas expresiones tiene especial valor en nuestros tiempos de bancarrota del neoliberalismo: la ofrecida en 1888 por por el socialista y ambientalista inglés William Morris, al plantear que
La riqueza es lo que la naturaleza nos ofrece, y lo que un hombre razonable puede hacer para el uso razonable de esos dones. La luz del sol, el aire fresco, alimento, vestimenta y alojamiento dignos y necesarios; la acumulación de conocimientos de todo tipo y el poder de diseminarlos; medios libres de comunicación entre los hombres; obras de arte…todas las cosas que sirven al placer de las personas, de manera libre, viril e incorrupta. Esto es riqueza, y no puedo imaginar otra cosa que valga la pena poseer, que no corresponda a una u otra de estas características.[5]
ag/gc
[1] McNeill, McNeill y Engelke, Peter (2014:2): The Great Acceleration. An environmental history of the Anthropocene since 1945. The Belknap Press of Harvard University Press.
[2] Ibid., 209.
[3] Ibid., 211
[4] “The Ecology and the Economy: What is rational?”. http://fbc.binghamton.edu
[5] Apud Foster, John Bellamy (2020:104): The Return of Nature. Socialism and ecology. Monthly Review Press, New York. Morris (1834-1896), fue un diseñador y arquitecto de gran relevancia crítica en cultura de la Inglaterra victoriana. Fue también uno de los primeros marxistas de ese tiempo en abrir a discusión los problemas de la cosificación de las relaciones humanas, y de las de los humanos con el mundo natural en la fase ascendente del capital monopólico que triunfaría en la Gran Guerra de 1914-1945 y culminaría la transición de la fase colonial a la internacional en el desarrollo del mercado mundial.