Por Nils Castro *
El paso de cubanos que emigraban por tierra desde Ecuador hasta México y de allí a Estados Unidos no era cosa nueva ni insólita. Grandes movimientos migratorios -mayores que el cubano- ocurren hoy tanto en Mesoamérica como en otras regiones.
Cerca de un millón de personas del Cercano Oriente y el Norte de África buscan refugio en Europa. En América, hace mucho sabemos del desplazamiento que la violencia y la crisis provocan entre grandes masas de colombianos.
Como asimismo de las masivas migraciones que, por motivos económicos millares de mexicanos, centroamericanos y antillanos emprenden a diario. No pocas localidades rurales mexicanas están convertidas en pueblos fantasmas.
Estas migraciones son sistemáticamente reprimidas en Estados Unidos, su país de destino. Cada mes sus autoridades deportan a miles de centroamericanos, mexicanos y otros latinoamericanos. La Administración Obama ha implantado récord en esta materia.
Sin embargo, ella mantiene dos excepciones: las de Puerto Rico y Cuba -dos naciones igualmente latinoamericanas y caribeñas-, cuyos migrantes cuentan con status privilegiados que les permiten entrar y establecerse sin dificultades. Puerto Rico, debido a la condición colonial que aún les permite a los boricuas irse a Estados Unidos, como ciudadanos de segunda clase pero sin obstáculos. Cuba, por efecto de la guerra fría que en este campo Washington continúa, pese al diálogo iniciado con La Habana.
La actual crisis económica puertorriqueña ha causado que ya más de la mitad de su población se haya marchado a Estados Unidos.Tanto allí como en Cuba los emigrantes están encabezados por hombres y mujeres en plena edad laboral que deciden irse por razones económicas. En lo que va del presente año, Puerto Rico ha perdido así más de 3,000 médicos, sin mediar ninguna hostilidad de Washington contra San Juan.
Ese es el contexto de la cuestión de los migrantes cubanos que ahora han quedado trancados en Costa Rica y Panamá. El agravamiento de la situación puertorriqueña es poco percibido porque, en este caso, quienes abandonan su patria van directamente a Estados Unidos.
En contraste, los cubanos tienen que hacerlo a través de terceras naciones, que últimamente eran las centroamericanas, hasta que el imprevisto crecimiento de su número desbordó la capacidad de la ruta. La presunción de que el diálogo entre La Habana y Washington pondrá fin a la Ley de Ajuste Cubano (de 1966), la política de “pies secos y pies mojados” (de 1995) y el programa Parole para incentivar la deserción de médicos (de 2006), que promocionan la entrada de cubanos a Estados Unidos, causó ese fenómeno.
Es ingenuo creer que la decisión de Nicaragua de cerrarle el paso a esta masa migrante causó el problema. Enseguida Guatemala y Belice advirtieron que tampoco lo admitirán. De hecho, nadie solicitó la anuencia de sus gobiernos para recibir esa oleada, de cuya seguridad, alojamiento, alimentación y tránsito les tocaría responsabilizarse.
Guatemala, que con El Salvador y Honduras representa a los mayores emisores de los migrantes clandestinos centroamericanos, precisó que no tenía motivo para subsidiar el paso de migrantes cubanos mientras los suyos son tan rigurosamente rechazados.
Impedida de pasarle esa masa migrante a sus vecinos del norte, Costa Rica le ha cerrado su frontera sur. Eso ha causado su presente estancamiento y acumulación en ese país y en Panamá, y su conversión en un problema regional.
Lo que era un instrumento norteamericano para hostigar a Cuba se ha transformado en una causa de conflictos que ya involucra a Ecuador y Colombia, a los siete Estados del istmo centroamericano y estuvo próxima a incidir en México. Esto, además, agudiza tensiones dentro del organismo subregional, el Sistema de la Integración C Centroamericana (Sica) y ha precipitado su crisis con el anuncio de que Costa Rica lo abandonará.
Cuba reitera que esas personas salieron de su país legalmente y pueden regresar, y a la vez multiplica contactos regionales para velar por la situación de sus migrantes.
En contraste, las autoridades estadounidenses han declarado que -pese al actual diálogo con La Habana- no prevén revisar sus políticas migratorias respecto a Cuba, aunque sus consecuencias ya constituyen una nueva causa de disgusto y controversia con otros 10 países latinoamericanos.
Al propio tiempo, el Congreso de Estados Unidos se negó a tomar medidas para mitigar la crisis puertorriqueña ‑que ya es una crisis tanto económica como política y demográfica‑, ocasionando que hasta el gobernador colonialista de la isla lo acuse de querer hundirla en el caos, con lo cual el gobierno norteamericano vuelve a mostrar que no necesita quien le genere enemigos y problemas, ya que bien sabe buscárselos por sí solo.
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