Por Alfonso Carvajal*
Fue un gordo genial. Carismático. Escribió novelas, libros de viaje, fue ensayista, y un personaje suyo: el padre Brown, un sacerdote ingenuo y de una inteligencia psicológica casi sobrenatural lo llevaron a incursionar en la novela policíaca.
Se convirtió al catolicismo y escribió una hermosa biografía sobre san Francisco de Asís. Chesterton fue un animal literario y un comensal desmesurado. Su figura gigantesca lo delata.
El libro de Juan Esteban Constaín El hombre que no fue jueves, parodiando un título de Chesterton, es un homenaje al escritor inglés, pero también un divertimento sobre un hecho tan desconocido como inusual: el extraño acercamiento que tuvo el papa Pío XI con el “príncipe de las paradojas”.
Es tan original la temática del escritor payanés (oriúndo de Popayán, la capital del Cauca colombiano), y los recursos literarios utilizados, que al desprevenido lector no le interesa si el relato ocurrió de verdad o es un asunto de mera ficción. Lo esencial de esta particular novela es la forma cómo está narrada. La voz en primera persona le da un carácter ágil y veraz.
Un alter ego del escritor nos va involucrando en diferentes círculos para ir llegando al centro de la trama. Constain articula la historia con otras variantes que surgen en el camino; por ejemplo, cuando aparece Venecia, aprovecha para relatarnos la fascinante huida de la cárcel de Giacomo Casanova, y luego dando un giro radical nos habla de su predilección por el ex Beatle Paul McCartney.
Yendo al grano, lo más sorprendente del relato es cuando Pío XI en 1929, le pide a Chesterton que use sus dones de espiritista para auscultar en el pasado si algunos personajes merecían la categoría de beatitud. Roma necesitaba santos para extender su poder sobre el mundo. Y el atribulado Chesterton, con su sombrero de mago Merlín, colabora en esta piadosa misión.
Constaín alterna con sapiencia la literatura y los hechos históricos, y nos hace saber de “la cruzada de los pobres”, un episodio para llorar o reír, donde un grupo de habitantes del villorrio francés de Caraman, hambrientos y zarrapastrosos, animados por una fe insólita, en lugar de llegar a Tierra Santa, en Palestina, arriban a un pueblito en Hungría, donde sus semejantes les siguen la corriente y los devuelven casi desnudos a su lugar de origen.
Chesterton fue “un coleccionista de perplejidades”, y esta novela sutil e ingeniosa consigna esta premisa. Solamente “basta nacer”, y entender que “la santidad no es cosa de santos”.
ag/ac