Por Gustavo Espinoza M.*
El 2016 asoma para los peruanos como un año extremadamente complejo y difícil. Elementos sobran para indicarlo así. La crisis económica internacional ha golpeado fuertemente la economía del país, de modo que cuando se preveía un crecimiento anual de un 4%, dos puntos más que en el período anterior, los indicadores formales nos situaron en un 2.6, uno de los más bajos de la región y el peor de los últimos 10 años.
La caída de los precios de los productos de exportación en el mercado mundial afectará severamente los ingresos y debilitará de modo marcado nuestra economía.
El fenómeno del Niño, que se había virtualmente esfumado desde fines del siglo pasado, se colocó otra vez en el escenario nacional y amenaza con lluvias, temporales, vientos huracanados y desmedido calor en los próximos meses, en los que se espera un alza de no menos de 3 grados Celsius en la temperatura ambiente y un peligroso incremento de la radiación solar.
La producción agrícola se verá severamente afectada por este fenómeno, que golpeará las tres regiones naturales. La sequía asolará los campos y destruirá las cosechas, y el hambre azotará las regiones más deprimidas, particularmente en los contrafuertes andinos.
Estos son fenómenos derivados de una estructura social o de los desniveles de la naturaleza. Hay otros, sin embargo, que están vinculados a la voluntad humana. A ellos, nos referiremos también. Y es que, para alterar el temple de los peruanos, en los primeros meses del año que se inicia, tendrán lugar las elecciones presidenciales y parlamentarias, que ocurrirán en un momento decisivo para la vida del país.
Hasta el 10 de enero podrán inscribirse las “planchas” presidenciales, que ya llegan a 20. Y el 10 de febrero, deberán registrarse las listas parlamentarias: 2,600 candidatos asomarán postulándose para un total de 130 curules. Los nuevos “Padres de la Patria” asumirán sus funciones el 28 de julio del 2016 cuando en el Congreso de la República se instale también el nuevo Jefe del Estado.
Tiempo hay, entonces, para analizar la evolución, el desarrollo y aún el fin de una contienda que se iniciará el 10 de abril, pero que culminará -según todos los pronósticos- en una segunda ronda eleccionaria prevista para el 5 de junio. No vale la pena, ahora, decir más de lo que ya se ha esbozado en torno al tema.
Debe subrayarse, sin embargo, que estos comicios serán decisivos. Habrá de definirse en ellos, el rumbo del Perú en los próximos cinco años: o seguimos tentando tercamente un camino popular y democrático; o caemos una vez más en manos de las mafias asesinas que se auparon en la conducción del Estado en las últimas décadas, y pretenden aún construir una paz de cementerios.
En verdad, en el Perú están enfrentados dos modelos: el que busca obsesivamente un pueblo empeñado en una lucha liberadora, y el que aspira a perpetuar el “modelo” neoliberal que fuera impuesto por la dictadura neo nazi de Alberto Fujimori, aplicado servilmente por administraciones que hoy buscan retomar las riendas del poder a cualquier precio.
Pero la lucha viene, en realidad, desde hace mucho más tiempo. Recientemente un libro de Charles Walker, referido a la Rebelión de José Gabriel Condorcanqui, Túpac Amaru ocurrida en 1780, ahonda en la experiencia que estudiara el peruano Carlos Daniel Valcárcel.
Aunque Walker desliza una cierta aversión a los rebeldes de aquella época, no puede sino poner en evidencia que esa guerra fue la expresión de un conflicto entre dos mundos: el de los vencedores y el de los vencidos. El símbolo de esa contienda se graficó en las palabras del caudillo indio enfrentando a su verdugo, el corregidor José Antonio de Areche: “Tu y yo somos los únicos causantes de la sangre que se está derramando en esta contienda. Tu, por haber oprimido al reino con contribuciones excesivas y nuevos impuestos; y yo por liberarlo…”
La derrota de Túpac Amaru y, sobre todo su vil ejecución, que luego se reprodujo en otros casos, como los de Pedro Vilca Apaza, Túpac Katari y Diego Cristóbal Túpac Amaru, entre otros muchos, marcó un hito en la historia que está viva, y trazó una línea imborrable que separó a los habitantes de nuestro continente entre opresores y oprimidos.
A partir de entonces quedaron perfilados derroteros distintos, virtualmente irreconciliables, que se expresan hoy en nuevas condiciones. Los colonialistas de ayer que defendían los predios del rey don Carlos III, representan ahora los intereses de una clase envilecida y opresora que le rinde pleitesía al dominio imperial norteamericano; en tanto que los oprimidos de antes asoman como los pueblos que en cada rincón de América enarbolan banderas de justicia y dignidad.
Esa batalla, que está planteada en nuestro continente, tiene expresiones en cada recodo del camino, sea éste pacífico o armado, electoral o revolucionario. Aunque varíe en su forma, no cambia en su esencia y refleja el enfrentamiento secular entre los opresores, y los oprimidos.
Por eso es que no hay que perder de vista nunca el escenario de nuestro tiempo ni dejar de mirar las fuerzas que en él actúan y se mueven. Ni es una lucha entre caudillos o partidos, la que tenemos los peruanos planteados ante los ojos. Es una confrontación de clases en que la contradicción mayor se plantea entre los pueblos y el imperio.
Por eso América Latina enfrenta en la coyuntura actual la ofensiva yanqui que acosa al proceso emancipador bolivariano en la patria de Francisco de Miranda, y que asestó un duro golpe al pueblo argentino el pasado 22 de noviembre. El “Gran Poder” de los monopolios, tiene en su mira a Dilma Rouseff porque aspira a dar al traste con la experiencia brasileña, pero también a los otros escenarios de nuestro continente.
Así, ataca a Evo Morales para debilitar la posibilidad de una nueva gestión gubernativa; A Rafael Correa, el presidente de Ecuador; a la paz que se abre paso en Colombia, al proceso electoral peruano y a los comicios nacionales que tendrán lugar en la Nicaragua Sandinista en noviembre del 2016. Dispara fuego graneado contra todos ellos haciendo uso de una batería que luce imbatible:“la prensa grande”.
Fidel Castro dijo en alguna ocasión que no importaba mucho lo que dijera la “prensa grande”. Lo importante era lo que pudiéramos decir nosotros y el hecho de que nuestra palabra corresponda a la verdad y a la justicia. Es cierto.
Al vigor de nuestra palabra hay que sumar la acción. Es decir, el trabajo concreto, político, orientado a ganar la conciencia de los pueblos. Sólo así, será posible hacer frente al reto que se nos viene: el difícil año que se inicia.
ag/gem