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viernes 31 de enero de 2025

Los suicidados de la sociedad

Por Alfonso Carvajal*

La historia es increíble. En mayo de 1947, el poeta Antonin Artaud solicita un permiso en el manicomio de Rodez donde está recluido, para visitar una exposición de Vincent Van Gogh, que se realizaba por esos días en París.

De allí nace el ensayo Van Gogh, el suicidado de la sociedad,  donde Artaud con  furia y el talento demencial que lo caracterizaba pretende demostrar que la genialidad del pintor fastidiaba el sentir de las mentes ordinarias, representadas en una sociedad hipócrita y ladina, que finalmente lo arrastra al suicidio.

“No es el hombre sino el mundo el que se ha vuelto anormal”

Con exquisita ironía comienza el ensayo: “Puede hablarse de la buena salud mental de Van Gogh, que en toda su vida sólo se hizo asar una mano y, fuera de esto, no pasó de cortarse la oreja izquierda en una ocasión”. Y continúa: “No es el hombre sino el mundo el que se ha vuelto anormal”.

El artista Artaud, entre la locura y la lucidez, le echaba una mano bendita a su compañero de infortunio. Y lo llama alienado auténtico, pues prefirió volverse loco antes que “prevaricar contra determinada idea superior del honor humano”. Y su pluma trina contra la normatividad circundante, “pues un alienado es un hombre al que la sociedad no ha querido escuchar y al que ha querido impedir que propalase verdades insoportables”.

También nos habla de la fuerza de su pintura, de sus colores ocres, de sus cielos estrellados de misterio, de sus soles ebrios, de sus nubes apocalípticas, de la sangre y el vino de borra que inundan el paisaje.

Además califica de “hechizos unánimes” los casos de Baudelaire, perseguido  judicialmente por sus flores del mal, del proscrito Poe, del visionario Gérard de Nerval, quien se ahorcó en un farol en una madrugada parisina, o la locura irremediable de pensadores tan luminosos como Nietzsche y Hölderlin,  quienes terminaron sus vidas sin contacto con la realidad.

El incorregible Artaud no se mató, murió de cáncer y con la secuela de los electrochoques  que  buscaban tranquilizar su espíritu salvaje, pero intuyó en la “gran sociedad” la mezquindad suficiente para extirpar a los más valiosos bichos de la especie, aislándolos o matándolos con una indiferencia atroz.

Estas palabras parecieran ser un eco de sí mismo: “Un día la pintura de Van Gogh, armada de fiebre y buena salud, volverá para arrojar al viento el polvo de un mundo enjaulado que su corazón ya no podía soportar”.

ag/ac

 

*Escritor, cronista y comentarista literario colombiano. Colaborador de Firmas Selectas
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