Por Kintto Lucas*
Especial para Firmas Selectas de Prensa Latina
Hay muchas clases de optimismos y de optimistas…
El optimismo de los funcionarios de un gobierno que se mienten a sí mismos, y creen que todo está muy bien, es el optimismo burocrático.
El optimismo del anarquista, que aspira un día ver al mundo creyendo en las ideas de Bakunin pero sabe que eso no ocurrirá, es el optimismo utópico.
El optimismo del novelista que crea personajes pesimistas es el optimismo de ficción.
El optimismo del jugador, que siempre gana cuando juega a la ruleta, a la lotería, a la quiniela, pero cada vez está más pobre, es el optimismo ilusionado.
El optimismo del tomador que siempre cree estar tomando la penúltima copa, es el optimismo alcohólico.
El optimismo del empresario que, tras una catástrofe natural o una guerra ve negocios disfrazados de solidaridad o reconstrucción, es el optimismo capitalista. Ese sí es un optimismo casi siempre ganador.
El optimismo del político que dice trabajar por los pobres pero acumula dinero of shore o en casa, es el optimismo farsante.
El optimismo del trabajador, que sobrevive con su salario, pero no deja de luchar por sus derechos y cree que mañana todos seremos iguales, es el optimismo proletario.
El optimismo del “izquierdista” que se acomoda en un cargo y cambia los principios por el interés, es el optimismo oportunista.
El optimismo del pesimista, en cambio, es un optimismo derrotado de antemano. Juan Carlos Onetti fue un buen exponente de esa clase de optimistas.
En fin, el ser humano es optimista por naturaleza, incluso siendo pesimista…
ag/kt