Por Kintto Lucas*
Especial para Firmas Selectas de Prensa Latina
Ella está todavía aturdida por el ruido que provocó el derrumbe de diez, de cientos de casas caídas anoche. Si bien la suya no cayó, tuvo algunos daños. Dice a su hijo que no se separe y repite muchas veces: ¿qué vamos a hacer? ¿A dónde vamos a ir? Luego observa el mar, que hoy también aturde, y vuelve a mirar su casa.
De repente llegan extraños en camiones. Reúnen a los vecinos y dicen que los llevarán a un albergue. Ella, y los de al lado de su casa y la vecina de la tienda, y todos, construyeron ese pequeño barrio de Pedernales a fuerza de trabajo diario. Dejarlo todo, aunque sea por pocos días, es una aventura como quedarse. Entonces dudan, pero sienten que los extraños buscan ayudar. Ella y los vecinos no quieren dejar sus casas, pero tienen terror de que la tierra vuelva a moverse.
Entre lágrimas aceptan el viaje. Los extraños esperan preocupados. Los camiones están ahí. De a poco, todos empiezan a subir. Unos llevan colchones que pudieron rescatar, otros llevan la ropa que pueden. Ella coge una paila y dice a su hijo que cargue una mano de plátano… Está segura que su voluntad para vencer la pobreza y la mano de plátano, pueden sacarlos del hambre en cualquier lugar.
En el albergue, la nueva vida se inicia en medio de incertidumbres, pero las empanadas de verde y los bolones son la certeza de cada día. Ella hace los bolones y las empanadas que su hijo sale a vender cada mañana. Los dos han sabido enfrentar la pobreza sin ayudas, y con ese empeño asumen esta nueva encrucijada en la que les coloca la vida. Una mano de plátano verde puede ser la base para empezar a construir el futuro. Ella y su hijo lo saben, no esperan nada de nadie… Mañana volverán a casa…
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