¿Qué factores favorecen la tendencia mundial a elegir gobiernos autoritarios? ¿Qué lleva a los electores a escoger a candidatos de extrema derecha, aunque amenacen la democracia?
Hay algo que me parece evidente: mientras mayor es la inestabilidad económica, la inseguridad social y la sensación de fragilidad, más tiende el electorado a preferir candidatos tipo “Rambo”. Entre el orden y la libertad, opta por el primero. Y entre la seguridad y la democracia, lo mismo. Basta conocer la historia de Alemania entre las décadas de 1920 y 1930 para comprobar que la inseguridad social- detalle: en una nación muy culta- hizo soplar el viento a favor del ascenso de Hitler. Vean en Netflix el filme Cabaret Eldorado.
En Israel, la nueva política derechista de Benjamín Netanyahu, empeñada en reducir el poder del Judicial, se apoya en la supuesta amenaza palestina y en constantes ataques a los campamentos de Cisjordania. En Francia, las olas de protesta contra la nueva ley de seguridad social y ahora el asesinato por un policía del joven Nael, de 17 años, benefician políticamente a Marie Le Pen, una líder de extrema derecha. En Brasil fueron las manifestaciones de 2013 y la crisis económica las que posibilitaron la elección de Bolsonaro en 2018. Los proyectos autoritarios se apoyan en las instrucciones de los medicamentos líquidos: “Agite antes de usar”.
Clara Mattei, profesora de Economía, autora de Capital Order: How Economists Invented Austerity and Paved the Way to Fascism (El orden del capital: cómo los economistas inventaron la austeridad y le allanaron el camino al fascismo) defiende la tesis de que la austeridad le abre paso al fascismo.
La autora cita los ejemplos de Mussolini, Trump y la actual primera ministra italiana, Giorgia Meloni, como efectos de la austeridad económica. Dice: “Para que funcione el capitalismo, la mayoría de las personas debe estar desempoderada y precarizada, y depender del mercado. Eso es lo que hace la austeridad. Les quita recursos a los asalariados, que son la mayoría, y se los entrega a una minoría cuya riqueza proviene de patrimonios y rentas.”
Y añade: “Debemos dejar de idealizar el capitalismo como un sistema que puede reformarse y que posee la flexibilidad necesaria para incorporar nuestras necesidades, y darnos cuentas de que el capitalismo tiene límites rígidos. Es un sistema que solo crece y produce para generar ganancias, y eso requiere austeridad. No fueron solo recortes de gastos; fueron, en primer lugar, recortes de gastos sociales, impuestos regresivos. Entonces se produjo un incremento de los impuestos al consumo, como vemos todavía hoy en todo el mundo: más impuestos a las personas naturales y menos a los ricos y los grupos corporativos, o al patrimonio”.
Ese “pobretariado” privado de empleo y víctima de la más completa inseguridad social por falta de vivienda, salud y educación, es como un náufrago que se agarra a la primera rama de árbol al alcance de sus manos, entiéndase el líder político que adopta un discurso salvacionista, menosprecia las instituciones democráticas, prefiere la ley de la fuerza a la fuerza de la ley e invoca a Dios como su aliado.
Esa política necrófila se ve beneficiada por las redes digitales, que tienden a aislar a las personas y a instigarlas a consumir, y que exacerban la violencia. El adolescente de 16 años responsable de la masacre en una escuela de Aracruz (ES) en noviembre de 2022 le declaró a la policía que había aprendido en internet a usar las armas. Siete meses después, en Río, la sirvienta doméstica Isabella da Silva Oliveira, de 19 años, también admitió que aprendió en internet a manejar las armas para asesinar a su patrón, Lilson Braga, de 66 años.
Esa cultura de odio y resentimiento, tan propagada por la extrema derecha, solo puede combatirse con políticas sociales que reduzcan la desigualdad social, condenen enérgicamente todo tipo de prejuicio y promuevan la educación política de las clases populares, incluida la descolonización del mensaje bíblico.
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